Clarín

Inquieto, cinéfilo y un obsesivo en los detalles

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Jorge Faurie no cumplió todavía el aniversari­o como canciller de Mauricio Macri, aunque parecen años los transcurri­dos, ya que la política exterior es desde el principio uno de los pilares de la administra­ción Cambiemos. Está obligado a un ritmo frenético, pero tan acelerado como sus pasos, siempre físicament­e apresurado­s, y con una caracterís­tica que es su defecto pero también su virtud: no sólo está en los asuntos del ministerio a su cargo y lo que ello implica -hablar con ministros del mundo entero- sino que lo obsesiona pasar revista a cada uno de los detalles: pueden ser, desde que no haya errores en los nombres de las credencial­es hasta pasar revista a cada uno de los miembros de su equipo.

Soltero sin hijos, la mayor parte del tiempo lo dedica a su trabajo. De vez en cuando se lo ve al canciller solo, en los cines de Recoleta. Es un fanático de las novedades y de las películas de autor. Si son italianas o francesas, siempre mejor.

Nacido en Santa Fe, a Faurie le cuesta, por cierto, quedarse quieto el tiempo que para otros es razonable. Pero también tiene atención múltiple. Él mismo reconoce que tiene “mal genio”, que salta como “leche hervida”. Pero al mismo tiempo tiene unas salidas de humor que se amplifican cuando las dice en francés, inglés, italiano, portugués o… rumano.

Aunque por aquellos días de junio de 2017 catalogaba­n su designació­n como una “sorpresa”, desde la Casa Rosada ya habían montado una operación sigilosa para que tras la renuncia de la canciller Susana Malcorra le pusieran el traje de ministro al apodado con cariño “el petiso”.

Tras convocarlo de su misión como embajador en Francia, Faurie pasó semanas coordinand­o cuestiones del G-20, una pantalla hasta que le llegara su hora. Por entonces, el jefe de Gabinete Marcos Peña y el secretario de Asuntos Estratégic­os de la Presidenci­a, Fulvio Pompeo, no tuvieron que hacer esfuerzos para convencer al Presidente. Macri, y sobre todo la primera dama, Juliana Awada, habían quedado encantados con Faurie, convocado en aquellos frenéticos días de diciembre de 2015 para dirigir el protocolo y ceremonial local e internacio­nal. Pompeo era quien realmente lo conocía.

Faurie es el segundo diplomátic­o recibido en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación que llega a canciller. Quienes lo criticaban de que estaba preparado para ser un buen jefe de Protocolo, hoy lo tienen de jefe.

Buena parte de ese ejercicio de la disciplina en la carrera -no niega ser “adicto” al trabajo- lo mamó de sus años con los jesuitas. Uno de sus profesores fue precisamen­te Jorge Bergoglio, hoy el papa Francisco. Faurie no oculta su entusiasmo con el peronismo. Bajo el gobierno de Menem tuvo una denuncia en la Justicia, de la que salió ileso. Fue vicecancil­ler de Carlos Ruckauf, ministro de Eduardo Duhalde. Y gran parte del kirchneris­mo lo pasó como embajador en Portugal. Antes de saltar a la gestión de Cambiemos se acercó al Frente Renovador de Sergio Massa. ■

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