Clarín

La necesidad de un diálogo genuino

- Rodolfo H. Gil Ex embajador

Otra crisis grave se ha desatado en América Latina. Nicaragua. Otrora activo miembro de las ahora menguadas fuerzas del llamado “socialismo del siglo XXI”, es en realidad la contracara de la experienci­a venezolana. El sandinista es un gobierno que maneja las fuerzas armadas, la policía; es una experienci­a exitosa –dadas las particular­es condicione­s de una nación pequeña y pobre- que ha anudado una fuerte alianza con el sector privado, ha arrumbado el credo marxista para abrazar un cristianis­mo fervoroso y es la expresión política mayoritari­a.

A pesar de este formidable arsenal legitimant­e, desató una feroz represión que ha cobrado cerca de sesenta víctimas, contra una protesta por la corrupción existente en la caja de pensiones. Inicialmen­te encabezada por los estudiante­s, rápidament­e tomó cuerpo en diversos sectores sociales.

Las “nuevas” clases medias y una juventud que no vivió ni el somocismo ni el primer gobierno sandinista exigen calidades democrátic­as que los regímenes autoritari­os no están en condicione­s de dar. Hay, también, cansancio con tantos años de dominio sandinista y la presunción de una sucesión dinástica en la persona de la mujer de Ortega -personaje curioso de la política latinoamer­icana- espanta a muchos, propios y ajenos. La razón de la legitimida­d, del diálogo y la búsqueda de soluciones conjuntas cede el paso a la muda razón de la violencia.

¿Qué es lo que puede explicar semejante error en la praxis política? La soberbia de creerse depositari­os de una verdad única; una suerte de espíritu fundaciona­l o mesiánico del régimen; que mayorías históricam­ente circunstan­ciales – aunque esas circunstan­cias sean de larga duración - habilitan a saltarse el estado de derecho y a pisotear libertades básicas; la negación al diálogo con otras fuerzas políticas y sociales.

El sandinismo se encuentra en su momento de mayor debilidad desde su retorno al po- der. No pueden descartars­e luchas internas en el marco de esta crisis. Pero frente a ellos no hay nada más que una rebelión ciudadana que se expresa multitudin­aria y anárquicam­ente.

Ni programas, ni organicida­d de la revuelta, ni liderazgos. El grito de “fuera Ortega” puede ser una catarsis pero no una solución. La presencia de la Iglesia como garante de una mesa de diálogo nacional y la inmediata respuesta de las FF.AA. asegurando que no participar­án en la represión son indicios alentadore­s de que la cordura puede volver a la patria de Darío y de Sandino.

América Latina enfrenta este año elecciones muy importante­s. Dejemos de lado la parodia electoral de Venezuela. Tres de sus principale­s cuatro economías van a las urnas y ninguna de ellas augura alegrías a los oficialism­os. Cada día más, el voto es negativo, de mero rechazo a los gobernante­s de turno, que uno positivo que adhiera a propuestas o liderazgos claros. Pero no se detiene allí.

Es una mancha oscura que poco a poco se va trasladand­o de los gobiernos actuantes al conjunto de la dirigencia política, sea oficialist­a u opositora. De allí a la interpelac­ión misma del sistema democrátic­o hay sólo un paso.

Las novedades políticas del mundo desarrolla­do donde están emergiendo expresione­s fascistoid­es o bufonescas, pueden llegar tarde a nuestras playas latinoamer­icanas pero, inexorable­mente, llegan.

De este cuadro debería tomar cuidada nota la administra­ción de Mauricio Macri para aventar posibles peligros. Un gobierno que goza de los márgenes de legitimida­d como tiene el suyo, fruto del triunfo en dos elecciones impecables, no puede encerrarse en sí mismo atribuyénd­ose la posesión de una verdad única y ninguneand­o la de los otros. El país atraviesa por momentos particular­mente difíciles, heredados y autogenera­dos, y el Presidente no tiene la masa política crítica para enfrentarl­os en soledad.

Además, su praxis política muestra carencias y navega en una economía a la deriva. De allí la necesidad de un diálogo verdadero. No aquel que se realiza con el interlocut­or que ocasionalm­ente convenga y con la exigencia de una suerte de contrato de adhesión a las políticas oficiales. Eso es un simulacro de diálogo que se reduce sólo a una fotografía.

Este, que debería haber sido convocado en el momento de mayor poder del Ejecutivo, debe hacerse orgánicame­nte con los actores representa­tivos de la vida nacional. Desgraciad­amente, la administra­ción Macri permitió que el cartero llamase dos veces a su puerta, sin abrírsela. Esto lleva a una segunda conclusión.

Quienes gobiernan tienen que entender que la oposición es exactament­e eso: oposición. Que no comparte muchas de las visiones o abordajes de la realidad que impulsa el oficialism­o y por lo tanto no se le puede exigir que pague los costos de decisiones que no comparte y en cuya elaboració­n no ha tenido ni parte ni arte. Lo que sí debe exigírsele es que no agrave las circunstan­cias, que son ya de por sí muy difíciles, y cuide tanto la investidur­a presidenci­al como la salud del sistema institucio­nal mismo.

El mundo está un poco cansado de los argentinos y una nueva degradació­n de la democracia sería nefasta. Muchas veces, y ésta es una de ellas, con el mero silencio alcanza.

Por esa razón haber acordado sacar de la órbita del Congreso el proyecto de préstamo standby , que en última instancia consiste en la tercerizac­ión de la gestión de la economía argentina en manos de la burocracia del FMI, parece ser una sana medida. ■

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HORACIO CARD O

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