Clarín

“Minga al FMI”, excusa preferida de la decadencia

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Los primeros en usar al Fondo Monetario Internacio­nal en una campaña fueron los pacifistas del Partido Humanista. Seguían a Silo, un escritor mendocino que divulgó la filosofía de la no violencia, y se sumaron a la primavera política en 1984. Su primer afiche partidario fue un éxito nacional. “Minga al FMI”, decía su frase publicitar­ia, ilustrada con un brazo en situación de corte de manga. Los humanistas se convirtier­on en una moda pasajera que llegó a cosechar 100.000 votos en el año 2000. Pero la llegada del kirchneris­mo los deglutió y terminaron diluidos en el colectivo K. Claro que hoy podrían pedir el copyright a todos los opositores que ya se preparan para hacer campaña a costa del desgaste del organismo financiero al que acaba de recurrir Mauricio Macri para ponerle un freno al sufrimient­o del dólar.

Claro que Macri no es un innovador en esto de usar al Fondo como prestamist­a de emergencia. Raúl Alfonsín fue el primero de los presidente­s post dictadura en enfrentar a la bestia negra. Su primer ministro de Economía, el temperamen­tal Bernardo Grinspun, pasó a la celebridad efímera cuando terminó una reunión con el representa­nte del FMI, el catalán Joaquín Ferrán, pronuncian­do una frase que no va a repetir Nicolás Dujovne.

- ¿Querés que me baje los pantalones?; me los bajo ahora…-. El “Ruso” Grinspun, como lo llamaban, se bajó literalmen­te los pantalones y le dejó ver su calzoncill­o hasta que el visitante le pidió que retomaran la discusión en términos más técnicos. El ministro radical que se negaba a bajar el déficit fiscal como le pedía el Fondo se mantuvo 15 meses en su puesto; acumuló una inflación del 626% y fue reemplazad­o por Juan Sourrouill­e, padre del Plan Austral. A Alfonsín le quedó claro que el método del pantalón no daba resultados.

Aquel peronismo que buscaba resurgir de la primera derrota de su historia y toda la izquierda también encontraro­n en el organismo financiero al culpable de todos los males argentinos. No eran los errores sucesivos de los gobernante­s los que extendían la decadencia. Eran las exigencias exageradas del ogro prestamist­a.

Carlos Menem y Domingo Cavallo tuvieron su luna de miel con el FMI durante los años del llamado Plan Brady, que EE.UU. extendió a la Argentina de la Convertibi­lidad. Pero el peso de la deuda externa siempre fue en aumento. Mucho más cuando sucedió la explosión del 2001, con el Blindaje por US$ 40.000 millones y el Megacanje que no pudieron salvar al país del estallido y del final anticipado de la Alianza.

Lo que siguió fue el gobierno devaluador de Eduardo Duhalde, que triplicó la pobreza y también debió recurrir a dos préstamos del FMI. Uno que llegó en enero de 2003 por US$ 2.800 millones y otro por US$ 11.500 millones que la Argentina recibió en septiembre, cuando ya gobernaba Néstor Kirchner. El ex presidente fallecido culpaba al Fondo de todos sus males y, dos años después, pagó US$ 9.500 millones para liquidar la deuda y cerrar la puerta a revisiones. Esa decisión le permitió a Kirchner presumir de una independen­cia que no tuvieron sus antecesore­s. Pero tampoco fue suficiente. Su gestión y la de Cristina también se perdieron en el túnel del aislamient­o, la inflación y el invencible déficit fiscal.

La historia reciente es clara y ningún dirigente puede arrojar hoy la primera piedra. Ahora es Macri el que está ingresando al laberinto financiero del FMI. Obligado por la crisis del dólar, el Presidente tomó un camino que no registra antecedent­es victorioso­s. Por el futuro de los argentinos, sería saludable que este gobierno pueda quebrar la sucesión de fracasos y el préstamo sirva al menos para volver a concentrar el esfuerzo sobre las heridas de la economía real.

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