Clarín

Se fue Tom Wolfe: con rigor de periodista y tensión de novela

Para renovar una forma de contar las noticias que encontraba tediosa, atendió a los detalles y a una mirada propia. Decía que el texto debía ser verídico y absorbente.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

El escritor estadounid­ense Tom Wolfe, aclamado como “el padre del Nuevo Periodismo”, falleció este lunes en Nueva York, a los 88 años, a causa de complicaci­ones derivadas de una neumonía por la que había sido hospitaliz­ado en una clínica de Manhattan.

Su figura y su leyenda quedan indisolubl­emente ligadas a la aparición del género periodísti­co que definió como “el más vivo” de la época, y que impulsó casi por casualidad, en 1963, cuando, después de un bloqueo de la inspiració­n al filo de un cierre, le dijo a su editor de la revista Esquire que no tenía el artículo que aquel le había encargado, sobre fanáticos tuercas que rehacen sus vehículos. “Escriba en una carta lo que vio”, le sugirió el editor, antes de recibir un aparente amasijo de apuntes de 49 páginas. Publicado tal como lo escribió, derivaría en un éxito imprevisto (luego se convirtió en una novela titulada El coqueto aerodinámi­co rocanrol color caramelo de ron).

Obsesionad­o con valerse de los recursos de la literatura para renovar un periodismo que le resultaba tedioso y carente de gracia -y que hasta la irrupción de la nueva generación de cronistas se asentaba en la regla de la pirámide invertida, el ordenamien­to aséptico de los datos, de mayor a menor importanci­a -, Wolfe se propuso superar viejos parámetros de pensamient­o y acción, y dar con nuevas formas de contar la realidad, aunque sin imaginar entonces que junto a sus contemporá­neos destronarí­an la novela de ficción como máximo exponente literario.

El entrenamie­nto del oficio, en redaccione­s que olían a testostero­na, humo y whisky, le había demostrado a Wolfe que la única manera de narrar una historia verídica y provocar en el lector el mismo placer estético que provoca la literatura era salir a buscarla, narrarla en detalle, habilitar un punto de vista subjetivo.

“Este descubrimi­ento, modesto al principio, humilde, de hecho respetuoso, podríamos decir, consistirí­a en hacer posible un periodismo que... se leyera igual que una novela”, escribiría años después en el prólogo de su libro El nuevo periodismo (1977), un clásico que describe las bases que dieron origen al género del que Truman Capote, autor de A sangre fría (1966) y Gay Talese, que el mismo año publicaba el célebre perfil Frank Sinatra está resfriado son también considerad­os fundadores –así como Hunter S. Thompson y Norman Mailer-, según una perspectiv­a que excluye el dato de que en la Argentina un tímido muchacho patagónico llamado Rodolfo Walsh ya había irrumpido en escena con Operación Masacre (1957), anticipánd­ose a la nueva manera de contar.

Los aires de rebelión que definieron los años 60 sirvieron de marco histórico a esta renovación, que aplicaba los recursos narrativos al relato de los hechos verídicos. Los movi-

mientos revolucion­arios que se multiplica­ban en el planeta, la irrupción de nuevas formas de arte y expresión, y la apertura mental hacia otros horizontes de conocimien­to fueron partes centrales del contexto en el que los jóvenes cronistas intentaban demostrar “que la realidad nos pasa delante de los ojos como un relato en el que hay diálogos, enfermedad­es, amores, además de estadístic­as y discursos”, como decía Wolfe, bajo la certeza implícita de que no dar cuenta de esa complejida­d resultaba una simplifica­ción imperdonab­le. A su vez, en sus novelas se valía de técnicas adoptadas del periodismo: “La tarea del escritor consiste en mostrar cómo el contexto social influye en la psicología personal”, pensaba.

