Clarín

Malek Jaziri, el tenista tunecino al que la “Primavera Árabe” le cambió la vida y la carrera

“Aunque parezca increíble, desde la revolución comencé a jugar mejor”, dice quien resistió en su ciudad.

- Mauricio Codocea mcodocea@clarin.com

Mohamed Bouazizi cambió las vidas de más de 10 millones de tunecinos. No vivió para verlo porque las cambió al suicidarse: se quemó a sí mismo en diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, a 300 kilómetros de la capital de Túnez, tras perder su sustento cuando la policía le confiscó su puesto callejero. Su sacrificio no fue en vano: derivó en la Revolución de los Jazmines, que le permitió a su país recuperar la democracia, y en la Primavera Árabe, que modificó el panorama político y social de más de una decena de naciones. Una de las vidas que cambió fue la de Malek Jaziri.

El futuro de este tenista nacido en Bizerta no se extendía mucho más allá de su pueblo. Deambulaba donde las cámaras, los flashes, las crónicas y el reconocimi­ento llegan a duras penas. Casi una década batalló en Futures en tierras africanas y cada tanto incursiona­ba por Europa. Pero tras dos años en Barcelona, donde había ido por una mejor preparació­n, el destino lo puso de nuevo en su suelo... cuando estallaba la crisis.

“Mi familia me llamó cuando empezó todo. Se puso muy difícil, mataban gente. Estaban muy preocupado­s por mí, así que decidí volver”, relata quien se convirtió en un buen hispanopar­lante tras noviar con una argentina, aunque también habla inglés y francés.

Preocupado por la represión policial y por los fanáticos que defendían al dictador Zine El-Abidine Ben Ali, Jaziri se turnaba con sus hermanos en la resistenci­a vecinal con la gente de la cuadra: empuñando palos, registraba­n autos y armaban barricadas en las esquinas.

“Era de locos. Las calles llenas de gente, helicópter­os sobrevolan­do, militares armados... Fue un desastre. No se podía viajar porque el aeropuerto estaba cerrado. No se podía entrenar porque si corrías... Ellos tenían armas y todo”, recuerda.

En ese 2011 empezó a frecuentar el circuito challenger. “Aunque parezca increíble, tras la revolución comencé a jugar mucho mejor”, reconoció alguna vez. Sorprendió no sólo por el contexto en que logró el alza, sino también por su edad: tenía 27 años y nunca había logrado meterse ni siquiera entre las 200 mejores ra- quetas del mundo. Antes de que terminara septiembre de ese año, ya estaba en el top 150 . En esa temporada ganó cuatro Futures y hasta se metió en el cuadro principal del Abierto de los Estados Unidos.

¿Por qué la revolución sacó lo mejor de él? “Te sentís libre. Sentís que no hay dictador. Podés hacer y decir lo que te parezca. Antes nadie podía dar su opinión en las noticias. Tenías que pensar las cosas tres veces antes de decirlas”, reflexionó.

Para abril de 2012 se había convertido en uno de los 100 mejores tenistas profesiona­les, pero pese a que se dio el gusto de participar de los Juegos Olímpicos de Londres, de ganarle a un top 30 como Victor Troicki y ser semifinali­sta en Moscú, no podía pegar el salto.

El “deporte blanco” prácticame­nte no cuenta con tradición en Túnez. “No tenemos grandes torneos, así que no tuve la oportunida­d de ver a los mejores”, reconoció. Y Jaziri probableme­nte sea el segundo atleta tunecino más importante, luego de Oussama Mellouli, campeón olímpico y mundial de natación.

Después de la oscuridad, no todo fue luz. En 2015, en Montpellie­r, se retiró de un partido que ganaba justo cuando el israelí Dudi Sela avanzaba a la ronda siguiente y lo esperaba. No fueron pocos los que pensaron que (por motus propio o por presiones externas) evitó ganar para no enfrentar a un rival de un país en conflicto con las naciones árabes.

La sospecha no era infundada: en 2013, en un challenger en Uzbekistán, la Federación Tunecina de Tenis lo obligó a retirarse antes de jugar contra el israelí Amir Weintraub. Y la Federación Internacio­nal dejó a Túnez afuera de la Copa Davis 2014.

Jaziri siguió jugando y desde 2016 su presencia en la elite comenzó a notarse cada vez más. Cuartos de final en Barcelona y en Metz, tercera ronda en el ATP 500 de Washington y un set robado a Jo-Wilfried Tsonga (entonces top ten) en los Juegos de Río de Janeiro. Lo certificó en 2017, con terceras rondas en el Abierto de Australia y en el Masters 1000 de Miami y octavos en Indian Wells. Así tocó su mejor ranking cuando llegó a ser el número 47 del mundo.

Este año tuvo sus resultados más resonantes: primer triunfo ante un top ten (Grigor Dimitrov), semifinale­s en Dubai y primera final ATP, a principios de este mes en Estambul, donde cayó con Taro Daniel.

A los 34 años, Malek Jaziri vive el mejor momento de su carrera. En algún lugar, Mohamed Bouazizi debe sonreír: ayudó a que un compatriot­a izara su bandera en el prestigios­o mundo del tenis. ■

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INSTAGRAM Hogar, dulce hogar. Malek Jaziri sonríe en Bizerta, su ciudad natal, a orillas del Mar Mediterrán­eo.
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AFP Saque. El tunecino llegó a ser el 47° del mundo.
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En acción. Jaziri, con jóvenes compatriot­as en Túnez

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