La chance de comer en lo más alto de Buenos Aires
Está en el piso 31 del Alvear Icon de Puerto Madero, un hotel de lujo que se inauguró el año pasado. Tiene enormes ventanales, panorámicas únicas y cocina a la vista.
El restaurante Kayla, en el hotel Alvear Icon de Puerto Madero, está en el piso 31 y sus mesas panorámicas miran a la Ciudad. Desde los ventanales se pueden observar los edificios, la Reserva Ecológica, el río y hasta la costa de Colonia, en Uruguay.
A la hora de elegir un restaurante, la mayoría de los clientes prioriza qué ofrece su cocina. Pero hay otros dos elementos que suman a la experiencia: servicio y ambiente. Y si hablamos de este último punto, Buenos Aires acaba de incorporar un nuevo espacio donde la ambientación se im- pone: a 124 metros del piso, ya se puede comer en el restaurante más alto de la ciudad.
Kayla fue inaugurado hace tres semanas en el piso 31 del Alvear Icon, el 5 estrellas del grupo Sutton en Puerto Madero. Hace referencia a un nombre bíblico, que significa corona de laureles, y es un homenaje a la presencia femenina en los nombres de las calles del barrio.
Por ahora sólo abre para la cena, a partir de las 19. En estos cortos días otoñales, los comensales son recibidos por una vista de postal: las luces de Buenos Aires son un imán y es imposible no acercarse a los enormes ventanales para mapear todos los edificios que se ven debajo.
“A la gente le encanta descubrir cosas de la ciudad. Yo todavía me quedo mirando y buscando edificios. El otro día descubrí que el Barolo tiene un faro”, cuenta Roberto Marino, director de Restaurantes del Icon.
Las vistas son casi panorámicas. El puente de la Mujer está ahí al alcance de la mano, al igual que la Casa Rosada, el CCK y la Fragata Sarmiento. Justo abajo, Los Molinos Building de Faena y la calle Moreno, roja por las luces de los autos que suben hacia el Oeste. Más allá se ve la cúpula iluminada del viejo Banco de Boston y los carteles de LED del Obelisco impactan con su resplandor.
“Cuando está el tráfico complicado, es la verdadera ciudad de la furia”, dice Marino y muestra el poco tránsito que hay en la Rábida esta noche. La vista al atardecer, cuando el sol se pone detrás del skyline porteño, es impagable.
El restaurante tiene 65 cubiertos y 10 de ellos están dispuestos en cinco mesas en un sector ultra vip, el que da junto al ventanal sobre el dique. Roberto cuenta que son las mesas que primero piden en las reservas, y que tratan de dejarlas para las parejas en plan de cena romántica. Pero aclara que desde todo el restaurante se puede obtener una buena vista y revela su secreto, una mesita escondida que tiene la mejor vista de todas.
Sobre el Este, la experiencia cambia: esta cronista pega su frente al vidrio e intenta divisar las líneas que dividen a la Reserva Ecológica del río y del cielo. Es imposible: la negrura de la noche recortada entre las dos torres Renoir es absorbente y, sumada a la música house de PHCK que suena, entrega un momento absolutamente hipnótico. “Las lucecitas que titilan son barcos o boyas”, aclara el ejecutivo, y confiesa que a veces sube a trabajar acá porque la imagen del río (dice que Colonia se distingue perfecto) es energética: “Ahora la gente pide la vista de la ciudad, pero cuando abramos al mediodía va a cambiar”.
En varias de las grandes metrópolis del mundo, como Londres, Manhattan, Dubai y Bangkok, hay lugares donde comer en altura. Aquí, Kayla destronó al Zirkel (piso 22) y el bar del piso 23 del hotel Panamericano. Para llegar al restaurante hay que subir por un ascensor que demora 45 segundos, pero ni se sienten. Tampoco se siente el viento, porque la estructu-
ra está preparada para amortiguarlo: el edificio se construyó con acero y los ventanales tienen dos vidrios laminados de 5 milímetros cada uno y cámara de aire en el medio. En la decoración, el acero se destaca al igual que la madera, el mármol y el cuero, un estilo de lujo despojado acorde con toda la estética del hotel.
Respecto de la propuesta gastronómica, los productos argentinos son centrales. La revalorización de nuestra cocina y sus alimentos, con técnicas de vanguardia, son el distintivo de varios restaurantes de lujo con los que compite en su target Kayla, como Chila y Elena. A cargo de la carta está Diego Novo, un cocinero con bajo perfil mediático y larga experiencia, se formó con uno de los grandes chefs de la Argentina al que prefiere no nombrar (“lo considero un padre en la gastronomía, pero no quiero colgarme de la fama de nadie”, aclara).
Esa gastronomía nacional se expresa en cordero, chivito, morcilla, dulce de leche y otros productos, trabajados con técnicas y combinaciones novedosas y presentaciones atractivas, más una cava de 150 etiquetas sólo de vinos argentinos.
Todos los platos se preparan en una enorme cocina en el medio del salón, delante de todos los comensales, que es parte también de la experiencia. “Nunca en un trabajo pude disfrutar una vista semejante durante todo el proceso de producción. Contemplamos el día y la noche. Kayla va a marcar un antes y un después en Buenos Aires”, asegura el chef. ■