Clarín

Con más de 100 comercios, la carne tiene su propio “outlet” en Mataderos

Son frigorífic­os que venden a precios mucho más bajos que los de las carnicería­s de los barrios. Abarcan ocho manzanas. También ofrecen carnes exóticas como yacaré, jabalí y llama.

- Fabio Dana fdana@clarin.com

Como el Mercado Central, pero de la carne. Así puede definirse la zona de frigorífic­os de Mataderos: un verdadero mundo aparte, donde el paisaje de la Ciudad se transforma entre los camiones, las carnicería­s, los trabajador­es vestidos de blanco y el olor tan caracterís­tico de la zona.

El corazón de este polo de la carne está en Rodó y Lisandro de la Torre y a partir de allí se ramifica por las calles Martiniano Leguizamón, Bragado y Murguiondo, entre otras: son cerca de ocho manzanas donde puede encontrars­e todo lo que tiene que ver con la carne de vaca y de cerdo, también pollos y otros productos como embutidos, huevos y quesos. Además, se destacan los locales con venta de carnes considerad­as exóticas como las de yacaré, jabalí y llama.

“En el barrio se comerciali­za entre el 40 y el 45 por ciento de la carne de la Capital Federal. Hay en la zona más de 100 establecim­ientos entre minoristas y mayoristas con todo tipo de productos cárnicos”, cuenta Fabián Ojeda, presidente de la Cámara de Empresario­s y Comerciant­es de la Carne y sus Afines de Mataderos (CECCAM).

Los precios, aseguran, son mucho más baratos de los que pueden encontrars­e en la carnicería­s de cualquier barrio. El kilo de asado arranca en $ 75 y puede llegar hasta $ 130, el vacío se consigue a partir de $ 99 el kilo y el de pollo desde $ 35. El pechito de cerdo está a $ 99 y el carré, a $ 77. La picada común arranca desde $ 69. “Acá todo es mucho más barato. Yo vengo cada 15 días y hago una compra grande. En mi familia somos cuatro y a fin de mes la diferencia se siente”, dice Beatriz Sánchez, vecina de Lomas del Mirador.

No sólo las familias se acercan para hacer las compras. Además, las parrillas y los locales gastronómi­cos de la Ciudad llegan hasta la "Capital de la Carne", como también llaman a Mataderos, para abastecers­e. “Acá conseguís la misma costillita de cerdo que te venden en las parrillas top de Palermo, pero a otro precio”, se jactan en las carnicería­s.

La actividad, que emplea a 1.200 personas, empieza muy temprano. A las cuatro de la mañana ya hay movimiento. Las persianas se levantan y aparecen los camiones. El trabajo es pesado: hay que bajar las reses y comenzar a preparar todo para la llegada de los primeros clientes.

“Los que vienen más temprano en general son los dueños de las carnicería­s, que están a eso de las seis para abrir el local a las ocho. También madrugan los encargados o los dueños de los restaurant­es. La gente común aparece un poco más tarde”, dice Ojeda. El movimiento más intenso se da los viernes y los sábados, cuando el público de las compras minoristas se hace muy presente: en esos días llegan cerca de 6.000 personas.

Aunque la zona tiene un aire pintoresco para el que viene de afuera, suelen escucharse los reclamos de los vecinos que conviven en el día a día. “Si bien todo mejoró en los últimos años, el olor sigue siendo intenso. Y la limpieza que se hace no es suficiente, porque aunque los comercios lavan bien las veredas y ponen en bolsas la basura, al rato hay otra vez cosas desparrama­das por el suelo”, se queja María Elena.

Desde la CECCAM aseguran que se trabaja todo el tiempo para mantener el espacio limpio: “Por ejemplo, depuramos las aguas que van a las cloacas y se hacen cursos para manipular alimentos junto con el Gobierno de la Ciudad. Hay controles constantes y permanente­s”.

La zona comenzó a ser poblada por frigorífic­os en 1897, cuando se trasladó a Mataderos el Frigorífic­o Nacional. Las anécdotas y las historias son muchas. Una cuenta que hasta la década del 60, la molleja, hoy una de las achuras más costosas y sabrosas, se tiraba porque no se le daba valor.

Otra dice que del Hospital Salaberry, que estaba ubicado en Juan Bautista Alberdi entre Cafayate y Pilar, a pocas cuadras de este polo de la carne, salieron en su momento los mejores cirujanos del país: fueron aprendiend­o a la fuerza, debido a los cortes por heridas de armas blancas que solían llegar a las guardias.

Es que hace varias décadas, era habitual que el empleado del frigorífic­o se volviera a su casa con el cuchillo que utilizaba en el trabajo. Y si en el camino paraba a tomar unas copas y en el medio se generaba alguna disputa, todo se resolvía como lo hacían los guapos en los viejos tiempos: a las cuchillada­s. ■

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JORGE SÁNCHEZ Madrugador­es. Los locales abren a las 8 de la mañana. Viernes y sábados son los días que más se llenan de clientes.
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Trabajo pesado. Los empleados bajan las reses de los camiones y las preparan para vender.

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