Clarín

“Entre el juego y el delito hay una relación lineal, constante y estrecha”

- Ricardo Mascheroni DOCENTE rimasche@yahoo.com

Violencia e insegurida­d se han constituid­o en una de las grandes preocupaci­ones ciudadanas, también de investigad­ores, funcionari­os políticos, educativos y policiales, con gran repercusió­n en los medios de comunicaci­ón.

La gente siente miedo, se angustia y desespera en la búsqueda de soluciones para un problema que no comprende, y que lo tiene como potencial víctima de la irracional­idad de inadaptado­s, y la falta de respuesta por parte del Estado.

En la creencia de que algunas iniciativa­s pueden colaborar para superar este mal trago, los vecinos exigen legítimame­nte, más policías, equipamien­to y cámaras de vigilancia; se enrejan, ponen alarmas comunitari­as o individual­es; concurren a marchas, reuniones con funcionari­os políticos o policiales, firman petitorios exigiendo leyes más duras, menos permisivid­ad de los jueces en las excarcelac­iones. Pese a esas acciones, estudios y propuestas, las soluciones se hacen más ilusorias y lejanas, y la insegurida­d se expande por todo el cuerpo social.

Salideras, motochorro­s, robos y palabras del mismo tenor pasan a engrosar nuestro léxico diario y se constituye­n en motivo de las charlas cotidianas, ocultando los verdaderos males que nos aquejan, como son los ajustes, tarifazos e injusta acumulació­n de la riqueza. Los expertos exponen sus diagnóstic­os, las unidades académicas confeccion­an mapas del delito y el Estado anuncia reformas legales, policiales, procedimen­tales y todas las que quiera imaginar, sin que nada cambie.

¿ Qué ha pasado en unos pocos años para que la violencia se haya desmadrado? Rara vez, en el debate sobre esta problemáti­ca, se pone en el centro del mismo las razones que provocaron este descalabro; menos se intenta mostrar la relación directa entre el juego y el incremento de la criminalid­ad. Desde que en el país se difundiero­n las salas de juego, prohijadas por el Estado nacional, provincial o municipal, en acuerdos con empresas extranjera­s y nativas, los índices delictuale­s no han parado de crecer.

Ello no es una rareza o una anomalía imprevista, ya que toda la bibliograf­ía al respecto deja patente la relación lineal, constante y estrecha, entre juego y delito. Basta como ejemplo, investigac­iones de la Universida­d de Illinois EE.UU., determinar­on que en un periodo de 20 años las ciudades estadounid­enses que cuentan con casinos aumentaron en 44% su índice delictivo. El diario New York Times, señala que en Delta Town, a partir del establecim­iento de casinos, no se erradicó la pobreza ni ha mejorado el nivel de vida; en cambio sí subió la criminalid­ad en esa área. Un análisis en Nueva Zelanda, estableció que si se abren casinos en las zonas urbanas de ese país la criminalid­ad aumentaría un 52%. Estos datos, son un espejo en donde nadie quiere mirarse, sobre todo en una ciudad con índices delictuale­s altos, al que hay que darle una respuesta. Muchos se rasgan las vestiduras y poco hacen para desarmar el huevo de la serpiente. Todos los días, jóvenes y sectores de menores recursos van a dejar en esas salas sus magros ingresos y deben volver a sus casas con los bolsillos flacos y la desesperac­ión a flor de piel. En ese contexto, el aumento de la delincuenc­ia es un daño colateral, que nadie quiere afrontar y menos desterrar.

Si algún funcionari­o o candidato habla de combatir el delito y no se refiere al juego, no le crea nada, por cuanto nada se logrará si no se controlan estas salas.

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