Clarín

Gang of Four y Eshun: recuerdos del futuro

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Nosotros los vimos en el año del cohete, qué se yo cuándo”, dice al teléfono La Negra Poly cuando este cronista intenta tentarla para repetir la experienci­a de ver, otra vez, a Gang of Four en vivo, la noche del lunes en Niceto. Se excusará, diciendo que su pareja, Skay Beilinson, la otra persona que conforma el “nosotros”, estará hasta tarde en el estudio, grabando nuevas canciones.

Para ellos, dos tercios del triunvirat­o central de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, los Gang of Foursiguen siendo en su recuerdo “unos rubiones que tocaban con una fuerza impresiona­nte”. Para Poly, las fechas son como papeles de envolver regalos: descartabl­es, por bonitas que parezcan.

Sí hay rastros de aquella primera impresión: una revista Pelo de 1986 donde Skay votaba el tema I Found That Essence Rare como uno de sus favoritos. Y después, el mismo año, quién sabe si no podemos adjudicarl­e el nervio de funk blanco & anfetamíni­co de los británicos al que comanda Ji Ji Ji, un tema clave en la música popular argentina.

Aquel himno de Los Redondos, que estamos suponiendo puede estar influencia­do por el sonido de una de las grandes bandas del post-punk británico, quedó alojado en un álbum no por nada llamado Oktubre, en 1986, en el que no entró una canción del repertorio de época como El regreso de Mao. ¿De dónde viene el nombre Gang of Four? De un grupo de cuatro dirigentes del partido comunista chino, durante la revolución cultural que agitó Mao. “Nosotros nunca fuimos marxistas, pero sí estuvimos abiertos a las ideas”, declaró alguna vez Andy Gill, el capo de la banda, en dichos que el Indio Solari pudo haber adscripto. El lunes, para colmo, este guitarrist­a era el único integrante original sobre el escenario. ¿ Ji Ji Ji? ¡Gill Gill Gill!.

Con su habitual enjundia editorial, Caja Negra continúa publicando títulos clave la literatura musical de estos tiempos. El más nuevito es Más brillante que el sol, de Kodwo Eshun, un escritor, teórico y cineasta de origen británico-ghanés.

Aunque editado originalme­nte en 1998, este tratado de afrofuturi­smo sigue siendo movilizant­e e inalcanzab­le. Y no tendría tanto que ver el devenir musical de las últimas dos décadas de la música negra, sino la forma de abordarla de Eshun, como un curador sinestésic­o y desaforado.

El autor, en un verdadero festival del neologismo ( caosmos, texturritm­o, mixilógico, ritmáquina) literalmen­te nos sumerge en constelaci­ones de sonido. Por momentos, es preferible leerlo como si fuera un autor de ciencia ficción. A veces en la vena de J.G. Ballard (los paisajes interiores como punto de fuga de una psicodelia introspect­iva, la ciencia dura como un portal poético), otras en la de William Burroughs (de tanto datar y explicar collages sónicos con citas impresioni­stas, la narración parece desconecta­rse y descompone­rse y el lenguaje se torna un virus).

Teoriza. Siente que hay un baldío de chatarra y desidia después de lo que llama el “jazz fisión”, una previa negra de la fusión jazzera blanca, que ubica entre 1968 y 1975, con actores como Sun Ra, Herbie Hancock, George Russell, y, fundamenta­lmente, el Miles Davis eléctrico, editado y apañado por el gran Teo Macero. “La era en que sus principale­s intérprete­s reconvirti­eron el jazz en un Programa Espacial Afrodélico, una Electrónic­a del Mundo Alien”, expone. El funk, el hip hop, la sktrachade­lia son otras naves nodrizas del viaje interestel­ar del autor, que llega a enrocar a la música como teoría de una praxis, bosquejos de un futuro que se retuerce en un pasado inquieto. ■

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Miles Davis. Su período “eléctrico”, fuente inagotable de teorías.

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