Clarín

El pálido fuego de Rossini

La ópera de juventud del célebre compositor italiano, en una puesta prolija con toques de revista.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

La italiana en Argel se estrenó en 1813. “Cuando escribía La italiana en Algeri -apuntó Stendhal en Vida de Rossini-, el autor estaba en la flor de la juventud y del genio; no temía repetirse; no intentaba hacer música forte; vivía en el amable país de Venecia, el más alegre de Italia y acaso del mundo, y ciertament­e el menos pedante; el resultado de este carácter de los venecianos es que quieren ante todo en música cantos agradables y más ligeros que apasionado­s. Fueron servidos a la medida de sus deseos en La italiana en Argel. Jamás pueblo alguno gozó de un espectácul­o más conforme a su carácter, y de todas las óperas que existieron, esta es la más adecuada al gusto de los venecianos.”

Han pasado más de doscientos años, lamentable­mente no somos venecianos, y las óperas cómicas ya casi no hacen reír; lo que en todo caso permanece en ellas es una llama musical, que en verdad es muy débil en La italiana en Argel (un pálido fuego, para decirlo con una metá- fora de Nabokov). Las documentad­as notas de programa de Sebastiano de Filippi nos informan que esta ópera sólo se presentó seis veces en la historia del Colón. Parece poco, pero bien mirado no lo es. La italiana acaso sea ese tipo de obras que sobreviven en el repertorio porque hay grandes estrellas de la lírica o mezzos de coloratura que las sostienen. Y, aunque no estuvo mal cantada, no fue el caso de esta séptima presentaci­ón en el Colón.

El reparto fue encabezado por la mezzo española Nancy Fabiola Herrera, técnicamen­te solvente pero un tanto carente de gracia, de expresivid­ad, de seducción. Tal vez el látigo que el régisseur Joan Anton Rechi puso en sus manos para acentuar el liderazgo femenino que se plantea en esta obra de comienzos del siglo XIX no haya convenido a la parte musical.

Fue más convincent­e el tenor español Xabier Anduga en el rol de Lindoro, con líneas más fluidas y un virtuosism­o menos estudiado. El bajo argentino Nahuel Di Pierro y el barítono estadounid­ense Damon Ploumis sobresalie­ron en los respectivo­s roles de Mustafá y y Taddeo; Oriana Favaro (Elvira) y Mariana Rewerski ( Zulma) dieron brillo al harén de Mustafá, mientras que el entrañable Luis Gaeta completó el cuadro bufo como Hally.

La puesta recurre al látigo, brillos, plumas, una corte de travestis bastante freaks, todo en el estilo del teatro de revistas, aunque nada resulta tan cómico como el camello sentado a la izquierda del escenario que mueve su cabeza mientras suena la entusiasta obertura de Rossini. Rechi parece caótico, pero sabe lo que hace, y su resolución del conjunto al final de primer acto fue impecable.

La orquesta sonó ágil y segura bajo la batuta del italiano Antonello Allemandi, y el Coro Estable cumplió sobradamen­te su labor bajo la dirección de Miguel Martínez. ■

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Opera cómica. Esta es la séptima vez que se presenta en el Colón.

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