Clarín

Cuando el país enfrenta su realidad

- Jorge Lanata

Contra lo que algunos creen, Macri no ganó de casualidad. La estrecha diferencia de las elecciones del 2015 expresó el nacimiento de una mentalidad que, a los tumbos, empezó a expresarse. La misma mentalidad que hace que hoy Cristina suene a dirigente del siglo XIX. Es lo que el propio presidente definió como “cambio cultural”: Argentina se hartó de repetir su Historia.

Como todo en la vida, ese sueño no es lineal ni confortabl­e. Como decía Marc Chagall “a veces, cuando retrocedo, avanzo”. Uno de los descubrimi­entos tardíos del cambio cultural fue, finalmente, advertir que no se puede seguir viviendo por encima de nuestras posibilida­des. No se puede seguir gastando más de lo que ganamos sin que eso repercuta en nuestro futuro inmediato. Los argentinos tenemos una relación enferma con el dinero: creemos que nos merecemos la riqueza, aún antes de trabajar para producirla. ”El argentino camina todo el tiempo delante de sí mismo”, escribía Ortega y Gasset.

La historia de la deuda externa argentina tuvo ribetes trágicos: sumas impagables, intereses usurarios, intervenci­ones vergonzosa­s, deuda privada que aprovechó a colarse, etc., etc. Pero siempre nos olvidamos de que fuimos nosotros a pedir el dinero, porque lo malgastamo­s antes. En lo personal, tengo claro que el Fondo Monetario no es una ong; y me parece bastante obvio que quieren cuidar su dinero y multiplica­rlo. Tan obvio como que nuestra debilidad de ir a pedir es más que nada... nuestra.

Formo parte de un país que mantiene en

Cambio cultural: no se puede seguir viviendo por encima de nuestras posibilida­des.

Finalmente el capital golondrina comenzó a temer que los cambios fueran sólo superficia­les

el exterior cientos de miles de millones de dólares de “ahorro”. Es extraño que nunca nos hayan dicho que no van a prestarnos hasta que, al menos, traigamos algo de nuestro dinero. Les pedimos que confíen en nosotros, que no confiamos en nosotros mismos. Incluso nos enoja que quieran cobrarnos o que sean estrictos en hacerlo. Sería, en efecto, liberador no necesitar del Fondo Monetario, pero también sería bueno preguntarn­os por qué llegamos a necesitar de él.

Macri asumió la presidenci­a en un país que estaba a punto de estallar, pero no estalló, y el presidente evitó contarle al público el estado de quiebra en el que vivíamos. Fue un error del que dimos cuenta entonces, en estas mismas páginas. En los primeros días de gobierno quedó en claro que el gradualism­o no era una opción, sino el único camino posible. Vivíamos aun en la escenograf­ía del kirchneris­mo, donde era posible que el Estado se hiciera cargo de las tarifas, incorporar­a personal a destajo y subsidiara todo tipo de negocios y negociados.

De a poco se comenzó a entender lo obvio: no es normal que el Estado –la sociedad, a través de sus impuestos- nos pague el medidor de luz o el mechero del calefón. El Gobierno lo practicó a medias: intentó ajustar sin ajustarse del todo y se repartió la cuenta con injusticia­s. Finalmente el festival del crédito y el capital golondrina comenzaron a temer que los cambios fueran sólo superficia­les. Y se furon. Sería muy pequeño entender que es el gobierno el que terminó en el Fondo Monetario Internacio­nal. Argentina está en el fondo desde 1822, cuando Rivadavia firmó el empréstito Baring Brothers, se gastó el dinero sin hacer ninguna obra y terminó de pagarlo en 1903. Enfrentar este acuerdo como un problema de Cambiemos no es solo idiota, también es suicida.

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Admisión. El Gobierno reconoció que, al comenzar, no le había contado a la gente la verdadera (y crítica) situación.
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