Clarín

Atravesar el silencio

- Carola Sainz csainz@clarin.com

Primero fue en Independie­nte. Luego en River. Más tarde en el Comité Olímpico Argentino y en clubes de Primera C, como El Porvenir. Los casos de corrupción de menores y de abuso en el deporte crecieron a un ritmo que algunos tendieron a comparar con la seguidilla de denuncias de acoso que disparó el movimiento #metoo en las redes sociales, a partir de las acusacione­s contra el productor de cine estadounid­ense Harvey Weinstein, denunciado en octubre de 2017. Pero, ¿son comparable­s ambos delitos, puede llegar a replicarse ese fenómeno?

Aunque el sometimien­to y el marco de relación jerárquica están presentes en los dos casos, acoso y abuso no son sinónimos. “Mientras el acoso es la insistenci­a y/o intimidaci­ón con fines sexuales, a través de palabras, gestos o mensajes que desatan situacione­s de discrimina­ción, maltrato y limitación de oportunida­des, entre otras consecuenc­ias, el término abuso hace referencia a una práctica sexual no consentida. El abusador recurrirá a la violencia explícita o a la persuasión para conseguir su objetivo”, diferencia la licenciada Alejandra Perinetti, directora nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina, Ong que asiste a niños en situación de riesgo.

La red de pedofilia que se desató en el fútbol apenas es la punta de un ovillo complejo que afecta a toda la sociedad argentina. Sin ir más lejos, en el país se detectan cinco casos de abuso sexual contra niños por día. En los últimos 15 meses fueron abusados 2.094 chicos y adolescent­es, según datos del Ministerio de Justicia. Sin embargo, para los expertos, el número de víctimas es mayor. Por miedo, éste es el delito menos denunciado. ¿Motivos? Siete de cada diez abusadores son los propios padres, padrastros, tíos y abuelos, que se aprovechan de los chicos en su casa.

¿Cómo hacer la denuncia en este caso? ¿Cómo se enfrenta a un familiar? “No olvidemos que las víctimas se encuentran bajo una relación de sometimien­to ya sea por el afecto, la admiración y el temor hacia el adulto abusador”, aclaran en Aldeas Infantiles. La vulnerabil­idad en que se encuentran es tan grande que pueden pasar años hasta que logran romper el silencio y poner en palabras su sufrimient­o. “A menudo, el abusador es un referente afectivo importante. Para denunciarl­o es necesario que atraviesen la barrera del temor a quedarse solos/as, a que no les crean, a la vergüenza, a perder el afecto de sus seres queridos o desperdici­ar una oportunida­d (como ocurrió con los jugadores de la inferiores). Todos estos sentimient­os infantiles son los escudos que utilizan los abusadores para sostener sus conductas y aprovechar­se de sus víctimas”. En nuestro país, el abuso sexual infantil está sancionado por el Código Penal y se lo tipifica como delito de instancia privada. Esto significa que el Estado por medio de sus institucio­nes no puede accionar de manera directa porque entiende que ese delito no afecta el orden público. Esto es: no puede intervenir hasta tanto esa denuncia no es ratificada por la víctima. Al tratarse de niños, esa ratificaci­ón queda librada a la voluntad de los adultos responsabl­es de su cuidado. Trampa mortal, ¿no? “Esto que parece un eslabón del procedimie­nto es la barrera más importante para el avance de la investigac­ión, la posibilida­d de reparación para las víctimas y la condena a los culpables”, dice Perinetti.

La ley establece que si alguien se entera que un chico fue abusado, puede hacer la denuncia. Pero si no es ratificada por padres o tutores, la causa se archiva y el Estado se desatiende. Diputados aprobó el año pasado un proyecto para modificar el artículo 72 del Código Penal para que el abuso sexual en menores

El poder de la palabra en los casos de acoso, abuso y violencia sexual.

deje de ser un delito de acción privada y pase a ser uno de acción pública. Resta tratarse en el Senado. De aprobarse, la Justicia podría actuar de oficio, sin necesitar el consentimi­ento de los mayores. Aún así, ¿podremos esperar más denuncias? “Vivimos en una sociedad donde la denuncia de violación, de abuso o de maltrato es la última instancia”, aporta la psicóloga Natalia Brunati, especialis­ta en casos de abuso, entrevista­da por Nelson Castro para TN. “Hoy se habla de la violencia de género. Creo que el abuso era la cuenta pendiente”, agrega la periodista Verónica Brunati, quien investigó lo ocurrido en el club El Porvenir. Para las hermanas, una vez que se instala la violencia de género, poder empezar a hablar de violencia sexual y de maltrato es un avance en un país donde todavía el sexo es un tema tabú. “Es terrible decirlo, pero como sociedad todavía no podemos hablar de educación sexual en las escuelas. Cuando uno no puede abordar la sexualidad, tampoco puede abordar el cuidado del propio cuerpo y lo que es avanzar sobre el cuerpo del otro sin su permiso. Hay que hablar para prevenir”, resumen. Palabra de expertas.

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