Clarín

El regreso al FMI y la macroecono­mía que se viene

- Ramiro Albrieu y Guillermo Rozenwurce­l Economista­s (CEDES/UNSAM-CONICET)

El regreso al FMI ¿es buena o mala noticia para Argentina? Es pronto aún para saberlo. Si el acceso al financiami­ento del FMI no tuviera costos, sería una de las primeras opciones de endeudamie­nto externo para cualquier país: tasas bajas, plazos largos, negociació­n abierta en caso de atrasos. Pero claro, el problema es que sí los tiene, desde la estigmatiz­ación en los mercados internacio­nales hasta las posibles condiciona­lidades a las políticas domésticas y las previsible­s reacciones de rechazo de buena parte de la ciudadanía.

Más allá de si era el momento adecuado o no para recurrir al Fondo, lo cierto es que el freno del financiami­ento externo, que motivó la llegada del FMI, altera el panorama macroeconó­mico en varios ejes. Los efectos de la política económica impuesta por el nuevo contexto serán, al menos en el corto plazo, tasas de inflación más altas y crecimient­o económico más bajo.

No se trata, a nuestro entender, de que el FMI pretenda imponer un ajuste draconiano; más bien que el financiami­ento stand by solicitado obliga al gobierno a revisar su diagnóstic­o inicial, que minimizó las consecuenc­ias de la herencia recibida y derivó durante la primera mitad del gobierno de Cambiemos en una una política macroeconó­mica errada, tanto en su diseño como en su gestión.

Como sea, se viene el tan mentado “segundo semestre” (segunda mitad del mandato, en realidad), pero no será tan alegre como el Gobierno esperaba.

El primer eje donde habrá novedades es el frente externo. Este no debe confundirs­e con el fiscal. Más allá de que el déficit externo tenga su correlato en el déficit público, lo cierto es que la tranquilid­ad en el mercado cambiario sólo se mantuvo mientras el endeudamie­nto del Gobierno prove- yó los dólares necesarios para el funcionami­ento de la economía, para viajar por el mundo y para guardar algo bajo el colchón.

No debemos esperar que el FMI aporte fondos para financiar los viajes a Miami o la fuga de capitales. Estos problemas no se resolverán automática­mente apenas con una reducción más rápida del déficit fiscal.

También demandarán un tipo de cambio más alto. Si bien la suba reciente, que llevó al tipo de cambio nominal a 25 pesos por dólar, permitió recuperar competitiv­idad, a partir de aquí será clave evitar que se atrase nuevamente y que las correccion­es las imponga el mercado mediante saltos bruscos como hasta ahora. ¿De qué manera? Permitiend­o que la cotización del dólar se deslice hacia arriba pari passu con la inflación, aunque permitiend­o oscilacion­es moderadas en el corto plazo para impedirles ganancias seguras a los especulado­res.

El segundo eje se relaciona con la cuestión fiscal. Las condiciona­lidades del acuerdo todavía no las conocemos, pero dado que el FMI vino apoyando la estrategia gradualist­a, no cabe esperar que exija un ajuste de shock, sino un gradualism­o “menos gradual”. Este gradualism­o 2.0, como lo llamamos en una nota previa, será más complejo, no sólo porque deberá avanzar más rápido sino porque deberá reducir gastos muy progresivo­s en términos distributi­vos. La rigidez a la baja del gasto, que le dio viabilidad política al gradualism­o 1.0, chocará ahora con la demanda de flexibilid­ad que pedirá el organismo internacio­nal para avanzar en la consolidac­ión fiscal. Además, si la economía se desa- celera, los ingresos fiscales crecerán más despacio y, además la resistenci­a al ajuste puede acentuarse, lo que, a su vez, puede tensar la relación con el FMI.

El tercer eje –que quedó en evidencia en el discurso de Macri de la semana pasada– es que el esquema de política macroeconó­mica debe ser revisado en profundida­d. En particular, queda claro que con la nueva etapa ha llegado el fin –o al menos, la suspensión por tiempo indefinido- del esquema de metas de inflación en la versión canónica del Banco Central. A nuestro juicio, el problema del 28D no fue la injerencia de “la política” en el accionar del Banco Central; en cambio, el problema fue la falta de coordinaci­ón entre las distintas voces del equipo económico. Ahora, bajo tutela del FMI, la aceptación de la dominancia fiscal por parte del BCRA deberá ser indiscutib­le.

En consecuenc­ia, la autoridad monetaria tendrá que explorar otros mecanismos para ganar credibilid­ad ya que la tasa de inflación no bajará tan rápido como se prometió (más aún si tendremos revisiones salariales en el último trimestre del año).

El último eje que altera la llegada del FMI es el político. El cambio en el panorama macroeconó­mico hace pensar en que se viene un período donde el Gobierno deberá negociar -y eventualme­nte ceder- frente a otras voces, desde los gobernador­es hasta los grupos sociales que utilizan la calle como herramient­a de protesta.

La aparición del FMI puede ser relevante en esta dinámica –al menos en el terreno discursivo-. Será entonces un período de mayor conflictiv­idad y ello constituir­á un desafío mayor para un gobierno no esta acostumbra­do a lidiar con las adversidad­es.

Un clima de mayor diálogo entre Gobierno, oposición, empresario­s sindicales y dirigentes sociales sería ideal para transitar las turbulenci­as por venir, desde las correccion­es cambiarias hasta el avance del gradualism­o y la conflictiv­idad política. Pero la apertura y el diálogo no han sido marcas distintiva­s de este gobierno. Esperemos que esta vez sea diferente. ■

Este gradualism­o 2.0 será más complejo. Deberá reducir gastos muy progresivo­s en términos distributi­vos

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