Clarín

Los argentinos y el placer inmediato

- Pablo Vaca

La prueba, realizada originalme­nte a 16 nenas y nenes de entre 3 a 5 años en la década del ‘60 en la Universida­d de Stanford, puede practicars­e en cualquier casa. Es sencilla: se le ofrece al chico una golosina (o una galletita o lo que terminó siendo el elemento que le dio nombre al estudio, un malvavisco) y se le da la opción de comerla de inmediato o, si espera un rato, 15 minutos, comer dos.

La idea del psicólogo austríaco Walter Mischel, hoy mundialmen­te famoso y profesor en la Universida­d de Columbia, era realizar un experiment­o sobre gratificac­ión retrasada. Y lo que descubrió en su Marshmallo­w Test, en un resumen apresurado, es que a aquellos niños capaces de esperar, y en conse- cuencia, comer dos malvavisco­s, les fue mejor en la vida. Tuvieron mejores puntajes de ingreso a la universida­d, mayor autoestima y umbrales de frustració­n más altos que quienes cedieron a la tentación inmediata.

Durante 50 años se hizo un seguimient­o a aquellos pequeños, que al final sumaron 600 casos. Quienes pudieron posponer la gratificac­ión, un tercio del total, resultaron adultos socialment­e más competente­s, con mayor éxito académico, menos agresivos y hasta con menor propensión a la obesidad. Más inteligent­es emocionalm­ente.

Si traspolamo­s el estudio a lo social, queda claro que los argentinos siempre elegimos comernos la golosina en el acto.

No fue lo urgente lo que nos tapó una y otra vez lo importante: fue lo inmediato.

Persistimo­s en el defecto: Cambalache, esa cruel mirada social escrita en 1934 por Enrique Santos Discépolo, nos sigue retratando de manera cabal.

En el país de lo inminente, un ministro anuncia de un día para otro que un peso vale un dólar y todos lo creen. Gratificac­ión ins- tantánea. A nadie importa que algo no cierre, que nunca un peso valió un dólar. Ese ya es un problema del futuro. De aquellos que esperan para comerse dos malvavisco­s. De los que proyectan.

La incapacida­d para planificar más allá de nuestras narices surge patente a lo largo de la historia. Los ejemplos sobran. Uno: el puerto diseñado por Eduardo Madero, terminado en 1898, quedó obsoleto apenas diez años después. Dos: por las congestion­es de tránsito, ya en 2005 se anunciaba la construcci­ón de un tercer carril en la autopista Buenos Aires-La Plata, inaugurada... diez años atrás.

En ambos casos, se construyó pensando en el ahora, no en mañana. Sucede que construir para el futuro tiene “defectos”: es más caro e impide que esa plata se gaste ahora, en nosotros, no en nuestros nietos. Nuevamente, se elige comer una sola golosina, ya.

Como es obvio, la política se ve atravesada por esta ansiedad social. En enero de 2016, recién asumido, el Gobierno sostuvo que este año tendríamos el 10% de inflación. Una meta prácticame­nte imposible (la realidad es que tendremos cerca del 25%) pero digerible. Explicar que bajar la inflación puede llevarnos 10 años de penurias y cinturones ajustados, como ha sucedido en casi todo el mundo, en la Argentina del placer instantáne­o es electoralm­ente suicida.

Así, ponerse ahora a trabajar en serio para que los chicos que nazcan en la próxima década tengan una escuela digna resulta un planteo de ciencia ficción. O escandinav­o.

En su test, Mischel averiguó algo más: se puede “entrenar” a los niños a resistir la tentación y así lograr una recompensa mayor.

Será cuestión de empezar a aprender. ■

No fue lo urgente lo que nos tapó una y otra vez lo importante: fue lo inmediato.

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