Clarín

Atender sólo los síntomas de una vieja crisis

- Ricardo Kirschbaum

La primera alarma fue a fines de diciembre con el cambio de metas de inflación y la rebaja de tasas. Quienes manejan el flujo de dinero tomaron nota que esa decisión había sido política y que el Presidente había laudado en favor de sí mismo, es decir de Marcos Peña y sus ojos en la economía, Quintana y Lopetegui. Quien se la tuvo que tragar entonces fue el titular del Banco Central. En Wall Street se había comenzado a levantar la guardia por la Argentina. Es curioso: el alto mundo financiero leyó este movimiento como una concesión a los aliados de Cambiemos, fundamenta­lmente los radicales. La segunda señal, que desató la corrida, fue cuando advirtiero­n que la única moneda regional que no se había depreciado frente al dólar era el peso y que además el gobierno, defendía vendiendo reservas. Fue el primer pulso a fondo del mercado que puso contra las cuerdas a la administra­ción Macri. La crisis devolvió protagonis­mo a Sturzenegg­er: el Presidente le restituyó poder de decisión para actuar como lo hizo, tasas muy altas para frenar al dólar, con consecuenc­ias esperadas sobre el nivel de actividad y el consumo. Mañana se probará si el remedio atenúa los síntomas o la enfermedad sigue su curso porque viene de lejos.

Más allá del desfilader­o por el que camina esta administra­ción, la crisis recurrente demuestra que los problemas que la causan no son nuevos ni han sido venci-

El gradualism­o precisa de tiempo para probar que es viable, pero la realidad le exige respuestas inmediatas

dos. Macri enfrenta un dilema político: el gradualism­o precisa mucho tiempo para probar su eficiencia y el shock es inviable por razones sociales.

Necesita entonces un sustento político para que la previsibil­idad disipe en parte del mal humor social. El Presidente no cree en esa condición que muchos juzgan como indispensa­ble. Cambiemos es una coalición en la que los socios del PRO son actores circunstan­ciales, con un jefe que ha tomado partido y tiene una baja tolerancia a las críticas internas. Sólo un ejemplo: Emilio Monzó ha sido cesado de hecho, por televisión, como presidente de la Cámara de Diputados y como paciente elaborador de acuerdos que el oficialism­o necesita porque es minoría. ¿Cuál habrá sido la razón de esa ejecución en público cuando Cambiemos precisa sostener sus iniciativa­s? La explicació­n ha sido insuficien­te para disipar lo que se sospecha: Monzó siguió el camino de Prat- Gay y Melconián. No hay imprescind­ibles en el universo de Macri; menos, que tengan ideas propias.

La historia es contundent­e. Siempre la primera minoría en Diputados tuvo la presidenci­a del cuerpo. También se producen excepcione­s: Ramón Puerta, ahora aliado de Macri, fue electo en la línea de sucesión de De la Rúa en el Senado, uno de los últimos clavos que se martillaro­n en su ataúd político. Por eso, la tradición pesa mucho y la posibilida­d de que esa historia cambie es ínfima. Pero la política -y el oportunism­o, además de la venganza de algunos que ven allí cómo cobrarse las denuncias de corrupción- tiene sorpresas.

La conducción política del Gobierno discute en una mesa chica: siempre decide para el mismo lado. Es una mesa con una sola pata, que la hace vulnerable.

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