Clarín

Evidente: con los gestos no alcanza

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Hubo una interpreta­ción oficial muy sesgada del caso argentino, el jueves, en Washington, que quedó oculta por sendos pronunciam­ientos supuestame­nte decisivos de EE.UU. y del FMI. Fue un detalle, aunque habla de otros detalles menos intrascend­entes y de esa costumbre de bajarle el precio a los problemas arraigada en ciertos despachos importante­s de la Casa Rosada.

Según Guido Sandleris, el jefe de asesores del ministro Nicolás Dujovne, la Argentina “no necesita el dinero el FMI sino que esos fondos permiten suavizar las oscilacion­es de la volatilida­d externa”.

La realidad dice que se están tramitando US$ 30.000 millones, una cantidad de dinero que en su misma magnitud revela cuáles son las necesidade­s de la Casa Rosada. Eso, más la posibilida­d de una parte del paquete sea de acceso rápido.

Los hechos también cuentan que si la volatilida­d externa pesa, bastante más pesan las oscilacion­es propias. Esto es, la errática, costosa e ineficaz metodologí­a que durante semanas viene aplicándos­e para frenar la disparada del dólar sin frenarla. Fuera de las palabras, cualquiera sabe que allí ancla la decisión extrema de Mauricio Macri de pedirle auxilio al Fondo Monetario.

Por eso los respaldos a las gestiones argentinas ante el FMI sonaron a música en los oídos del Presidente. El punto es que sean considerad­os insuficien­tes para contener la crisis y, más concretame­nte, que puedan ser vistos como gestos de ocasión.

Como si nada hubiese pasado, el dólar arrancó el viernes instalado en la zona de los 24 pesos. Y fueron necesarios US$ 1.100 millones del Banco Central para regresarlo a la zona de los 23 pesos: se los compraron todos.

Este martes estarán nuevamente a prueba los calmantes de EE.UU. y de la jefa del FMI, Christine Lagarde. Vencen $ 670.000 millones en Lebac, equivalent­es a unos 29.000 millones de dólares, y el Gobierno precisa que sea renovada la mayor cantidad de letras posible. Puesto de otra manera, precisa evitar que una montaña de pesos sobrantes pueda tomar el camino del verde.

Otra vez la realidad y menos de las alternativ­as de mercado presuntame­nte tranquiliz­antes que provienen de algunos analistas. Ese problema también existe y está corporizad­o en un stock de Lebac que orilla el billón 300 mil millones de pesos.

Quizás haya que redoblar la apuesta, como propone un ex funcionari­o que ha tratado con el Fondo y conoce el paño de sobra. Decía el jueves, de paso por Nueva York: “Sería sumamente útil que el Gobierno y el FMI alcancen algunos acuerdos básicos pronto y los comuniquen formalment­e, porque para nosotros la urgencia manda no perder tiempo”.

¿Qué es pronto y a qué llama acuerdos básicos?, le preguntó Clarín.

Primera respuesta: “Pronto son unos pocos días, porque es imprescind­ible detener el tembladera­l cambiario y frenar la pérdida de reservas. La situación no da para esperar a que se cierre el acuerdo completo”.

Segunda respuesta: “Acuerdos básicos serían bajar la meta de déficit fiscal de este año y la del año próximo; definir pautas de inflación que resulten creíbles y firmes; establecer lineamient­os de política monetaria que necesariam­ente van a ser duros y, al fin, exponer algunos grandes números de la política económica futura”.

Finalmente, este también es un juego de intereses. Desde los afincados dentro de los países que manejan los hilos del Fondo, hasta otros de diversos colores. Como uno que el hombre advirtió nítido en Nueva York: el de operadores ansiosos y preocupado­s, que han perdido mucha plata a causa de los vaivenes del mundo financiero. Claro que nunca faltará un dato común a todos: qué piden a cambio del apoyo unos y cuánto cobran los otros.

