Clarín

Hacer de paño de lágrimas es para llorar

- alberamato@gmail.com Alberto Amato

Y también está el otro tipo de insufrible, el que te vuelve loco mientras intenta sanear su propia locura. El tipo viene a vos, le importa un rábano el ámbito, puede ser el trabajo, la canchita del picado semanal, la esquina afable de los buenos encuentros, la biblioteca o Notre Dame, da igual. Te pone una mano en el hombro, porque él es, ante todo, un tipo preocupado por tu bienestar y tu paz espiritual y, por lo general, lanza su muletilla de guerra, su arma secreta, su misil todopodero­so. Te dice: “Ah, no sabés...” Si en ese momento no hiciste cuerpo a tierra, no te zambullist­e en la primera trinchera, pozo ciego o ciénaga a mano; si en ese momento no abordaste un ómnibus o un trasbordad­or a Marte, sos hombre muerto. Tu afable enemigo te toma como su psicólogo por dos horas y sin que vayas a ver un maldito peso por prestar la oreja.

Por qué nos agarran como paño de sus lágrimas, es un enigma. Algo debe haber en nuestras caras, en nuestra actitud, que le hace pensar al ah, no sabés, que somos su presa fácil. Es probable que sepamos escuchar, cualidad que en otros tiempos nos dio infinitas satisfacci­ones, pero que hoy agoniza ante el ímpetu del insufrible. Es inútil que intentes comprender­lo o esbozarle un consejo. El tipo no quiere abandonar su papel de víctima ni que vos le sugieras una leve comprensió­n, no seas insensato. Escuchá sus cuitas en silencio y esperá que Dios, en Su infinita misericord­ia, te dé una mano. Porque si insinuás escapar del abrazo del oso, sos un insensible que no merece su amistad, ni su corazón abierto y franco. Es neurosis, es grave y estamos expuestos e indefensos. Lo siento, pero yo avisé.

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