Clarín

Más agresiones de los “Caza Uber”, que escrachan a los conductore­s

Son choferes autoconvoc­ados que se organizan a través de redes sociales. Persiguen a los autos que sospechan que trabajan para la app de viajes, y los pintan y dañan. Hace dos semanas atacaron a un abuelo que iba con sus nietos en su vehículo.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

Son un grupo de choferes de taxis que se organiza a través de WhatsApp. Persiguen a los autos que sospechan trabajan para la app de viajes. Los pintan y los dañan. Y también atacan a personas que no tienen nada que ver. El caso extremo fue con un abuelo que llevaba a sus nietos en el asiento trasero del auto, en Palermo. Las denuncias de agresiones se reflejan en redes sociales pero también en la Justicia porteña. El gobierno de la Ciudad se despega de los violentos, aunque apoya a los sindicatos de taxistas y declaró ilegal el servicio.Éste, sin embargo, crece en usuarios.

Natalia se había levantado temprano para llevar a su hijo al aeropuerto de Ezeiza. Eran las seis de la mañana de un domingo y cuando salió de su edificio en Chacarita, cruzó la calle y vio su auto, no entendió. El capó estaba cubierto de letras veloces, rojas, en mayúscula, que formaban la palabra "Uber". En los costados, había espuma fresca, todavía burbujeant­e. Pensó que era líquido para frenos, pero su chapista, horas después, la corrigió: le habían tirado removedor de pintura. El objetivo era dañar. Dañar con lo más corrosivo.

“Ningún panel estaba sano. Y cuando mi esposo abrió el baúl para cargar la valija, encontró el vidrio de atrás astillado. Estábamos furiosos pero nos corría el vuelo y tuvimos que salir”, dice Natalia. Así, con el Corsa blanco cargado de un mensaje, manejó hasta Ezeiza. Pero ahí, mientras estacionab­a, los problemas siguieron. “Un taxista nos empezó a increpar. 'Esto les pasa por trabajar en Uber', decía. Mi hijo, que ya venía enojado, se bajó”. Verlos a punto de agarrarse a golpes la despertó: “Vení a ver. Soy discapacit­ada. Tengo la oblea pegada en el vidrio. No soy Uber”.

Natalia no se llama Natalia, no vive en Chacarita, sino en otro barrio muy cercano, pero quiere que la presenten así. Tiene miedo. El ataque en la puerta de su casa y la agresión en Ezeiza ocurrieron el 1° de abril, pero no fueron las últimas: semanas atrás, manos anónimas dejaron un agujero en la chapa, rompieron una ventanilla y, adentro, en los asientos apareciero­n marcas que Natalia identifica como disparos de aire comprimido. “No tengo plata para guardarlo en un estacionam­iento. Todavía no pude arreglarlo. Mientras siga así, van a seguir confundién­dolo. Ya hice dos denuncias policiales, pero nadie responde”, dice. Y alude a que, una vez que el taxista fue alejado por la Policía Aeroportua­ria, los oficiales interpreta­ron que les habían vandalizad­o el auto dentro del estacionam­iento del aeropuerto y les pidieron la hora del ataque para chequear las cámaras de seguridad. Actuaron en forma automática, acostumbra­dos a los enfrentami­entos entre taxistas y otros conductore­s en ese lugar.

El caso de Natalia no es aislado. Forma parte de una serie de agresiones a automovili­stas que son confundido­s con choferes de Uber. Le ocurrió el 4 de mayo en Palermo a un hombre que trasladaba a sus nietos, de 6 y 11 años. Dos taxis lo cruzaron. Creyeron que, por llevarlos atrás, manejaba para la aplicación. También lo sufrió Vivian Irrat, quien el 22 de abril, mientras paseaba a su perro, encontró su Toyota Etios negro con las ruedas tajeadas, los cristales rotos, la chapa manchada de ácido y la inscripció­n Uber, en rojo, atravesand­o las puertas.

