Mi recuerdo de Tom Wolfe
Recibí la noticia más triste de mis últimos tiempos. No fue el dólar. No fueron las Lebacs ni ver cómo todavía se sigue debatiendo, como si nos hubiese pateado un caballo la memoria, si pedir dinero al FMI es para bien o para endeudarse. No. Nada de eso. En mi caso fue la muerte de Tom Wolfe, del que todos lo único que saben decir es "El creador del nuevo periodismo".
Para el año '78 había leído todo lo que existía sobre él y yo pensaba que el periodismo de rock debía cambiar su curso. Los periodistas enciclopédicos (no había Wikipedia, obvio) eran una secta con poco de sus propias visiones y sin pensamiento personal.
Fui director del Expreso Imaginario y después de la revista La Mano. Les decía a los periodistas de mi redacción: “No quiero datos. Los quiero a ustedes hablando”. Y así fue como en menor medida aporté a la causa de Wolfe en la Argentina. Un orgullo que pocos conocen y que la ciudadanía entera ignora y deja de lado. Ok. Pero muchos tenemos nuestras pequeñas revoluciones personales que nos enorgullecen.
En 2008, me enteré que Wolfe vendría a la embajada de los EE.UU. a dar unas charlas. Mientras me vestía para el evento, no terminaba de creérmelo. Llevé sus libros en inglés, los originales de la época. ¡Y ahí estaba! Subiendo la escalera, acompañado de su esposa. Era como ver la estela de Norman Mailer, Truman Capote y Gay Talese dándome la mano y sonriendo cuando lo abracé y no lo soltaba. El resto no importaba. Yo sabia que era su fiel discípulo, algo que él tampoco tendría en cuenta. Jajaja.
Me firmó “La izquierda exquisita y Mau-mauando (sic, por la discoteca Mau Mau), al parachoques” y lo seguí durante todo el evento. Es más, creo haber aparecido en todas las fotos de él con otros. Hablamos toda la noche sin parar y su único interés era el tango. Le pregunté por su libro sobre los astronautas norteamericanos y me dijo: “Creo que nunca más volvería a hacer 600 entrevistas para realizar eso. Quería competir con A sangre fría, de Capote. Jajaja”. Pudo apenas aprender a bailar algo de tango y su interés por Piazzolla me sorprendió. Rió cuando le dije “Piazzolla fue el asfalto del tango y los demás, los adoquines”.
- ¿Pero de qué forma? -me preguntó.
- Piazzolla representaba una suerte de rock, de gente liberada y llena de colgantes hippies y dispuestos a vivir descalzos en reuniones de otros intelectuales de esos años dorados.
- Sí, entiendo... Los '70, como el advenimiento de los Jesucristos Superstar, Vietnam y lo que fuera con tal de conseguir la tapa del Time.
¡No podía creer lo que me decía! Era Wolfe, el mismo que escribió: "Nosotros que avanzamos con pura gracia aeróbica y zapatillas ortopédico-deportivas frente a las ciegas puertas de nuestros conciudadanos, con sus caras mantecosas, frías y desoladas. Ayúdanos Señor a despreciarlos olímpicamente”. Jaja. ¿Esto saben por qué lo dijo? ¡Porque lo enviaron a cubrir a los que hoy serían los maratonistas urbanos y amos de las bicisendas!
Comimos. Reímos. Qué emoción cuando dijo: "Los periodistas no salen más de sus redacciones. No van a la ciudad. No salen a la calle. No levantan el culo de donde están”. Jaja. La mitad de los que estaban ahí tendrían que haber agachado la cabeza de vergüenza. Pero no lo hicieron, obvio.
Le prometí enviarle al hotel un disco de Piazzolla y me pidió "que sea en vinilo”. Y así fue. Tal vez el mejor: el del Teatro Regina en vivo.
Mi primer artículo periodístico fue una critica a La palabra pintada, un libro suyo.
Hoy, 40 y pico de años, después me encuentro acá, escribiendo casi un obituario de aquel encuentro.
En la embajada le dije: “¿Vio toda esta gente que lo vino a ver? ¡Al final, usted es La cena con mono de la que habló cuando la concheta familia Bernstein invitó a las Panteras Negras (grupo radical negro) a una fiesta en un piso 40!”.
Al miércoles siguiente aparecieron nuestras fotos en la revista Gente. En el artículo dijo: “Este señor Pettinato me pareció alguien muy interesante y que tiene su talento”. ¡Él hablando de mí, como si un oso ocupara de cuatro renglones para una hormiga del bosque!
No esperaba hoy por hoy traer del recuerdo a Tom Wolfe, el hacedor de periodistas, el desamarrador de ideas fijas. El que tal vez no terminó de ver que su legado vive todavía entre corridas bancarias, cervezas de artesanía dudosa y la llegada de otro Mundial, algo que nunca tuvo en cuenta y de lo que jamás escribió. ■