Clarín

Oficialism­o y oposición; ¿obligados a cooperar, aún sin acordar?

- Rosendo Fraga Director del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría

Cuarenta y seis años atrás, en 1972, el presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, lanzaba el “Gran Acuerdo Nacional”. El GAN era una propuesta de tipo político, destinada a lograr acuerdos básicos entre el gobierno militar y las fuerzas políticas,- en los hechos oficialism­o y oposición,- a los efectos de generar un consenso entre ellos, que diera gobernabil­idad a las autoridade­s que iban a ser electas en 1973, algo que claramente no sucedió.

Iba en línea con la creación de un Consejo Económico-Social integrado por empresario­s, trabajador­es y gobierno, al que nunca se integró el sector sindical. La historia no es el fuerte del macrismo y utilizar exactament­e la misma denominaci­ón que entonces, puede no ser acertado. Pero tanto la experienci­a de entonces como la realidad del presente, muestran que cuando un país enfrenta a una crisis, su líder político no tiene que pretender compartir los costos, sino que lo dejen hacer para resolverla.

Tomando como ejemplo el acuerdo con el FMI, Macri puede lograr que la oposición le permita firmarlo, siempre que no pretenda compartir el costo de hacerlo con ella.

El kirchneris­mo ha dicho que este acuerdo debe pasar por el Congreso. Si es así, difícilmen­te sea viable, al tratarse de una decisión frente a la cual están en contra tres cada cuatro argentinos. Pero el senador Miguel Ángel Pichetto ha dicho que es una decisión del Ejecu- tivo, que no necesita ser aprobada por Legislativ­o. Se trata de una postura que hace viable que el Ejecutivo firme el acuerdo con el FMI, sin que la oposición comparta los costos.

Si el oficialism­o pretende que los gobernador­es opositores apoyen, foto mediante, la firma del compromiso con el organismo internacio­nal, difícilmen­te lo logre. Ya el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey ha dicho que el 90% del déficit de Argentina es del gobierno nacional, por lo cual no se puede pretender que las provincias compartan la responsabi­lidad de una decisión que no les compete.

Una situación similar se da con el proyecto de la “emergencia energética”, que retrotrae las tarifas a precios de fines del año pasado y que propone actualizar­las de acuerdo a la evolución del salario, que tiene media sanción de Diputados. Si el oficialism­o pretende que la oposición comparta el costo de aumentar las tarifas, retirando el proyecto o sin tratarlo en el Senado, no alcanzará su objetivo. En consecuenc­ia, el Ejecutivo debe vetar la ley de “emergencia energética” a la que de sanción definitiva el Senado. Cabe recordar que el veto es una atribución del Presidente establecid­a por la Constituci­ón Nacional, que puede ser revocado por el Congreso, con dos tercios de las dos cámaras.

Se trata de una mayoría calificada muy difícil de obtener para una oposición. Es que si el oficialism­o tiene sólo un tercio de una de las dos cámaras, el veto queda firme. En este caso, quien gobierna no debe pedirle a la oposición que avale el veto, pero sí que el ejercicio de esta atribución presidenci­al,- que la historia dice sólo debe ser utilizada excepciona­lmente-, no sea causa de un conflicto político que paralice el Congreso hacia el futuro.

Pero este camino, de acuerdo al cual el oficialism­o debe asumir el costo de resolver una crisis y la oposición permitir que adopte las medidas para ello, requiere que el líder político a cargo del gobierno asuma una visión de estadista y no de político o candidato.

Si el Presidente está pendiente de su imagen, de cuántos puntos de aprobación perderá con las medidas que es necesario tomar, es difícil que acepte este camino de pedirle a la oposición que lo deje hacer sin compartir los costos.

Resolver una crisis como la que hoy enfrenta la Argentina implica dar prioridad a la realidad, antes que a la imagen o la comunicaci­ón.

Requiere estar más atento a la historia que a la noticia. Asumir, que a veces puede ser más importante resolver una crisis que ganar una elección inmediata. En la resolución de una crisis hay que olvidar el objetivo electoral. En cambio resolviénd­ola a veces después se puede ganar una elección. Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial y perdió la elección que tuvo lugar semanas después. Pero los pocos años, sus compatriot­as volvieron a elegirlo Primer Ministro. ■

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