Clarín

Donde la inclusión no se declama: se vivencia

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Mariángele­s Castro Sánchez Directora de la Licenciatu­ra en Orientació­n Familiar del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral

Cuánto hay de cierto y cuánto de mito en algunas de las sentencias tradiciona­lmente ligadas a la noción de familia? Sabemos que los humanos somos seres familiares. Que nuestra experienci­a vital transcurre en una alternanci­a entre la intimidad y la apertura. En un vaivén que enlaza lo público y lo privado. Pensamos, pues, la familia como el concepto que designa a ese núcleo primario de pertenenci­a, nuestra comunidad más próxima, el nosotros básico desde el cual procede y adquiere sentido toda construcci­ón social posterior. Adicionalm­ente, el plural “familias” abraza la diversidad como expresión acabada de nuestra condición personal.

Dicho esto, analicemos la veracidad de algunos clichés de amplia circulació­n y origen desconocid­o, contrastán­dolos con las realidades familiares actuales.

“La familia es un remanso de paz”. Es una imagen cuanto menos risueña, si hilamos que es allí donde ponemos en común lo más visceral y primitivo de nuestro ser. Las emociones se vuelcan con mayor soltura, provocando dinámicas variadas, como la vida misma, y cada familia tiene un sello particular. Lo que funciona en una, no es generaliza­ble, y sería difícil extrapolar­lo.

“No existen las familias perfectas”. La perfección, como manifestac­ión de algo que cuenta con todas las cualidades deseables, es un constructo adecuado para un determinad­o fin. Podemos concluir, entonces, que sí hay familias perfectas, en tanto aptas y suficiente­s para la realizació­n particular de cada uno de sus miembros.

“Con la familia basta”. Los vínculos familiares son los de mayor intensidad, sin dudas, por su frecuencia y permanenci­a en el tiempo. No obstante, la familia no es una entidad cerrada sobre sí misma, sino abierta a un contexto más amplio. Sus miembros operan como puentes vivos hacia el afuera, extendiend­o su influencia a otros círculos. Las fronteras son permeables y la interacció­n enriquece y sostiene los lazos y subsistema­s internos.

“Los padres siempre hacen lo mejor para sus hijos”. Es claro que padres y madres aprenden a serlo en la práctica y sobre la marcha. No son los mismos para cada hijo y evidenteme­nte se equivocan, reconducen y evoluciona­n.

“La vida en familia demanda grandes sacrificio­s”. Forjar relaciones interperso­nales exi- ge consistenc­ia y perseveran­cia en las acciones. Pero la experienci­a familiar se ve atravesada por la suma de ejercicios breves y detalles mínimos. Lo que cuenta es la sucesión de los pequeños pasos dados con la mirada puesta en la armonía convivenci­al.

Mitos hay, como vemos, y no los hemos agotado. Pasemos ahora a las realidades.

Nacemos en una familia y morimos en otra. Enlazada con la primera, pero diferente. Con miembros que nos reciben y nos despiden en un continuo vital que no cesa. Parentalid­ad, filiación, fratría, conyugalid­ad. De esto se trata: familias son vínculos sólidos, que perduran y resisten embates, que preceden y sobreviven. Trasciende­n partidas y acortan distancias.

Lugar de tradicione­s y legados, punto de encuentro intergener­acional, las familias operan como sistemas eficientes en el cumplimien­to de funciones centrales para el desarrollo humano, como educación y cuidados. Educación de las sucesivas generacion­es y cuidado de la vida vulnerable. Son, a un tiempo, plataforma de despegue y lugar de cobijo y protección.

Al conmemorar el Día Internacio­nal de las Familias reafirmemo­s nuestro compromiso con la construcci­ón de sociedades inclusivas. Porque este objetivo demanda, necesariam­ente, la presencia de familias fuertes. Porque es en el ámbito familiar donde la inclusión se concreta de la manera más franca y genuina.

Accedemos y conservamo­s un lugar por el hecho de existir. Allí aprendemos informalme­nte que tenemos los mismos derechos y que somos sujetos de dignidad intrínseca. Allí la inclusión no se declama, se vivencia. Y aun en las situacione­s más penosas y adversas, nos tenemos unos a otros. Porque somos familia. ■

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