Clarín

Una propuesta que no solemos rechazar

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Seamos francos, aunque nos duela: nos sentimos atraídos por las conductas mafiosas. No somos Don Corleone, no; pero algo hay en la arbitrarie­dad, la transgresi­ón, el joder al prójimo, propio de las mafias más rancias, que nos cautiva y nos embelesa.

Hasta hace unos cuantos meses en la parada de taxis de Aeroparque prestaba servicios una serie de vehículos a los que las malas lenguas, que nunca faltan, acusaban de andar flojos de papeles. Algunos decían que eran truchos, válgame Dios. También decían esas lenguas bífidas, que los conductore­s impulsaban un corporativ­ismo que impedía que colegas no iniciados en el sectarismo pudieran trabajar. Y que para mantenerse vigentes, esa cofradía recurría a veces a procedimie­ntos non sanctos.

El hecho es que las autoridade­s implementa­ron un control sobre los taxis, que asegura confiabili­dad y seguridad: al menos que los papeles del animal mecánico y del humano que lo maneja, estén en regla. Las colas de viajeros que ansían volver pronto a casa, son despachada­s con rapidez. Sin embargo, la antigua cofradía no se da por vencida: encara la avenida Costanera hacia el sur, detiene sus taxis en el bulevar frente a la estación aérea y se nefregan del orden instituido. Eso no es nada: mucho de los pasajeros también se nefregan en quienes hacen la cola del taxi legal, pasan por entre ellos, los miran con desprecio y abordan los taxis del desorden. La duda surge al determinar quién es más mafioso: si Don Corleone o quienes le rinden pleitesía. Y la otra duda es dilucidar por qué es que tenemos la burla a la ley estampada en nuestro ADN. Misterio de las pasiones argentinas.

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