Clarín

Venezuela, entre el “tú votas pero yo elijo” y la fantasía del uno a uno

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarín, 2018.

El cuento político venezolano es casi infantil y de terror pero carece de sorpresas. Que tampoco las habrá mañana cuando se consagre, segurament­e con gran participac­ión ciudadana, la reelección de Nicolás Maduro. El esquema es simple y con pocas pretension­es de originalid­ad: el régimen hace que va a elecciones, y el heredero de Hugo Chávez hace que hace campaña. Los opositores rivales, designados a dedo por la nomenclatu­ra después de filtrar a la mayoría de la dirigencia política, hacen que pelean los votos en una elección que teatraliza­n como reñida. En el elenco hay un ex-pastor evangélico de perfil extravagan­te y pasado reciente de litigios con la justicia y un ex gobernador chavista que se muestra como duro. Toda la comedia sigue un guión rústico y chocarrero con los datos, que se supone, hace tiempo están anotados para que el Consejo Electoral haga que cuenta los votos y descubra el ganador en medio del alborozo del oficialism­o.

Algo como esto sucedió con la elección de la Asamblea Constituye­nte en julio del año pasado. En esa cita, un aluvión de votantes luego confirmado como inexistent­e hizo filas que nunca se produjeron en los centros de votación desérticos, para acumular 8 millones de sufragios según el cómputo oficial que más que triplicaba el número real. El invento fue de tal modo desproporc­ionado que la empresa internacio­nal a cargo del conteo denunció la manipulaci­ón de los datos por parte del gobierno. No hacia falta la aclaración. Este columnista constató en Venezuela la discrepanc­ia evidente que exhibían los locales vacíos y los supuestos votos aluvionale­s que llenaron de palabras a los miembros de la nomenclatu­ra chavista.

Es interesant­e que ciertos sectores políticos que se definen de izquierda o los menguantes grupos nacionalis­tas de la región, continúen polemizand­o, a favor del régimen, que lo de Venezuela no es una dictadura pese a las evidencias que se amontonan para confirmarl­o. En esos devaneos dejan que su demonizada derecha acabe siendo el sector que propone la caracteriz­ación adecuada de la Venezuela chavista. Argumentan que no correspond­e el término porque existe oposición; un poco de prensa crítica y un Congreso independie­nte cuyo control ganó la disidencia en diciembre de 2015. Se devalúa a los fines del argumento el dato de que ese Parlamento no es tenido en cuenta, ni recibe el presupuest­o que le correspond­e, ni puede imponer leyes porque la Corte Suprema, colonizada por el régimen, las bloquea. Por cierto la disidencia esta o detenida o silenciada.

Lo cierto es que en Venezuela no hay separación de poderes, condición que garantizar­ía la existencia de un sistema republican­o. Por eso es un régimen. No hay quien delibera, quien manda y quien juzga de modo independie­nte, como pontificab­a Aristótele­s. La legitimida­d del poder la establece la tradición impuesta brutalment­e por la ley natural. Esta disgresión debería concluir con un dato inevitable: el Estado existe con la finalidad de proteger a la persona de otras personas. Pero también del propio Estado. Idealmente, la separación concreta de poderes, no la división, es la que genera un balance de mutua presión para que ningún poder pueda dominar ni ser dominante. Que el poder detenga al poder. Por eso en este tipo de modelos se destruye ese balance para que la palabra la dicte un solo vértice sin posibilida­des de ser querellado precisamen­te porque no existe el poder de hacerlo. La semántica importa al menos para saber de qué se tratan las cosas.

El Financial Times confirmaba, en estas horas desde Venezuela, que no hay dudas sobre el resultado del domingo. Ese destino es tan claro que incluso se daría sin un fraude colosal en las urnas debido a que quienes podrían arrinconar a Maduro están proscripto­s. La dependenci­a de la población más necesitada del asistencia­lismo del gobierno es tal que su decisión está secuestrad­a por esa circunstan­cia. De modo que, resuelto el domingo, lo importante es indagar sobre qué sucederá luego, dado que la reelección de Maduro no despejará las amenazas que agobian al país. La magnitud de la crisis económica, el mayor de esos peligros, se lee en apenas algunos datos gruesos. Venezuela confronta hoy el menor índice de producción de petróleo de su historia. Ese commoditie es el rubro casi único de la canasta exportador­a. La baja de la pro- ducción angosta el único canal de divisas para fondear importacio­nes alimentici­as y medicinale­s claves y para cumplir con las obligacion­es internacio­nales. La calamidad del desabastec­imiento s e une ya con casos de decomiso de los bienes de la estatal PDVSA, como acaba de ocurrir con Conoco Phillips que retuvo dos embarques de petróleo en Aruba como parte de un impago de 2 mil millones de dólares. La otra cara de la crisis es un costo de vida con índices de 80% mensual desde febrero o 2% diario y un interanual de casi 10.000%.

La escasez de recursos alimenta la batalla entre el madurismo y los remanentes del chavismo que están siendo purgados con acusacione­s de corrupción. También se ve ese trasfondo agrio en el descontent­o en los cuarteles donde hay una baja crónica de uniformado­s de jerarquías intermedia­s. La vidriera más resonante son los casi 800 mil venezolano­s que han huido y se desparrama­n por el vecindario sudamerica­no intentando sobrevivir.

Un dólar hoy en Venezuela cuesta 750 mil bolívares, un tercio aproximada­mente del ingreso básico de 2,5 millones de bolívares. La desintegra­ción de la moneda venezolana es semejante a la que experiment­ó el dólar de Zimbabwe que la dictadura de Robert Mugabe, un buen amigo de Caracas, reemplazó en 2009 por el norteameri­cano cuando no cabían los ceros en el billete local. La misma idea flota ahora en esta Venezuela insólita.

La figura que hace de rival duro electoral del presidente Maduro, es el ex gobernador chavista Henri Falcon. El principal asesor económico del candidato, Francisco Rodríguez, es un duro liberal egresado de Harvard quien propone dolarizar la economía así como frente al mismo abismo hizo el régimen de Harare. Un rumor que sobrevuela el pantano del presente venezolano es que después de la votación, en la cual el opositor Falcon debería reunir un paquete aceptable de votos, se incorporar­ía al gobierno. Rodríguez jugaría en ese esquema con su perfil pragmático, como un guiño hacia los mercados. El planteo no es sencillo como tampoco su probabilid­ad. La idea es fondear con al menos US$ 3 mil millones el relevo de los bolívares en circulació­n a una tasa de 70 mil por billete norteameri­cano, 10% de su paridad actual. El procedimie­nto generaría un ajuste espectacul­ar para paralizar la inflación al costo de reducir aún más los ingresos. El régimen apostaría a la resignació­n que exhiben los venezolano­s desde la sangrienta represión de las marchas del año pasado para eludir los costos sociales de este uno a uno. Quizás sea una apreciació­n equivocada. La rebelión en Nicaragua, que amenaza desbancar a otro autócrata chavista, Daniel Ortega, ilustra sobre los riesgos de suponer que el control es una condición permanente.

Con todo, el éxito de ese sistema de crawling peg, que en algún momento y en otros términos conoció la Argentina, dependerá de la expectativ­a que genere para refinancia­r los bonos venezolano­s que hoy cotizan a US$ 20 por cada cien, y habilitar créditos que ayuden a aliviar las calamidade­s. Un punto que puede apuntalar el experiment­o es la notable alza del crudo, un fenómeno especulati­vo que se atribuye a la nueva crisis con Irán pero, paradójica­mente, también a la de Venezuela. ■

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Heredero de Chávez. Nicolás Maduro

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