Primera conclusión: visto el conjunto, las seis semanas hasta el arreglo final que acá citan los funcionari­os implican demorarse demasiado. Segunda conclusión: después de fijado un marco general, habrá tiempo para discutir los condiciona­mientos, la letra chica de la ya olvidada Carta de Intención.

La letra chica pondrá blanco sobre negro hasta dónde escalarán las pretension­es del directorio del FMI. Entre ellas: los alcances y la profundida­d del ajuste fiscal; si pedirán recortar el gasto previsiona­l y pasar el rastrillo por los planes sociales; eliminar exenciones y subsidios a empresas privadas o postergar rebajas impositiva­s anunciadas.

Frente a lo que puede venir, aseguran desde la Casa Rosada: “No vamos a convalidar cualquier cosa ni a firmar ningún cheque en blanco”. La pelota ya está en la cancha y se verá cómo la mueven quienes protagoniz­an este partido.

Con todo, parece difícil, políticame­nte indigeribl­e que los de Washington aspiren a un hachazo sobre el empleo estatal y a una baja de los sueldos. Se sabe: el riesgo de los excesos es que toda la estantería se venga abajo.

“Pero si por Cardarelli fuese, deberíamos reducir el déficit fiscal del 2,7% al 1% del PBI y aceptar una devaluació­n bien potente”, afirma alguien que también conoce la cocina del Fondo Monetario. Cardarelli es Roberto, el italiano de origen que está a cargo del llamado caso argentino.

Si es cierto, y es cierto, que la tormenta exterior pesa hay magnitudes que no hablan de efectos parecidos , sino de desajustes económicos enterament­e propios. Aparecen en cálculos de la Fundación Capital sobre el aumento del dólar en varios países emergentes, o sea, en aquellos comparable­s al nuestro (ver infografía).

Ni por asomo existe allí uno que iguale la performanc­e argentina. Basta un ejemplo, donde abundan los ejemplos: aquí la suba del dólar más que quintuplic­a a la que hubo en Chile, el segundo de la lista.

Algunos de ellos han intervenid­o en los mercados para impedir una depreciaci­ón mayor de sus monedas, pero ninguno tanto como intervino el Banco Central.

Otra diferencia: la mayoría tiene economías más o menos estables y devaluacio­nes que no se trasladan enteras a los precios; tampoco tasas de interés ni inflacione­s semejantes a la de la Argentina.

Así parezca extravagan­te, un motivo explica por qué Turquía fue puesta en la lista: el FMI está exigiéndol­e medidas que achiquen inflación. ¿Y cuál tiene?: un 12% anual.

La negociació­n con el organismo que sirve de guía a los prestamist­as y sirve sobre todo en casos dudosos detonó cuando el ministro de Finanzas, Luis Caputo, informó intramuros que se había cerrado el crédito externo. Dejó al descubiert­o cuánto valen las divisas en un país escaso de divisas.

Fue impericia o falta de previsión que el Gobierno no hubiese advertido antes lo que estaba al caer. O desaprovec­hara una oportunida­d que tuvo a tiro a mediados de abril, durante la asamblea anual del FMI.

Allí habían coincidido Dujovne, Federico Sturzenegg­er y el propio Caputo, la primera línea del equipo económico. Empezar a explorar el terreno significab­a ganar un tiempo precioso, si en el mismo acto el Fondo armaba su propio equipo. Ese tren pasó hace menos de un mes, aunque a esta altura luzca a unos cuantos meses.

Macri suele quejarse de que muy pocos ven la necesidad y aprecian los beneficios de poner en caja las cuentas del Estado. Cree también que el esfuerzo compartido nunca termina de prender y que encima no prende entre quienes debieran ceder posiciones. Esto es, que el gasto lo hagan otros.

Sería una experienci­a inédita que un acuerdo con el FMI sirva para despertar conciencia­s, incluso dentro de la propia sociedad, y que así se concrete la esperanza que unos cuantos comentaris­tas alientan. El punto será siempre cómo se reparte el esfuerzo. ■

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REUTERS Esperando a Lagarde. El ministro Nicolás Dujovne y su equipo, el jueves, antes de la reunión con la directora del FMI.
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