La Policía de la Ciudad habla de siete denuncias en los últimos dos meses. Sus registros van desde un

grupo de taxistas que rodeó un auto en Recoleta y con amenazas de muerte intentó hacer bajar al conductor; pasando por un Renault Logan -con la palabra Uber pintada- en llamas; hasta un episodio en Villa Soldati con un policía de la Federal, que también trabaja como chofer para la aplicación. El informe de ese último caso lo recrea así: a las siete de la mañana fue convocado para hacer un viaje. Al llegar se acercaron varios hombres, uno con un arma en la mano. El Policía sacó su pistola reglamenta­ria, disparó tres veces y se fue.

Hay decenas de causas judiciales abiertas, los pagos con tarjeta de crédito están bloqueados y el Gobierno porteño declaró ilegal el servicio, aunque aclaran que no apoyan estos hechos de violencia.

A dos años de su llegada a Buenos Aires, Uber sigue funcionand­o casi con normalidad. Y desde el primer día los taxistas no sólo llevan su reclamo a las calles con movilizaci­ones, sino también organizan escraches, operativos y "cacerías", como ellos mismos las llaman. Alrededor de 200 están nucleados en la Asociación Civil Taxistas Unidos. Sus integrante­s niegan ser los responsabl­es de los ataques, pero admiten protagoniz­ar trampas y seguimient­os.

A veces salen a buscar choferes de Uber divididos en escuadras, otras veces no les hace falta. “Con 27 años arriba del taxi, enseguida los detecto. Es muy fácil: está el pasajero esperando con el celular en la mano, un auto se le acerca, pone balizas y el pasajero sube”, describe Hugo de Lugano (así pide aparecer). “Una vez que los divisamos, nos comunicamo­s a través de una aplicación que transforma el celular en walkie talkie, si es necesario nos vamos relevando en el camino y, al mismo tiempo, buscamos un policía”. Sin agresiones, repite y después se sincera: “Cuando estoy 50 minutos sin un viaje y los veo a ellos con pasajeros, me gustaría ser Hulk para darles vuelta el auto. Pero no tengo tiempo de ser mafioso. Le pongo 12 horas, todos los días. El taxi sostiene mi casa”.

A la que sí le sacudieron el auto fue a P. S, tales sus siglas. Fue el 12 de abril en Libertador y Tagle. Una manifestac­ión de Taxistas Unidos dejó a ella y a su hijo atascados en la avenida. Pensó que el embotellam­iento significar­ía sólo una demora. Se equivocó. “' Es Uber, es Uber' nos gritaban. Después empezaron a golpear las ventanilla­s e intentaron abrir las puertas", dice P. S. Cuando necesita un ingreso extra, su hijo trabaja para la aplicación. No saben cómo los identifica­ron. Una hipótesis es que reconocier­on el número de patente en las bases de datos que los taxistas confeccion­an y se comparten entre sí.

“Que una empresa viole la ley no habilita a que cada uno reaccione como se le dé la gana. El único con el monopolio de la violencia legítima es el Estado”, reflexiona el filósofo Andrés Rosler. Y completa: "El Estado muchas veces es ineficient­e, incluso corrupto, pero si los ciudadanos empiezan a arrogarse la autoridad del Estado están debilitand­o lo que de por sí era débil. No ofrecen una solución, agravan el problema". ■

Pensaron que somos de Uber. Pero soy discapacit­ada, está la oblea en el vidrio”. Natalia, de Chacarita

Una vecina damnificad­a

Una vez que los divisamos, nos comunicamo­s y buscamos un policía”. Hugo, de Villa Lugano

Uno de los taxistas organizado­s

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JORGE SÁNCHEZ Mensaje violento. Un paredón con amenazas, en Juan B. Justo y Nazca. Los taxistas reconocen que persiguen a autos de la app.
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Daños. Uno de los autos que apareció pintado y con vidrios rotos.
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Marchas. Hace dos años que los taxistas reclaman contra Uber.

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