Después de nueve años los libaneses vuelven a las urnas para elegir gobierno
La sangrienta guerra en Siria estará presente en el destino de estos comicios cruciales en el País de los Cedros.
Este domingo los libaneses podrán volver finalmente a las urnas, tras un lapso crítico de nueve años que no se pudo ejercer ese derecho.
La sombra de la guerra de siete años que ensangrenta a Siria estará muy presente entre los votantes. El carácter sectario de ese conflicto que enfrenta por encima del territorio sirio a las potencias iraní y saudita, entre otras, tensa las expectativas porque la grieta en Líbano corre pegada a los jugadores de aquella guerra. La situación, al menos, ha añadido cuotas de cautela para no despertar los fantasmas de un pasado fratricida no tan lejano.
La gran incógnita a despejar es el rendimiento electoral de la victoriosa intervención de la milicia del partido pro iraní Hezbollah del lado del régimen de Bashar al Assad en la guerra siria. En opinión de varios observadores, el partido shiita de Hassan Nasrallah le va a comer terreno a El Futuro, la organización del actual primer ministro Saad Hariri, un aliado de Arabia Saudita, y cabeza del voto sunnita en el bloque por ahora más numeroso.
Ciertamente, no ayuda al hijo del asesinado premier Rafiq Hariri el extraño episodio de su secuestro y dimisión forzada en Riad, renuncia que luego retiró. Sin embargo, hace prever su reelección el pacto no escrito –desde la independencia– de que el primer ministro de Líbano sea un sunnita, así como el presidente debe ser un cristiano maronita y el titular del Parlamento, un shiita.
La nueva ley electoral abre una rendija para contrarrestar el caudillismo dinástico y sectario. La participación en las elecciones libanesas es tradicionalmente baja, por el sistema de representación confesional que refuerza el voto sectario y deja poco margen a las sorpresas. Sin embargo, en estos comicios entra en vigor una ley electoral más proporcional, que debe permitir el ingreso de aire fresco en un sistema calificado a menudo de caudillista, feudal, dinástico, machista y corrupto. Eso sí, sigue garantizando la representación de las 18 confesiones reconocidas en el país, con una división salomónica de los 128 diputados entre cristianos y musulmanes.
La agrupación Hezbollah ha justificado su intervención en Siria para proteger lugares de culto de las hor- das yihadistas, algo que ha suavizado el regreso a casa dentro de un féretro de cientos de sus milicianos. Y que dificulta que nadie en Líbano se atreva a exigir su desarme.
Aunque Beirut, la novia de los árabes, siga dando muestras de vitalidad y capacidad de regeneración, lo cierto es que la guerra de Siria ha sido un jarro de agua fría para la economía libanesa, que antes crecía un 9% anual, en contraste con el 1% de los últimos años. Líbano ya está en el podio de países más endeudados.
Otra novedad refrescante es el número de mujeres candidatas: más de 80. Parece poco hasta que se compara con las tres diputadas actuales, todas ellas parientes de otros diputados. Asimismo, por primera vez, la diáspora libanesa ha podido ejercer el voto.
Estas rendijas han favorecido a las plataformas ciudadanas, nacidas al calor de las protestas de hace tres años, que abogan por terminar con la corrupción, el sectarismo y el machismo.
No es exactamente el programa de Hariri, apoyado por Riad, ni tampoco el del jeque Nasrallah, respaldado por Irán. Si a esto se añade un presidente, Michel Aun, quince años exiliado en Francia, no es de extrañar que el hombre de la calle explote con sorna: “A los libaneses nos iría mucho mejor con un Estado propio”.
Las grietas que dispara la crisis siria son de profundidad tal que en Beirut hay barrios con carteles callejeros que alaban a la dinastía de los Assad, pegados por apenas una calle de diferencia, con otros vecindarios que repudian a esas figuras y a todo lo que representa Irán. Diluir esas diferencias es el gran desafío que viene. ■
La gran incógnita es si la campaña militar de Hezbollah en Siria le agregará votos.