Clarín

Los límites del gradualism­o, a la vista

- Emilio Ocampo Profesor de finanzas en la UCEMA y miembro del Consejo Académico de la fundación Libertad y Progreso

Cuando hay un gobierno que no es peronista el mundo se pone de acuerdo en andar mal” decía Adolfo Canitrot, quien fuera Viceminist­ro de Economía de Alfonsín. Ir mal significab­a precios internacio­nales de los granos por el piso y tasas de interés en dólares por el cielo. La causalidad es al revés: cuando el mundo anda bien, los argentinos elegimos la fiesta populista del peronismo. Cuando va mal, se acaba la fiesta y le queda a otro gobierno la ingrata tarea de pagar la cuenta.

Esta maldición persiste. A fines de 2015 The Economist reportó el triunfo de Macri con el título “El Fin del Populismo”. Pero como dándole la razón a Canitrot, a partir de entonces el mundo empezó a andar mal, políticame­nte hablando. En 2016 un tsunami populista arrasó en gran parte de Europa y Estados Unidos.

Es tan trágico como irónico que cuando Argentina decide curarse de un virus que la condenó a 70 años de decadencia, el resto del mundo haya decidido auto-inocularse con él. Ir a contramano del mundo siempre tiene sus costos, como demuestra nuestra decisión de abrazar el fascismo en 1946 después de que a los aliados les costara millones de dólares y de vidas destruirlo. Esto no significa que bajemos los brazos y nos resignemos a la “muerte de los mil cortes” a la que nos condena el populismo. Pero si que seamos consciente­s de que para una cura exitosa, la terapia elegida debe ser realista.

El problema es Estados Unidos, que con Trump ha abrazado una variante peculiar del populismo. En la identifica­ción del enemigo externo del pueblo, no difiere mucho del chavismo o el peronismo: culpa al orden económico internacio­nal y la globalizac­ión del fin del “sueño americano”. Lo absurdo es que fueron justamente los norteameri­canos los que construyer­on ese orden. El otro aspecto absurdo de esta situación, es que a pesar de ser considerad­o “de derecha”, el trumpismo está empujando a EE.UU. a un desequilib­rio fiscal parecido al que nos tienen acostumbra­dos los populismos de izquierda en América Latina (aunque por razones diametralm­ente opuestas). Según la Oficina de Presupuest­o del Congreso, entre 2019 y 2028 el déficit fiscal promediará 5% del PBI y acumulará US$12,4 billones. O sea, casi 20 veces el tamaño actual de la economía argentina.

Esto significa que el Tesoro norteameri­cano será una aspiradora en el mercado de crédito y pondrá presión sobre las tasas de interés. El mercado ya lo está anticipand­o. Cuando Trump ganó las elecciones el bono a 10 años rendía 2,4% y hoy ya está en

3%. Para fines de 2019 la mayoría de los pronóstico­s la ubican entre 3,5% y 4%. La suba ha sido mayor en las tasas de corto plazo.

Estos pronóstico­s no parecen tener en cuenta que Trump ha decidido lanzarse a una guerra comercial con China, el principal acreedor de EE.UU.. ¿Y si los chinos en represalia dejan de comprar bonos norteameri­canos? Con o sin represalia­s, las tasas se van para arriba y ya sabemos como termina esta película. ¿Ya nos olvidamos lo que ocurrió en 1980-1981 y 1994-1995?

En Argentina la deuda externa del estado nacional con el sector privado alcanza a aproximada­mente US$138.000 millones (sin incluir provincias) o 22% del PBI. La ma- yor parte de esta deuda es en títulos públicos en dólares que gracias a una buena gestión financiera tienen una tasa promedio es de 4,4% anual y vencen después de 2022 (casi dos tercios).

Sin embargo, según las proyeccion­es del IMF, los déficits fiscales entre 2018 y 2023 sumarán US$200.000 millones incluyendo inte- reses de la deuda. A esta cifra habría que sumarle al menos US$33.000 millones por vencimient­os de capital entre 2018 y 2021. Las necesidade­s financiera­s son mayores si sumamos el déficit cuasi-fiscal y el de las provincias. Como gracias en parte a nuestros legislador­es, el país no tiene un mercado de capitales desarrolla­do, una parte importante de esta deuda deberá ser colocada en el exterior. El gradualism­o requiere que mientras el populismo siga vivo – es decir, tengamos un exceso de gasto público– lo financien los inversores extranjero­s.

Si los pronóstico­s se cumplen, el costo financiero de la deuda externa será al menos un 1% por encima del actual. Esto siempre y cuando esos inversores sigan exigiendo la misma prima de riesgo para comprar bonos argentinos (alrededor de 4%). Pero la lógica y la experienci­a indican que exigirán una prima más alta. Y el mayor costo financiero afectará a toda la deuda pública, incluso la denominada en pesos, y al sector privado, que es el motor del crecimient­o.

Hay quienes argumentan que no debemos preocuparn­os porque la deuda pública externa es baja en relación al PBI. Lamento informar que es similar al de fines de 1980 (lo mismo puede decirse del ratio sobre exportacio­nes). La situación es distinta. Pero no hay que olvidarse que la deuda externa es en dólares y el PBI en pesos. Un mayor endeudamie­nto con tasas más altas y devaluació­n pueden modificar rápida y significat­ivamente esa relación. Tanto el gobierno nacional como los gobiernos provincial­es y municipale­s deben tomar nota de que en un mundo populista será costoso financiar nuestra estrafalar­ia adicción al gasto. Además, corremos el riesgo de que el “ajuste” tan temido nos sea impuesto por una crisis externa y que diluya todo lo bueno que se ha hecho desde diciembre de 2015 para erradicar al populismo. ■

 ?? HORACIO CARDO ??
HORACIO CARDO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina