El doloroso éxodo de los venezolanos tras una nueva vida en Colombia
Crisis. Miles de personas cruzan la frontera escapando a la pobreza. Venden comida y hasta el propio cabello para vivir.
Mientras la hiperinflación sin control, la escasez de alimentos y medicamentos, el desempleo y la pobreza siguen golpeando a millones de venezolanos, miles de personas cruzan la frontera cada día para buscar mejores oportunidades en el exterior, en particular en la vecina Colombia.
Así, el ingreso de venezolanos a Co- lombia ha cambiado las dinámicas en muchas ciudades. Es común hoy en día ver calles abarrotadas de comerciantes informales ofreciendo todo tipo de artículos e incluso a mujeres venezolanas vendiendo su cabello de forma improvisada en la calle.
La ciudad colombiana más próxima a la frontera con el país gobernado por Nicolás Maduro es Cúcuta, atestada de ventas callejeras donde los ve- nezolanos piden unos cuantos billetes a cambio de sus pertenencias, que han traído a hombro por los pasos fronterizos.
Cerca del puente internacional Simón Bolívar, que separa las dos naciones, hay mujeres con tijeras en mano dispuestas a arrebatar la cabellera de las venezolanas. No se trata de ninguna disputa ni un hurto: es una transacción consensuada en la que las venezolanas dejan que su extenso pelo sea cortado a cambio de dinero para abastecerse de comida y regresar a su país.
El precio varía dependiendo del tono de cabello, la extensión y lo saludable que luzca, pues luego se usa para confeccionar pelucas. “En promedio una mujer recibe 60.000 pesos (unos 22 dólares) por su cabellera”, cuenta una de las compradoras al diario La Opinión de Cúcuta.
La autoridad migratoria maneja desde diciembre pasado la cifra de 550.000 venezolanos que residen en Colombia, pero organizaciones sociales afirman que puede ser el doble. Síntoma de esa proliferación son los puestos de comida rápida en las calles que ahora ofrecen productos típicos del país petrolero.
Yorman Galvis viene del estado venezolano de Zulia, llegó a la capital colombiana hace dos años y desde el año pasado trabaja en un restaurante en el que venden comida de su tierra.
“La arepa peluda (carne desmechada y queso) y los tequeños (dedos de queso con aguacate) son de lo más pedido. También compran pabellón criollo, que es de lo más típico de allá”, dice el joven de 28 años detrás del mostrador.
La comida venezolana no solo se ve en restaurantes. En las calles también abundan los puestos ambulantes que anuncian “arepas venezolanas”. Los mozos, auxiliares de cocina, cuidadores de autos, empleadas domésticas y hasta obreros de la construcción en Colombia tienen ahora acento venezolano.
Según Migración Colombia, cerca de 69.000 venezolanos obtuvieron el Permiso Especial de Permanencia (PEP) en 2017. El 40% de ellos reside en Bogotá. El gremio de comerciantes de la ciudad reveló un estudio que da cuenta del aumento del trabajo informal. Solo un 20% de los empresarios ha contratado formalmente a venezolanos.
“De los encuestados que aún no han contratado personal venezolano, en un 73 por ciento estarían dispuestos a hacerlo”, indicó el dirigente del gremio, Juan Esteban Orrego.
Pero no todos están en las grandes ciudades. Al campo colombiano han llegado algunos que están tomando puestos como recogedores de café.
Guillermo Sánchez es uno de ellos. Gana 32.000 pesos al día (12 dólares) y descontando sus gastos diarios, le quedan unos 115.000 al mes (43 dólares), que envía a su familia en el estado de Yaracuy.
Sánchez contó al diario El Tiempo que ese dinero al cambio venezolano son unos nueve millones de bolívares, con lo que a su familia apenas le alcanza para comer. “Tampoco es que puedan salir a un restaurante ni nada, todo está muy caro allá”, dice.
La vida nocturna también ha cambiado. Los burdeles están repletos de venezolanas que se prostituyen por menos dinero que las colombianas. “Sabemos que en las zonas de frontera la situación es muy crítica, pues se han generado situaciones entre prostitutas colombianas y venezolanas, una disputa del mercado”, explicó Olga Sánchez, directora de la organización feminista Casa de la Mujer.
“Muchas prostitutas de esta ciudad (Cúcuta) han tenido que moverse a otros lugares, pues aquí hay muchas venezolanas”, dijo a La Opinión Jennifer, una meretriz de 29 años.
En Arauca, un municipio ganadero a pocos kilómetros de allí, Jorge Sánchez, dueño de uno de los burdeles calculó que el 90% de las trabajadoras sexuales del lugar son venezolanas. Las 12 que trabajan en su negocio lo son, “algunas incluso con título universitario”, dijo a El Tiempo. ■