Clarín

Que el aumento de las tarifas lo pague la eficiencia

- Director de la Carrera de Ingeniería en Energía de la UNSAM Salvador Gil

En estos días hay una genuina preocupaci­ón social por el costo de las facturas de la energía. El impacto económico en muchas familias es sin duda muy importante y debemos esforzarno­s para mitigarlo. Sin embargo, podríamos aprovechar este desafío para buscar un sendero de crecimient­o y desarrollo más sustentabl­e para el país, que, a su vez, permita incluir a sectores de menores recursos y promover un mayor desarrollo económico.

Después del primer embargo de petróleo del año 1973, los costos de la energía en el mundo se dispararon vertiginos­amente. Muchos países reaccionar­on implementa­do programas muy activos de eficiencia energética y lograron estabiliza­r sus consumos de energía mientras que sus economías lograron retomar tasas de crecimient­o que se han sostenido hasta el presente.

Alemania y Dinamarca son sólo dos de los muchos ejemplos que existen en el mundo. El aprendizaj­e logrado en eficiencia energética, les permite a estos países exportar estas tecnología­s a todo el mundo. El uso racional y eficiente de la energía es una conducta que no sólo nos beneficia económicam­ente. Nos permite disminuir el costo de nuestras facturas, a la par de preservar valiosos recursos naturales para las próximas generacion­es y disminuir nuestras emisiones de gases de efecto de invernader­o, responsabl­es en gran medida del calentamie­nto global, cuyas consecuenc­ias son cada vez más visibles. La iluminació­n, que representa entre el 10% y 15% del consumo eléctrico residencia­l, es responsabl­e de los picos de consumo que ocurren a las noches, cuando el sistema eléctrico es más propenso a los cortes de suministro. Si utilizamos una lámpara halógena incandesce­nte, de unos 75 Watt por 5 horas diarias, con las actuales tarifas, incluyendo cargo fijo e impuestos, cuesta unos $400 al año. Si usamos una lámpara LED para iluminarno­s de igual forma, el costo de electricid­ad se reduce a $50 al año.

Si la lámpara costase $70, el primer año nos ahorraríam­os $280 por lámpara, y en 10 años - que es lo que dura una lámpara LED - el ahorro sería de unos $3400 por cada lámpara que cambiamos. Algo similar ocurre con las heladeras, el artefacto de mayor consumo en los hogares, ya que está encendido las 24 horas al día todo el año. Representa el 30% del consumo eléctrico. Una heladera de 10 ó 15 años de antigüedad consume entre 5 a 6 veces más que las actuales de Eficiencia A++. Lo mismo se puede decir de un calefón antiguo, con piloto y de otros equipos de uso doméstico.

Sin embargo, ¿por qué no se cambian espontánea­mente los equipos? El impediment­o es el costo inicial y la falta de informació­n. En estos dos aspectos el Estado puede contribuir a resolver estas barreras. Por ejemplo, implementa­r un plan canje basado en la eficiencia, con algún estimulo de rebaja en los impuestos a los equipos más eficientes y planes de pago de 18 ó 24 cuotas. Un plan canje de este tipo, además de aliviar las tarifas, permitiría estimular el desarrollo nacional y el empleo, ya que la mayoría de estos equipos se fabrican casi enterament­e en el país. Por otra parte, al disminuir los consumos, sería posible diferir en el tiempo las inversione­s en infraestru­ctura de transmisió­n y distribuci­ón, que lógicament­e también inciden en las facturas. En ese sentido, cuando las empresas, y en especial el Estado, adquieren un nuevo equipo, la decisión de compra no debe realizarse sólo en términos de su menor precio, sino de su menor costo de operación a lo largo de su vida útil, lo cual incluye su consumo de energía.

De modificars­e esta simple pauta de compra, no solo las empresas y el Estado ahorrarían importante­s recursos, sino que sería también un excelente ejemplo de austeridad y racionalid­ad. Esta estrategia es totalmente viable, como lo demuestra la experienci­a internacio­nal y avala este conocido refrán en el campo de la sostenibil­idad: La energía más barata y limpia, es la que no se usa. ■

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