“Fumaba y vapeaba, hasta que tiré el último atado y me quedé con el vapeo”
Sonia Spotorno (42) vapea vainilla con almendras, lemon pie y más. Cuenta con al menos 25 saborizantes y en su casa tiene 10 equipos que comparte con su marido. Ella descubrió el cigarrillo electrónico durante un viaje a Europa. Dice que su intención no era dejar el pucho pero que finalmente reemplazó uno por el otro. “Empecé a fumar a los 17 y dejé a los 38. Llegué a fumar un atado y medio por día”, dice.
La transición le llevó seis meses. “A los 20 días de vapeo y pucho pasé de 30 a 10 cigarrillos por día. Al final, me encontré fumando dos cigarrillos diarios. Ahí tiré el último atado y me quedé con el vapeo”, recuerda Sonia. Dice, además, que comenzó con un líquido que contenía 18 miligramos de nicotina y que hoy bajó a tres miligramos. Si bien faltan investigaciones a largo plazo para de- terminar el impacto del cigarrillo electrónica, Sonia asegura que, en su caso, percibe que cambiar uno por otro la ayudó a terminar con ciertos síntomas respiratorios que padecía al fumar. “Sufría de sibilancia (silbido al respirar), dos veces por año me enfermaba de bronquitis y me agitaba al caminar. Todo eso se me fue. Y recuperé el olfato y el gusto. Por eso, empecé a comer con menos sal”, detalla.
Cuenta que viaja mucho y trae líquidos y cigarrillos electrónicos de Europa y Estados Unidos. “En el aeropuerto nunca me pararon”, señala la mujer, que organiza reuniones con otros vapeadores: “Al principio nos juntábamos para compartir información sobre el tema, cuando se sabía poco. Con el tiempo nos hicimos amigos y ahora vapear es una excusa más para encontrarnos”. ■