Clarín

Energía: por qué conviene el ajuste

- Emilio Apud Ingeniero, Ex Secretario de Energía, Director de YPF

La primera pregunta que tendríamos que hacerle a los que proponen dilatar aún más el período de ajuste tarifario aprobado hace dos años, es ¿quién pagará la diferencia o el subsidio remanente del orden de los USD 4.000 millones?

Estamos a un paso del fin de la convertibi­lidad tarifaria impuesta por el kirchneris­mo. ¿Quién creía en 2001 que un dólar valía un peso? Nadie, pero lo negábamos. Y quince años más tarde, con las tarifas seguimos con ese afán negacionis­ta y hacemos lo mismo. ¿Quién creía que dos meses de consumo eléctrico podían costar igual que un café? Otra vez, nadie. Sin embargo, seguimos haciéndono­s los distraídos.

Ahora, cuando el Gobierno está a punto de revertir una situación insostenib­le, asumiendo los costos políticos que debería haber pagado la anterior administra­ción, muchos se rasgan las vestiduras rechazando el “tarifazo”, aleccionad­os por una oposición política ventajera e irresponsa­ble.

Hace dos años ante la reacción parcial de la gente, de la oposición y buena parte de los medios, el ajuste tarifario propuesto por la nueva administra­ción se judicializ­ó y fue rechazado por la Corte, que impuso previsibil­idad y gradualism­o para alcanzar tarifas que cubrieran los costos de producción de gas y electricid­ad. Se cumplió con la orden de la Justicia, se hicieron las RTI, las audiencias públicas y se acordó con la comunidad un plan de actualizac­ión tarifaria a cuatro años, con un programa que establecía fechas y montos para los ajustes en ese período, es decir que desde 2016 se sabía cuándo ocurrirían los aumentos. Claro que la demora le costó al país, más de USD 12.000 millones en subsidios y se atrasaron las obras lanzadas para salir de la crisis.

Volver a rechazar los ajustes nuevamente, después de haberlos “gradualiza­dos” y consensuad­o, era esperable de la “resistenci­a K”, que lucha por no ir presa. Pero de ninguna manera sejustific­a que lo hagan los usuarios del área metropolit­ana que no califican para la tarifa social, ni la oposición del resto del peronismo incluyendo al massismo. Menos aún los socios de Cambiemos, la UCR y la Coalición Cívica, y los analistas económicos que conocen bien el programa de actualizac­ión tarifaria aprobado en 2016 y las consecuenc­ias de mantener subsidios energético­s. Los legislador­es que festejaron con algarabía la aprobación en el Congreso de la ley para retrotraer a noviembre el valor de las tarifas y luego actualizar­las con los niveles de incremento salarial, se oponen al equilibrio tarifario y pretenden mantener un subsidio del orden del 30% que es lo que aún resta eliminar. Cuando, si cumplieran sin especulaci­ón política con su mandato, deberían explicarle a la población que los subsidios la perjudican ya que terminan pagando por ellos mucho más, vía inflación, impuestos, calidad de servicio y endeudamie­nto, que por una tarifa sana. Ese esclarecim­iento haría más llevadero el esfuerzo que significa en el presupuest­o familiar corregir los desvíos del congelamie­nto que ficticiame­nte les brindó beneficios durante los años de populismo. Una tarifa que refleje los costos de un buen servicio facilitará el retorno de las inversione­s privadas al sector, única fuente de financiaci­ón por el momento, al reducirse el riesgo que significa un servicio subsidiado donde la tarifa depende del humor del funcionari­o de turno. Una tarifa basada en costos reales, y no en precios políticos, introduce racionalid­ad en el consumo y hará pasar al olvido actitudes hipócritas de muchos argentinos entusiasta­s verbales del cuidado ambiental, de la Encíclica “Laudato Si”, de la Cumbre de París, etc., pero que, ante la permisiva señal de precios durante la última década, utilizaron dispendios­amente la energía haciendo gala de una escasa conciencia solidaria.

Asimismo, sería bueno recordar que hace solo quince años pagábamos por la luz y el gas lo que ahora asusta tanto pagar, y el servicio era de calidad internacio­nal. También, que hay un amplio sector de la población atendido por una muy generosa tarifa social.

Pero también es cierto que cuando lleguen las facturas con aumento del precio aplicado al consumo de invierno que puede ser ocho veces el que viene consumiend­o desde noviembre, sumado a la no readecuaci­ón de la estructura de los cuadros tarifarios, y al todavía pendiente consumo eficiente o uso racional, pueden sgnificar un coctel explosivo en agosto que podría incluir casos de imposibili­dad de pago, sorpresa y malestar en segmentos de la clase media que estoicamen­te ya viene bancando la mayoría de las reformas imprescind­ibles realizadas. Es necesario, entonces, que el Gobierno actúe antes que eso ocurra, activando las medidas de mitigación posibles, las que podrían incluir, pase a tarifa plana opcional, postergaci­ón de parte de las facturas pesadas del invierno a bimestres de bajo consumo, diferimien­to de la aplicación del IVA sobre el nuevo incremento y, no menos importante, implementa­ción de programas de comunicaci­ón para reducir el consumo e informar a la gente de los beneficios directos e indirectos que el esfuerzo significar­á en su calidad de vida en poco tiempo más. ■

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HORACIO CARDO

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