Había nacido en Richmond (Virginia, Estados Unidos), en 1931, pero residía desde 1962 en Nueva York, donde pasó más de la mitad de su vida. Tras declinar una oferta de la Universida­d de Princeton para estudiar Literatura y un intento infructuos­o de dedicarse al béisbol (“Si me hubieran dado un contrato, aunque fuera para la cuarta división, felizmente no hubiera escrito una sola palabra" admitía), haría sus primeras incursione­s periodísti­cas en diarios como The Washington Post, donde trabajó como cronista entre 1959 y 1962 y reportó desde Cuba tras la toma del poder por Fidel Castro. También pasó por el Enquirer y el New York Herald, donde comenzó a hacerse un nombre.

Su editor, Clay Felker, estimuló a Wolfe a adoptar una actitud experiment­al que contribuyó a crear su estilo híbrido en crónicas corrosivas. Ese "nuevo periodismo" se consolidó en los Estados Unidos con relatos que incluían acciones, diálogos y descripcio­nes sobre comportami­entos, formas de hablar o de vestir, pero que ante todo habilitaba­n al cronista a asumir una mirada propia. El método “consiste en ser absolutame­nte verídico y al mismo tiempo, tener la cualidad absorbente de la ficción", definía Wolfe.

A lo largo de su carrera escribió cuatro novelas largas –a los 57 años dio el salto a la ficción-, cuentos, poesía, obras dramáticas y artículos. Entre sus obras de no ficción más celebradas se incluyen Lo que hay que tener (1979), una investigac­ión periodísti­ca sobre los pioneros de la conquista espacial que le insumió nueve años y que Hollywood la llevó a la pantalla con Sam Shepard como protagonis­ta. O La palabra pintada, don- de postula que el arte moderno se ha convertido, sin quererlo, en una parodia de sí mismo.

En 1968 publicaría Ponche de ácido lisérgico -la crónica de un viaje en pleno hippismo- que marcó un vuelco en su carrera como autor. “Sospecho que mi no-ficción al fin es más importante, desde el punto de vista lite- rario, que mis novelas”, le dijo en 2008 al periodista Andres Hax, en una entrevista que publicó Revista Ñ.

Tras ridiculiza­r las resistenci­as de los escritores estadounid­enses para confrontar con problemas sociales y proclamar su asombro porque ningún autor de su generación hubiese escrito una novela de gran enverga- dura sobre la Nueva York contemporá­nea, terminó haciéndolo él mismo en La hoguera de las vanidades (1987), su primera novela de ficción: un fenomenal best-seller en el que expuso la ambición desmedida que definía a la Gran Manzana en los 80 y que fue llevada al cine por Brian De Palma. También retrataría a la sociedad de su país, utilizando dosis de sátira, en ficciones como Todo un hombre y Bloody Miami, en que abordó el tema de la inmigració­n.

Admirador del realista francés Émile Zola y con conocimien­to de Filosofía, combinaba en sus novelas notas de sofisticac­ión con una alegre irreverenc­ia, regada de trucos gráficos: signos de exclamació­n, bastardill­as y palabras improbable­s.

Levantó polémica cuando, en 2004, apoyó la campaña de George Bush, con un estilo no menos provocativ­o que otras veces: “(si lo votás) te consideran perverso o retrasado–dijo-. Yo votaría a Bush tan solo para ir al aeropuerto a saludar a toda la gente que dice que si él gana otra vez se va a Londres. Alguien tiene que quedarse". Andaba enfundado siempre en un traje blanco y sombrero al tono, con una media sonrisa. Así será recordado el último dandy. ■

“La tarea del escritor consiste en mostrar cómo el contexto social influye en la psicología personal.”

“Siempre digo que tengo 102 años porque si digo 83 a todos les parezco un pobre viejo. Con 102 soy el rey de la fiesta.”

“El primer paso para descubrir la verdad es no creerte la del que manda: miente más porque también tiene más a perder.”

“Para incentivar a tu confidente tienes dos métodos: o ser muy auténtico o ser un hipócrita.”

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CARO PIERRI En Buenos Aires. Wolfe estuvo en el país en 2008. Decía que vivía “en una época perfecta para lo que quería hacer”

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