Una propuesta que no solemos rechazar
Seamos francos, aunque nos duela: nos sentimos atraídos por las conductas mafiosas. No somos Don Corleone, no; pero algo hay en la arbitrariedad, la transgresión, el joder al prójimo, propio de las mafias más rancias, que nos cautiva y nos embelesa.
Hasta hace unos cuantos meses en la parada de taxis de Aeroparque prestaba servicios una serie de vehículos a los que las malas lenguas, que nunca faltan, acusaban de andar flojos de papeles. Algunos decían que eran truchos, válgame Dios. También decían esas lenguas bífidas, que los conductores impulsaban un corporativismo que impedía que colegas no iniciados en el sectarismo pudieran trabajar. Y que para mantenerse vigentes, esa cofradía recurría a veces a procedimientos non sanctos.
El hecho es que las autoridades implementaron un control sobre los taxis, que asegura confiabilidad y seguridad: al menos que los papeles del animal mecánico y del humano que lo maneja, estén en regla. Las colas de viajeros que ansían volver pronto a casa, son despachadas con rapidez. Sin embargo, la antigua cofradía no se da por vencida: encara la avenida Costanera hacia el sur, detiene sus taxis en el bulevar frente a la estación aérea y se nefregan del orden instituido. Eso no es nada: mucho de los pasajeros también se nefregan en quienes hacen la cola del taxi legal, pasan por entre ellos, los miran con desprecio y abordan los taxis del desorden. La duda surge al determinar quién es más mafioso: si Don Corleone o quienes le rinden pleitesía. Y la otra duda es dilucidar por qué es que tenemos la burla a la ley estampada en nuestro ADN. Misterio de las pasiones argentinas.