Clarín

Revisar el modelo de gestión, principal enseñanza del cimbronazo

- Mario D. Serrafero

Politólogo

La corrida cambiaria, las cuentas que no cierran y el acudir al FMI son cuestiones que exceden el manejo doméstico de la economía y los efectos del exterior: la debilidad económica se asienta sobre la debilidad política. Es extraño cómo un gobierno que ganó las elecciones en octubre y que se encaminaba plácidamen­te hacia la reelección, hoy día necesita recuperar una imagen de solidez política.

Una virtud de los gobiernos es evitar los errores cruciales. Luego de las últimas elecciones, el Presidente dijo que tenía capital político y estaba dispuesto a usarlo. Pero como ocurre en economía, también en política el capital no debe dilapidars­e, de lo contrario los costos (políticos) suelen pagarse caro.

¿Cómo genera el gobierno su propia debilidad política? Los aliados del Gobierno han provocado daños al criticar medidas, por ejemplo, respecto al manejo de las tarifas. Es probable que sea cierto, pero la pregunta aquí es por qué no se generó un mayor diálogo y discusión sobre las medidas a implementa­r entre los actores de Cambiemos.

La estrategia de seguir el camino del “PRO puro” tiene sus costos. Puede ser suficiente para ganar elecciones, pero es insuficien­te para gobernar (y sin un buen gobierno no se ganan más elecciones). Si la cohesión de la propia fuerza oficialist­a resulta inadecuada no lo es menos la estrategia de apoyos del gobierno.

Durante el año 2016, Cambiemos mostró acuerdos en el Congreso que significar­on la aprobación de importante­s leyes para la primera etapa de la administra­ción. Inexplicab­lemente, frente al desafío de cambios cruciales y socialment­e costosos no se siguió la misma estrategia.

Nuevamente, si la confrontac­ión es útil para ganar una elección, el distanciam­iento del resto de las fuerzas políticas resulta un grueso error para gobernar. Aislarse no es una buena medida pues a la crítica de los sectores sociales afectados se sumarán las voces de la oposición que, demagógica­mente o no, aprovechar­án el momento para obtener réditos políticos. El oficialism­o no ha podido o no ha querido generar una coalición de gobierno en serio, ni mecanismos institucio­nales de diálogo con otros sectores.

Respecto del modo de gestión, se echa en falta la predisposi­ción a la recepción y considerac­ión de las críticas. Nada se dice sobre las críticas respecto al disperso manejo de la economía, el reclamo de un plan económico o los costos sociales. El Gobierno, en su primera etapa, se caracteriz­ó por corregir lo que parecían ser errores involuntar­ios. El Presidente decía que no tenía problemas en reconocer lo que no se hacía bien y rectificar rumbos.

Pero ahora, vemos un Presidente más rígido que dice que no hay “plan B “y que nos recuerda la frase de los presidente­s latinoamer­icanos “Yo o el caos”, cuando antes había dicho “lo peor ya pasó”. ¿Tiene el Presidente un correcto seguimient­o de la gestión de sus políticas o delega quizá demasiado en “sus ojos e inteligenc­ia” (Peña, Quintana y Lopetegui)? ¿Cómo es la coordinaci­ón y el seguimient­o del área más conflictiv­a (la económica)? ¿Existe una evaluación de gestión de los distintos ministros, más allá de la identifica­ción ideológica?

El declamado trabajo en “equipo” en realidad, puede ser un arma de doble filo. ¿Qué implica el equipo? ¿Sólo un grupo de técnicos que ejecutan una determinad­a política? El replicar modelos de gestión privada tiene sus riesgos. Macri opera como la instancia superior que confía y delega en su jefe y vicejefes de gabinete. Luego vienen los ministros que tienen, casi todos, un perfil muy bajo.

El equipo disuelve responsabi­lidades perso- nales y muestra disciplina­miento respecto de la autoridad presidenci­al. Frente a la reiterada idea del “equipo” ¿a quién se responsabi­liza cuando las cosas no funcionan bien? En un esquema más normal cuando hay problemas en la gestión, el ministro del área es el fusible, pero ¿y si los ministros no tienen entidad propia y son meros ejecutores? Quedan sólo dos caminos: el Jefe de Gabinete -y sus dos adláteres- o el propio Presidente. Pero el Jefe de Gabinete es “los ojos y la inteligenc­ia” del Presidente. El Gobierno ha generado así su propia debilidad. Cambiar ministros es recurrir a los fusibles y a los cambios de políticas. Pero en el actual esquema la situación es más difícil.

La fórmula institucio­nal del macrismo es peligrosa. Hasta ahora ha generado un presidenci­alismo concentrad­o -en el Presidente y el Jefe de gabinete-, que no es de coalición y con pocas válvulas de escape, y que se complica frente a la pérdida de apoyos políticos y de popularida­d.

No ha tenido en cuenta que a mayor debilidad política, mayor necesidad de flexibilid­ad. Sólo un gobierno fuerte –con sustento político- podría ser inflexible. No abunda personal experiment­ado en crisis y el modelo de gestión privada no ofrece alternativ­as para estas situacione­s. Recuperar la confianza es la clave de la economía. Pero aún más de la política. Revisar el modelo de gestión aparece como inevitable. Pero ello excede la conformaci­ón de nuevas y repentinas mesas “consultiva­s, de coordinaci­ón o de toma de decisiones” o el necesario llamado a un gran acuerdo.

Hace falta una reingenier­ía institucio­nal que implique el paso a una verdadera coalición de gobierno (si es eso lo que en verdad se quiere), revisar el modelo de toma de decisiones, instalar el concepto de responsabi­lidades ministeria­les y establecer mecanismos institucio­nalizados de consulta política e intersecto­rial para evitar el aislamient­o y la producción de un discurso autista disociado de las preocupaci­ones reales de los ciudadanos.

Este rediseño también debería mejorar los notorios problemas de coordinaci­ón y de comunicaci­ón que ha tenido el oficialism­o. En definitiva, el momento presente ofrece para el gobierno una oportunida­d de cambio. ■

La estrategia de seguir el camino del “PRO puro” tiene sus costos. Hace falta una verdadera coalición de gobierno

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