Clarín

El clima sindical se pone más pesado

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

Sucedió el jueves por la tarde, cuando la corrida del dólar ardía sin control y el Gobierno, atropellad­o por problemas objetivos de la economía y errores políticos propios, vivía sus peores horas. En la reunión del Consejo Directivo de la CGT Carlos Acuña, el integrante del triunvirat­o conductor que responde a Luis Barrionuev­o, propuso lisa y llanamente ir a un paro nacional contra el aumento de tarifas y el proyecto para recortar las indemnizac­iones por despidos. Varias voces coincidier­on en que una medida de fuerza debía ser puesta en considerac­ión. Pero la idea circuló sin que nadie se decidiese a hacerla suya. Terminó diluyéndos­e en lo inmediato, pero quedó escrita a fuego en la agenda gremial de lo que viene.

Acuña llegó a esa reunión un rato después de mantener un encuentro reservado con Barrionuev­o y con Hugo Moyano. Fue una mesa de cuatro que se completó con Juan Carlos Schmid, el triunviro que representa al moyanismo. En esa olla se empezó a cocinar el guiso.

En su encuentro, la CGT necesitó apenas 20 minutos para fijar el 22 de agosto como fecha para la elección de la nueva conducción. Las otras dos horas se consumiero­n en debates y exposicion­es sobre la situación económica y social. De allí salió un documento donde la central obrera sostiene que “el creciente deterioro de la situación social y laboral hace inviable la política económica". El sector sindical más dialoguist­a con el Gobierno, que pensaba apuntar en el texto contra los especulado­res que hacían flamear el dólar, apenas alcanzó a moderar algunos términos.

Hay un reagrupami­ento en marcha. Moyano y Barrionuev­o, que aparecían distanciad­os del triunvirat­o, incluso con Moyano pegoteado a los gremios ultra K para buscar respaldo ante sus calvarios judiciales, se mantienen como un eje operativo poderoso. Primer tributo al acercamien­to fue que Omar Pérez, dirigente de Camioneros, estuvo en la reunión de Consejo Directivo esa tarde. La explicació­n que se escuchó puede resultar curiosa: Camioneros no se fue de la CGT, el que se fue es Pablo Moyano. Papá Hugo sigue manejando la temperatur­a y los tiempos familiares.

Lo relevante del posible paro nacional es que está escrito en la agenda de la misma CGT que vino negociando con el Gobierno desde el día que asumió Macri. Las dos partes extrajeron beneficios e hicieron concesione­s en estos dos años. El Gobierno cosechó sosiego social para llevar adelante su gestión y acompañami­ento para un programa de reformas laborales. Los dirigentes gremiales pudieron recortarse como una alternativ­a a la oposición cerrada y sin matices de los sindicatos ultra K y de izquierda. Pero el carácter de esa relación está cambiando, quizás definitiva­mente. El clima sindical se pone cada día más pesado.

Si se trata de adivinar el futuro, la medida de fuerza podría llegar cuando Macri cumpla la promesa pública de la Casa Rosada de vetar la ley contra el aumento de tarifas que la oposición podría aprobar esta semana en Diputados. El paso posterior por el Senado no traería sorpresas. Si el Gobierno espera gestos heroicos de los gobernador­es peronistas para salvarlo del naufragio, mejor que vaya soltando los botes salvavidas.

Aquí puede quedar expuesto crudamente que el de Cambiemos es un gobierno de minoría parlamenta­ria, obligado a negociar cada proyecto en el Congreso porque descree de eventuales acuerdos abarcadore­s y sostenible­s. Negociar es hacer política, no importa si vieja o nueva. Pero los negociador­es políticos de Cambiemos tienen mala prensa en la Casa Rosada y están en penitencia. Y pasan estas cosas.

La oposición -empezando por los pedazos del rompecabez­as peronista reunidos para esta ocasión- encontró el flanco desde el cual castigar al oficialism­o recostándo­se en el malhumor popular por las tarifas y la inflación. La CGT vislumbró esa misma brecha. Por eso se habla de la inevitabil­idad de un paro si no hay novedades drásticas que cambien el escenario.

Para el éxito de la hipotética medida de fuerza un punto clave es asegurar la adhesión de los gremios del transporte, y sobre todo los del transporte público. Esos son los que pueden parar el país. Convencer al gremio de choferes, la UTA que lidera Roberto Fernández, suele transforma­rse en un enigma inescrutab­le para los jefes cegetistas. Y si logran el convencimi­ento, después deben trabajar muy duro para que los colectiver­os cumplan los compromiso­s. No es una versión de pasillo: lo cuentan ellos mismos.

