Son mujeres y heredaron la pasión por el negocio de la gastronomía
En un rubro con mayoría de hombres, se hicieron cargo de los restaurantes de sus familias.
Si les dicen que el lugar de una mujer es la cocina, se ríen. Viven entre hornallas, sartenes y cubiertos, pero están muy lejos de ser aquellas a las que la publicidad imagina en un rol secundario. Su papel es la gerencia y su objetivo no es ser el ama de casa perfecta, sino sacar adelante un negocio.
Se mueven en un mundo –el gastronómico- en el que se impone una abrumadora mayoría de hombres: cocineros, mozos y proveedores. En muchos casos, tienen a su favor años de tradición familiar, pero con eso no alcanza.
“En mi casa no se hablaba ni se respiraba otra cosa que gastronomía”, cuenta Karina Fernández, a cargo de Puerto Cristal. Su papá inauguró ese restaurante en 1995. Con el tiempo y la edad, fue dejando sus negocios en manos de sus dos hijas mujeres. A la hermana de Karina le tocó una de las dos pizzerías y a ella, la otra pizzería y el restaurante en Puerto Madero. “Ella tenía hijos más chicos. Los míos eran más grandes y podía ocuparme de dos locales. Hace ocho años y seguimos así”, resume.
En su caso, el cambio de la carrera de abogacía a la gastronomía fue de un día para otro. Un viernes, su socia la llamó para preguntarle si estaba en los Tribunales, Karina respondió que había surgido un problema en el negocio de su familia. “La persona que gerenciaba se mandó un par de líos. El lunes fui al restaurante, junté al personal y les dije que para que no cerrara me tenían que ayudar. El trabajo de 50 personas dependía de eso”.
Con el tiempo, aprendió y se perfeccionó con cursos. Hoy está orgullosa del trabajo en un local en el que las únicas mujeres son la relacionista pública, la empleada administrativa, la recepcionista y ella. “Es un ambiente machista, pero todos me conocían desde los 15 años”, relata. Desde hace 23 años pasa todas las fiestas trabajando: “Si los empleados tienen que venir, ¿cómo no voy a estar yo?”.
Verónica Mosquera se desempeñó durante varios años en la administración de Bahía Madero y Puerto Sorrento, dos de los emprendimientos familiares. Desde hace tres años y medio está a cargo de Babieca Parrilla, en San Telmo. En el transcurso de su vida profesional, dejó el negocio un tiempo para criar a sus dos gemelos, que nacieron prematuros cuan- do su hijo mayor no tenía dos años. Con esa experiencia a cuestas, el multitasking no tiene secretos para ella: “Los que trabajan conmigo me dicen que tengo ojos donde no los tiene nadie”, bromea. “Y es así, mi tarea es prevenir antes de que pase algo”.
Si bien no siente que haya tenido que demostrar un extra entre sus empleados, sí considera que el hecho de ser mujer influye: “No impongo nada. Pido por favor y recibo de la misma manera. No se eleva la voz. Les pido consejos, aunque después las decisiones las tomo yo”, explica.
A 15 cuadras de allí, en Montserrat, Mónica Suárez se toma un minuto para saludar a su hijo Tomás, que se va rumbo al colegio a unas cuadras de El Caserío, un restaurante histórico frente a la Legislatura porteña. El padre de Mónica lo compró hace años y ella lo gerencia desde el 2001. “Ser mujer en este rubro tiene su dificultad, pero ya pasamos muchas cosas juntos con los empleados”, cuenta. En lo personal, Mónica también llegó a tocar fondo con la inesperada muerte de su hija mayor Julieta, por una mala praxis médica. Así y todo, volvió a su restaurante.
Graduada como profesora de educación inicial y especial, coincide con Verónica en cuanto al plus que siente por ser mujer en un mundo de hombres: “Me parece que escuchamos y que valoramos más las capacidades individuales”, señala. ■