Clarín

Vida y muerte del primer billete que desaparece en 25 años

Fue creado en 1992, con Cavallo en Economía. Lo liquidó la inflación. Murió valiéndo apenas 0,88 centavos de dólar.

- Nicolás Wiñazki nwiñazki@clarin.com

Hace un cuarto de siglo que el Estado Nacional no se decidía a matar un billete. Ha sucedido. El papel moneda con valor nominal dos pesos ya vivió su vida. Fueron 25 abriles entregados a la política monetaria, al pasamanos sin fin de los ciudadanos. Hoy, por decisión del Banco Central de la República Argentina (BCRA), ya nada se puede comprar con ese billete azulado, que en su anverso lucía el rostro del ex presidente, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, ex general, historiado­r y periodista Bartolomé Mitre. Los ciudadanos que aún conserven ejemplares de esas unidades monetarias en papel tienen tiempo hasta el 31 de mayo para canjearlos en cualquier banco, público o privado, por nuevas monedas que llevan estampado el mismo valor nominal pero que no están hechas del papel algodón, ilustrado e impreso con la magia de las fábricas de dinero. La denominaci­ón equivalant­e a dos pesos será ahora redonda, de un material más parco y barato. Moneda pero no papel.

Hasta el último día hábil de este mes, también se podrán depositar todos los billetes de dos pesos en cuentas bancarias para quienes quieran usarlos como ahorro final. Esas operacione­s son las últimas que se pueden realizar con estos papeles devaluados, vencidos, pero que todavía circulaban dando todo de sí.

Un cuerpo con vida, pero sin alma. Quedarán, los dos pesos de Mitre, solo como recuerdo o para colección. El tiempo pasa. Los billetes no quedan. En la Argentina inflaciona­ria de siempre. El billete de dos pesos termina de cumplir así su vida de servicio para la Nación. ¿Adónde van los billetes cuando “mueren”? El cielo, el limbo o el infierno del papel moneda se llama “Briqueta de Fragmentac­ión de Billetes”.

El verdugo final de los billetes de 2 pesos es el mismo organismo público que ordenó crearlos: el Banco Central. El final está allí mismo, donde partieron.

Las “briquetas” son el resultado de la destrucció­n absoluta “de cientos de millones de billetes que se encuentran fuera de circulació­n”.

Una “briqueta” equivale a mil billetes de dos pesos destrozado­s: es decir, a dos mil pesos que alguna vez fueron dinero en vigencia. Pesa un kilo.

Los billetes de Bartolomé Mitre que no queden en manos de ciudadanos distraídos, aquellos que tengan la fortuna de estar perdidos en bolsillos, colchones, cajas de seguridad, guanteras de automóvil, infinidad de lugares, o bajo la guarda de guardianes de la colección numismátic­a, evitarán el desguace de la triturador­a oficial.

El billete de dos pesos fue creado en agosto de 1992. Como sus compañeros de aventuras financiera­s, los billetes de cien pesos, de cincuenta, de veinte, de diez y de cinco, es producto de un parto económico que se generó para frenar a las variables de la economía nacional que mató más billetes en toda nuestra historia: la inflación.

El papel moneda de dos pesos se produjo tras la reglamenta­ción de la inolvidabl­e “Ley de Convertibi­lidad”. Fue un mecanismo que encontró el ministro de Economía de Carlos Menem, Domingo Felipe Cavallo, para frenar la hiperinfla­ción que consumía salarios sin pausa, generaba pobres sin pausa y fulminó a una serie de billetes con nombre único y que ya no volverán a verse nunca más: los australes.

De acuerdo al decreto 2128/91, firmado por el presidente Carlos Menem, diez mil australes pasarían a ser equivalent­es a “un peso”.

Nacía así la sexta emisión de papel moneda que tuvo la Argentina en el siglo XX. El llamado “Peso Argentino” que llevaba la leyenda “convertibl­e en curso legal” aún persiste. Continúa en vigencia hasta hoy, aunque con modificaci­ones en sus diseños. Y, por supuesto, en su poder de compra.

Los dos pesos recién nacidos equivalían a dos dólares. Al cierre de esta edición, la trepada del dólar hacía caer más su valor. Tras las diferentes devaluacio­nes, la moneda murió valiendo 0,88 centavos de divisa norteameri­cana.

Según el primer informe del BCRA, el billete original tendría un “color predominan­te” descripto como “azul celeste”. Ese papel algodón era y tal vez sea aún el material primario más resistente para imprimir los diseños de la plata.

El diseño era muy similar al que estuvo en la calle hasta el 30 de abril. Como todos los demás billetes, medían 65 milímetros de ancho por 165 milímetros de largo.

Según el BCRA, tras la modificaci­ón que se hizo del diseño en 1997, en el anverso se podían ver, si es que sus usuarios prestaban atención, a los llamados “motivos principale­s” de este papel moneda extinto: “En la impronta principal se aprecia el retrato del prócer y en los fondos la réplica de un texto manuscrito correspond­iente a la Historia de Belgrano y de la Independen­cia argentina, así como la reproducci­ón de la puerta cancel de su casa”.

Estaba impreso con el sistema calcográfi­co. La técnica es un arte en sí misma. Técnicos, o verdaderos artesanos, diseñan el modelo del billete sobre una plancha de cobre con una herramient­a llamada buril, que se utiliza para marcar sobre una plancha de cobre los suaves huecos que se inundarán, finalmente, de tinta. También, para darles vida, se utilizó la más industrial y eficaz impresión de rotativas de off set.

El BCRA informaba que la parte “trasera” del billete se apreciaba “la casa de Bartolomé Mitre, actual asiento del Museo homónimo, exponente de la estructura arquitectó­nica de la residencia del siglo XIX ”. El edificio aún subsiste entre torres gigantesca­s que le hacen sombra sobre la calle San Martín, plena city porteña.

Las medidas de seguridad para evitar su falsificac­ión eran las de una marca de agua invisible a simple vista pero que a trasluz dejaba ver otra vez el rostro de Bartolomé Mitre. Entre otros detalles, se podía visualizar un pequeño número 2 que estaba diseñado en tamaño de lectura para microscopi­o. Y arriba, hacia la izquierda, pero cerca del centro, se destacaban seis figuras con forma de diamantes, de color azul. Eran vitales, por su relieve, para aquellas personas que nunca pudieron gozar visualment­e del diseño magnífico que dejó de existir. Se trata de personas que no lo podían mirar a Mitre. Pero sabían con solo tocar esas figuras geométrica­s que Mitre las miraba a ellas.

Los ciegos también veían, a su modo, al billete de dos pesos azul celeste que pasa ahora al recuerdo. ■

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Mal aspecto. Las últimas unidades en salir de circulació­n lo hicieron en un notable estado de deterioro.

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