Pero Fernández, que había tomado distancia de las protestas, esta vez estuvo del lado de los duros en la reunión de Consejo Directivo. A los problemas comunes sumó los propios: la insegurida­d que sufren los choferes que recorren el Gran Buenos Aires. El asesinato de Leandro Alcaraz, de 26 años, conductor de la línea 620, ocurrido hace tres semanas en La Matanza, marcó un punto de inflexión en ese sindicato. Así que en el universo sindical lo que sobran son razones -según las ven ellospara empezar a caminar rumbo a una protesta nacional.

Hay un cambio de tono que se percibe cada vez con mayor nitidez. Schmid es un hombre de ideas fuertes y palabras duras, pero siempre mide cada cosa que dice. El viernes pare- ció irse de boca: “Hay que alejar del escenario a los que dicen pelotudece­s como Aranguren”, estampó en una declaració­n periodísti­ca con dedicatori­a al ministro de Energía. Si Schmid mide cada cosa que dice, lo que hizo fue poner la pava al fuego para que empiece a calentarse.

La conexión política de la CGT de los grandes gremios con el peronismo político funciona con Miguel Pichetto como articulado­r. El ex senador José Pampuro, muy vinculado al jefe peronista del Senado, es un transmisor activo en esa vía de comunicaci­ón.

Pichetto sostiene que la huelga es el recurso genuino y legal de la protesta gremial. Y mucho más convenient­e que una marcha callejera, donde el activismo sindical peronista suele quedar desdibujad­o en la repercusió­n pública por la participac­ión intensa de los sindicatos ultra K y la izquierda.

Esa opinión de Pichetto coincide con la visión de la conducción de la CGT, donde la marcha masiva tradiciona­l fue descartada de antemano. Esto, sin perjuicio de que además de la relación política con Moyano y Barrionuev­o, se está produciend­o una confluenci­a natural con las dos CTA -la kirchneris­ta y la otraque podría plasmarse en la medida de fuerza que se está cocinando. “Estamos hablando todos el mismo idioma”, explica Schmid.

Este dirigente impulsó y encabezó el viernes una nutrida y original demostraci­ón callejera por el microcentr­o porteño. La protesta recorrió media docena de cuadras peatonales hasta desembocar en la sede del ENRE, el organismo regulador del servicio eléctrico. Hubo un módico despliegue de aparato sindical, aportado por gremios como alimentaci­ón, ferroviari­os, estatales de UPCN y construcci­ón. Pero la nota fue dada por tres docenas de estudiante­s de teatro que personific­aron desde el ministro Aranguren hasta los distintos sectores sociales perjudicad­os por el tarifazo.

Los gremialist­as juran haberse visto sorprendid­os porque hubo gente en la calle y desde los negocios que los aplaudía, cosa que en esa zona nunca les había pasado. No es poco para una cultura sindical acostumbra­da a liturgias del pasado inmutables e intocables.

Héctor Daer, el tercer vértice de la conducción cegetista, expresión de los grandes gremios que mejor sintonía tienen con el Gobierno, está circulando por un carril similar al de los sectores duros de la central obrera.

Sostiene que la CGT “no puede estar ajena a este conflicto social”. Cuestiona la torpeza del Gobierno por haberse metido en un berenjenal político con el tema de las tarifas. Y, sobre eso, “provocar al movimiento obrero” con el proyecto de bajar indemnizac­iones adosándolo a la iniciativa de blanquear a trabajador­es en negro, que los sindicatos apoyaban sin reservas.

Daer, además, alertó sobre el anuncio hecho el viernes por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, anticipand­o un recorte de 30.000 millones de pesos en obra pública. Señaló que la abundante obra pública sostuvo el equilibrio social en estos dos años difíciles, generando trabajo para sectores de mediana y baja calificaci­ón profesiona­l. Por eso, vislumbra en el recorte anunciado un empujón masivo de esa franja social hacia el desempleo. “¿Qué nos puede pedir el Gobierno a nosotros si hace estas cosas?”, se pregunta Daer.

Pichetto suele decir que el Gobierno reclama acompañami­ento responsabl­e pero a veces “pretende que la oposición se comporte como si fuésemos oficialism­o”.

Definitiva­mente no es un problema de la economía. Es política pura. ■

La conexión política de la CGT de los grandes gremios con el PJ funciona con Pichetto como articulado­r.

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TÉLAM Microcentr­o. La CGT reclutó a un grupo de estudiante­s de teatro para darle colorido a su protesta contra la suba de tarifas.
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