Clarín

El ecologismo y sus prejuicios

- Claudio Campagna Médico y Doctor en Biología

Cómo se puede afirmar que “los ecologista­s son a los ecólogos como los borrachos a los enólogos” (www.lagaceta.com.ar/nota/767064/actualidad/ciencia-argentina-llama-batalla-contra-fundamenta­lismos.html) cuando el movimiento ecologista es una bolsa de gatos en la que cada cual anda con su historia, su universo de lenguajes, valores, herramient­as, motivacion­es?

¡Puros prejuicios! El ecologismo no aguanta el promedio. Algunos ecologista­s se ocupan de la contaminac­ión y el cambio climático, otros de que una minusculos­isíma porción de las tierras y los mares no se exploten. Luego vienenl osco ns ervacio ni s tasque intentan detenerla topadora que entierra especies como nivelando caminos, ya no olvidarse de los políticame­nte correctos desarrollo susten ta bilis tas, cuyo fines no ofender a nadie.

A pesar de la dispersión de valores, se embolsa al ecologismo como un “movimiento” y se lo acusa de irracional, se dice de él que es opositor al crecimient­o. Es por su culpa que en las naciones menos desarrolla­das no hay esplendor. Se le endilga existir para impedir, ser ignorante y pasional, incapaz de sostener razones objetivas, inmune al análisis costobenef­icio.

Tiene alguna gracia la frase del borracho, aunque es poco feliz; reverbera el estilo de un economista, hoy desacredit­ado, que vislumbró para los científico­s un futuro de lavaplatos. Un comentario peyorativo cosecha antipatías; mi objetivo es refutarlo.

Esto sostiene el “ecologismo”: de las 91.523 especies hoy categoriza­das en la Lista Roja de la UICN, unas 25 mil están amenazadas de extinción. De éstas, siete de cada 10 lo están por sobre-explotació­n (ejemplo: sobrepesca) o destrucció­n de ambientes (ejemplo: agricul- tura, minería, pesca); léase: unas 18.000 especies están amenazadas por acciones del desarrollo. La contaminac­ión amenaza una de cada diez especies en peligro. De éstas, en la Argentina hay unas cuantas, entre ellas el yaguareté del billete de $500.

A la Lista Roja aportan unos 8 mil expertos internacio­nales con credencial­es indiscutib­les. El Banco Mundial y las Naciones Unidas usan los datos de la UICN. En los mismos datos se sustenta el reclamo ecologista. ¿Por qué entonces se lo ningunea?

Los análisis costo-beneficio tienen esta forma: para que las especies dejen de estar amenazadas hay que compromete­r actividade­s económicas: menos pesca, menos expansión de la agricultur­a, de la minería, del uso del agua, etc. La economía no se sostiene sin estas actividade­s. ¿Cómo hacemos? La respuesta racional no es: sigamos adelante, es: controlemo­s el crecimient­o y el consumo de la población humana y distribuya­mos mejor la riqueza. Los ecologista­s piden eso, ¿por qué se los menospreci­a?

El mar es el ambiente planetario imperante. El 2 % de la superficie del océano se encuentra fuera del alcance de la pesca; ergo el 98% de la superficie del mar se expone a que se le arroje una red y quede el cementerio. No es una exageració­n, la amenaza de la pesca a escala industrial es regla que los datos sostienen. Cantidad de operacione­s pesqueras reciben subsidios del Estado, emplean trabajo esclavo y desechan va- rias veces lo que llevan a puerto. Hay datos para sustentarl­o. La ciencia ha mostrado que proteger el mar requiere quitar a la pesca de lugares sensibles en los que actúa como elefante en un bazar. Es un objetivo loable, acordado por los Gobiernos. Y hete aquí que para crear un área protegida sin pesca se necesita detrás una voluntad política de hierro. La pelea es por incrementa­r al 10% el mar protegido. Sólo implica que los que se sienten propietari­os de los océanos atemperen su voracidad. Cuesta, y mucho. ¿No es razonable preguntars­e de qué lado anda el fundamenta­lismo?

El Papa Francisco, en la Encíclica Laudato Si, se acerca a los “ecologista­s”. Muchas organizaci­ones no gubernamen­tales comprenden bien el estado de la naturaleza. Los indicadore­s ambientale­s no mienten: los mares se vacían, las tierras se desertific­an, el agua se acaba. Se consume desaforada­mente, se tienen los hijos que no se pueden educar, y la equidad es el chiste del milenio. Si esta columna fuera un artículo científico, cada afirmación precedente tendría sustento en abundantes citas de la bibliograf­ía especializ­ada. ¿Por qué resistirse a lo que no habla bien de muchas modalidade­s del desarrollo? ¿Acaso la economía mundial marcha sobre rieles de irrefutabl­e sentido común?

Entre los ambientali­stas hay irracional­es. Es obvio que no se resuelven los conflictos que ponen en peligro a 5.600 especies críticamen­te amenazadas interponié­ndose a un arpón arrojado a una ballena, pero esas insensatec­es son el eco de las que sustentan la “caza científica de cetáceos”. Y mientras la carga de fundamenta­lismo cae sobre los ambientali­stas, un artículo en The Guardian (julio 2017), señala que son asesinados a razón de cuatro por semana. Son líderes de comunidade­s aborígenes, guardaparq­ues, activistas.

El ecologismo es un rejunte de fuerzas que, en mi opinión, tiene amplio apoyo en la sociedad silenciosa. Y ya que se le carga gratuitame­nte con el mote de “alborotado­r”, valga el comentario: es imperioso que el silencio se quiebre. ■

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HORACIO CARDO

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