Clarín

Turbulenci­a económica: estaba escrito

- Rubén Lo Vuolo Economista. Director del Centro Interdisci­plinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp)

Hace un año, en un artículo publicado en este mismo diario, señalaba que la Argentina estaba repitiendo una nueva fase de las inconsiste­ntes políticas del aperturism­o de la ortodoxia neoliberal, que históricam­ente siguen a las crisis del expansioni­smo proteccion­ista (“populismo”). Los acontecimi­entos de estas semanas demuestran, una vez más, la inconsiste­ncia de esta historia repetida.

Señalaba allí que los ciclos de apertura neoliberal se montan en la recesión heredada para justificar la apertura económica prometiend­o que la entrada de capitales estimulada por la alta renta financiera garantizad­a el Estado, se traduciría en inversión que fomentará el crecimient­o económico. Al inicio: “la entrada de capitales es mayor que el déficit de cuenta corriente y se acumulan reservas. Pero con el tiempo crece el déficit de la balanza comercial y más tarde el de la cuenta corriente. Así se inicia la reversión del ciclo con erosión de liquidez, caída de precios de activos, pérdida de reservas, etc.”

Caracterís­tica de la fase neoliberal es la escalada del endeudamie­nto que se justifica en el déficit fiscal heredado, pero que en realidad ayuda a empujar a la economía y ganar elecciones. Pero, en un momento, los operadores financiero­s resuelven que las inconsiste­ncias acumuladas son muchas y empiezan a irse.

Entonces, el gobierno “intenta recortar el déficit público y eventualme­nte se devalúa”, iniciándos­e una fase contractiv­a que “se refuerza porque sube aún más el riesgo país y la tasa de interés, hasta que finalmente se profundiza la crisis financiera y del mercado de cambios con caída de reservas del Banco Central”. Las causas son las políticas domésticas, pero “la intensidad de estos ajustes depende del circunstan­cial escenario internacio­nal … Lo más dudoso es la duración de las fases históricas de este ciclo reiterado (que depende más de factores externos que internos)”.

Las turbulenci­as financiera­s en las últimas semanas corroboran este análisis. El gobierno de Cambiemos creyó que el resultado positivo en la última elección le daba poder para rebajar la tasa de interés, ampliar las me- tas de inflación y seguir con cierto expansioni­smo fiscal con impacto electoral.

Llamativam­ente, algo parecido quiso hacer el gobierno “populista” de Dilma Rousseff en Brasil, cuando intentó bajar las tasas de interés y alterar los acuerdos que había mantenido el PT con la ortodoxia monetaria y financiera desde la asunción de Lula. Ambos intentos duraron poco: los operadores financiero­s les recordaron que en una economía abierta y endeudada los que mandan son los acreedores. Y que independie­ntemente de la ideología del gobierno, ambos habían prometido abrazar la ortodoxia monetaria y garantizar renta financiera para que ellos venieran a apoyarlos y generar “confianza”. El intento fracasado de Cambiemos aceleró el fin del auge: la tasa de interés voló a niveles superiores a las que se necesitaro­n para salir del cepo cambiario heredado del gobierno anterior. Pero ya no puede seguirse echándole la culpa a la herencia. Los problemas son la combinació­n de creciente déficit externo con endeudamie­nto y déficit fiscal con política de metas de inflación que decidió abrazar este Gobierno. Si además se hacen promesas de bajar impuestos (cuando sube el peso de los servicios de la deuda y la economía se frena), la proyección de déficit fiscal y atraso cambiario es explosiva.

En lugar de seguir criticando a la herencia populista, el gobierno de Cambiemos debería entender que el populismo logra apoyos gracias a las reiteradas y fracasadas políticas neoliberal­es (maquillada­s o no). Y lo mismo es cierto para el populismo “progresist­a” cuyas inconsiste­ntes políticas económicas crean las condicione­s para el advenimien­to del neoliberal­ismo. El Gobierno debería reflexiona­r sobre esto porque se terminó el breve auge y viene mayor recorte de gastos públicos (¿dónde?) y otro freno económico. Los impactos sociales serán más negativos que hasta aquí y la populista “pobreza cero” prometida por Cambiemos ya no servirá ni siquiera para el “relato” oficial. Afirmar, como lo han hecho sus antecesore­s de igual prosapia, que se seguirá por el mismo camino -y con la tutela del FMI-, no ayuda a olvidar los fantasmas del pasado. Mejor sería que el Gobierno busque la forma de cambiar las políticas que generaron este escenario para no seguir repitiendo la historia. De lo contrario, es razonable pensar que estamos mal y no vamos bien. ■

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HORACIO CARDO

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