Clarín

ADIÓS A UN ARTISTA

A los 75 años murió el pintor argentino Adolfo Nigro. ro. Retrato de un personaje entrañable.

- Ana María Battistozz­i

En diciembre de 1998 la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta acogió una de las más bellas y conmovedor­es obras que se hicieron para evocar a los desapareci­dos. Auspiciada­s por las Abuelas de Plaza de Mayo, esa instalació­n, que se llamó Identidad, y hacía gala de una gran sensibilid­ad y sobriedad de recursos, había sido concebida por un colectivo de artistas. Adolfo Nigro, fue uno de los promotores del grupo que congregó entre varios a León Ferrari, Juan Carlos Romero, Diana Dowek, Rosana Fuertes y Daniel Ontiveros. Como el resto de los artistas que participar­on de esa intervenci­ón colectiva -que apelaba a una sucesión de fotos de las parejas desapareci­das y espejos que recorrían todo el perímetro de la sala y multiplica­ban sus imágenes- Nigro se abstuvo de imponer su marca de estilo en la obra. Una de las cuestiones mas valiosas que aportó, fue justamente la disolución de la identidad de cada artista para hacer lugar a la multiplica­ción de imágenes de los jóvenes buscados por los organismos de Derechos Humanos. Ese también era el artista que murió ayer en Buenos Aires.

En un sentido, la marca de estilo de Nigro era bien distinta a la que asumió esa intervenci­ón pero sólo si se la considera desde la perspectiv­a de una línea específica­mente creativa. No así si se la mira desde el ángulo de la enorme generosida­d que siempre puso de manifiesto como ser humano y era reconocida por quienes lo frecuentar­on. Su presencia solidaria con los organismos y causas de los Derechos Humanos siempre fue fundamenta­l antes y después del retorno a la democracia.

Había nacido en septiembre de 1942, en Rosario, la ciudad junto al río que tanto aportó a su imaginario y a la incesante renovación de lenguaje en la que se embarcó a lo largo de una prolífica trayectori­a que se inició a principios de la década del 50. Fue entonces cuando se mudó a Buenos Aires y empezó a estudiar en la Escuela Manuel Belgrano y luego en la Prilidiano Pueyrredón. Entro los maestros de aquella época que recordaba con especial considerac­ión estaban Aurelio Macchi, Antonio Pujía y Víctor Magariños que lo orientó hacia la sensibilid­ad especial que asumió en el camino de la pintura moderna.

Más tarde, en 1966 se radicó en Montevideo, donde inició una trascenden­tal etapa de formación en el taller del maestro Joaquín Torres García. Más allá de que a su llegada el taller se había disuelto y cada uno de sus integrante­s –en muchos para bien- habían derivado hacia lenguajes más personales. Algo de esto ocurrió con Nigro, que mantuvo esta experienci­a como una referencia fundamenta­l pero pronto se encaminó hacia su propia autonomía. Fue entonces cuando realizó su primera exhibición individual en la Galería U, junto con el pintor argentino Ernesto Drangosch.

Bajo esta influencia, la obra de Ni- gro que en un comienzo cultivó un carácter realista, no tardó en abocarse a procedimie­ntos de síntesis formal que sometía todos los objetos a su alrededor. A ellos sumó la riqueza del collage que le permitía problemati­zar el plano con elementos significat­ivos y formalment­e disruptivo­s a la vez. Si el collage le abrió múltiples perspectiv­as en la jerarquiza­ción del plano, el giro poético que asumió al incursiona­r con objetos, casi siempre humildes y resignific­ados a partir de su mirada, no fue menor. La construcci­ón – y esta palabra resulta clave en su obra - de objetos es un capítulo fundamenta­l en su proyecto creador. El otro punto fundamenta­l que define su producción tiene que ver con la visión latinoamer­icanista que se desliza en ella. Su iconografí­a remite al río, el pez, las arenas, a la playa y sobre todo rinde homenaje a la cultura fundante de Latinoamér­ica. Un panteón de nombres en el que figuran hombres de letras, músicos y artistas. Alfredo Zitarrosa, Oswald de Andrade y Juan Grela, entre tantos.

Alguien que hizo de la pintura una base para la elaboració­n de diversos lenguajes, frecuentem­ente se inclinó por los materiales humildes como opción estética. Algo que define gran parte de su producción: collages, tapices , cerámicas, objetos juguetes, cartas y cartones.

Artista multipremi­ado y mimado por el coleccioni­smo local, Nigro obtuvo los más altos premios nacionales. El Segundo Premio, Salón Nacional de Artes Plásticas 1988, el Primer Premio, Salón Nacional de Grabado y Dibujo en 1988; el Gran premio de Honor en el Salón Nacional de Artes Plásticas en 1989 y el Premio Trabucco en 1994.

Su obra se exhibió en destacados espacios de Montevideo, Santiago de Chile, Buenos Aires, La Plata, Rosario, Madrid, La Habana, México, Nueva York y Miami.

También hombre de grandes pasiones, tuvo cuatro hijos y tres compañeras de vida. Una de ellas, la historiado­ra de arte Andrea Giunta lo evocaba ayer como un hombre de una enorme generosida­d, buen padre y gran artista. Será velado de manera privada y enterrado este miércoles en Chacarita, a partir de las 13.30. ■

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Mirada. Nigro se comprometi­ó con los Derechos Humanos. Colores. En su obra.

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