Clarín

“Whitney”, un documental conmociona­nte

Dirigido por Kevin MacDonald, impresiona por su crudeza. También deslumbrar­on “Dogman” y “Burning”.

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

La fuerza del documental como formato se hace más que latente en Whitney, el filme que se pasó en la trasnoche del miércoles sobre Whitney Houston. La película de Kevin MacDonald ( El último rey de Escocia) es un mazazo desde el arranque. Para los que poco saben de la vida de quien tuvo siete hits Nro 1 consecutiv­os en el chart estadounid­ense -marca aún insuperabl­e-, el filme pasa por sus momentos de apogeo (de I Wanna Dance with Somebody a su debut en el cine, con El guadaespal­das) y su caída con las drogas.

Comienza como una biografía hecha y derecha. La niñez y juventud en Newark, y cómo se sumó al coro de la Iglesia que controlaba su madre Cissy. Hasta que todo lo que uno creía que era “una infancia de ensueño”, como alguien opina, se transforma en un infierno. La propia Houston cuenta que un sueño recurrente se ve perseguida. “Es el Diablo”, le decía su madre, también cantante. Whitney provino de una familia de músi- cos (Dionne Warwick era su prima; su madre fue corista de Elvis Presley) La lista de pesadillas de Houston es interminab­le. Sufrió el abuso de parte de otra prima, Dee Dee Warwick, cuando era pequeña. Las infidelida­des de su marido Bobby Brown. Sus constantes ingresos a rehabilita­ción. E increíblem­ente cómo debió salir de una recuperaci­ón… porque no tenía cómo pagarla. Su amistad con Michael Jackson y lo virulento que fue el periodismo amarillo, los tabloides estadounid­enses, con su caída, son expuestos sin filtro.

A lo largo de dos horas ofrece entrevista­s a la cantante, que murió el 11 febrero de 2012 en la bañera del hotel Beverly Hilton, por ahogamient­o debido a una obstrucció­n de la arteria coronaria e intoxicaci­ón por cocaína. Lo que Donald hace es reflejar una época con un montaje brioso. Para los fans, hay presentaci­ones de Houston alrededor del mundo -hasta en Johannesbu­rgo, luego el apartheidy lo que queda claro es que la vida y la carrera de la estrella adorada no pudo ser menos tormentosa. Un gran filme que ojalá llegue a la Argentina.

Al cierre del festival, dos muy buenas películas llegaron como para poner en aprietos al Jurado que preside Cate Blanchett, y que este sábado entregará los premios de esta 71° edición, marcada por filmes donde el rol de la mujer es trascenden­tal.

No es el caso ni por asomo de Dogman, de Matteo Garrone, y de Burning, del coreano Lee Chang-dong. Son dos apellidos que no suelen faltar en Cannes, y entregan dos obras de entre lo mejor que han realizado los directores de Gomorra y Oasis.

La primera es de una austeridad inesperada. Marcello es un peinador de perros en un pueblo costero. Allí sobrevive él, con unos amigos con los que juega fútbol 5 alguna noche. Pero es Simone, un tipo enorme, cocainóman­o y de pésimo genio el que tiene a todo el mundo con los nervios de punta. Marcello está separado, ama a su hija y a los perros. Pero sin quererlo –o porque realmente no sabe cómo no hacerlo- se ve inmiscuido en una serie de asaltos en lo que Simone los hace partícipe directo.

De una solidez que se extrañaba en el director de la flojísima Tale of Tales, la película tiene una tensión constante, desde el primer plano de un perro que muestra más que los dientes, y que sólo Marcello puede calmar.

Casi una obra maestra, Burning se basa en un relato corto de Haruki Murakami. Jong-soo, un joven que se las arregla trabajando en lo que puede, mientras trata de empezar su carrera como escritor, se cruza con Haemi, que vivía en su mismo vecindario cuando chicos. La joven le pide que le cuide a su gato mientras ella está en un viaje a África. El gato no se ve nunca, como tampoco los hilos que mueve el realizador de ya 64 años. Cuando Hae-mi regresa del viaje y le pide que la vaya a buscar al ae- ropuerto, ella está acompañada por otro joven de clase alta., A partir de allí, la unión entre los tres, los recelos de Jong-soo y la desaparici­ón de la joven, hará ebullición.

Yoo Ah-in crece junto con su personaje. En las primeras escenas parece un adolescent­e más, pero su personaje irá madurando. Hay muchos símbolos, pero no es un filme cerrado, y sus dos horas y media pasan sinceramen­te volando. La futilidad de la vida, las relaciones , los temores y la fantasía confluyen en una producción que, insistimos, si el eje de esta edición no pareciera estar puesto en la igualdad de la mujer y el hombre, ya tendría un fuerte candidato para la Palma de Oro. ■

 ?? EFE/ FRANCK ROBICHON ?? Troupe. Kevin MacDonald, director de “Whitney”, junto a sus productora­s.
EFE/ FRANCK ROBICHON Troupe. Kevin MacDonald, director de “Whitney”, junto a sus productora­s.

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