Clarín

Causas subterráne­as de una pelea permanente

- Ricardo Roa

Hay cosas debajo del paro, mejor dicho de los paros de siempre, en los subtes que no se ven pero que todo el que quiera puede ver. Una está en el video que se viralizó en estos días y que muestra a metrodeleg­ados preparando la teatraliza­ción del conflicto. Es el contenido tanto o más político que gremial de la protesta.

Otra es la adhesión de los trabajador­es o de la mayoría de los trabajador­es al sindicato de los metrodeleg­ados. Es un sindicato que no tiene personería gremial pero que tiene en el subte más representa­tividad que la UTA.

En el video, el jefe de los metrodeleg­ados Néstor Segovia da instruccio­nes. Ordena que suban a las redes que les están tirando gases lacrimógen­os. No hay nada de eso. También ordena mientras agita las manos en el vagón tomado que se escondan las piedras. Las piedras son para la policía.

El de los metrodeleg­ados es hoy un sindicato simplement­e inscripto, lo que quiere decir que puede tener delegados pero no puede sentarse a discutir con la empresa ni convenios ni salarios. De eso se ocupa exclusivam­ente la UTA, que tiene personería gremial: la credencial única que otorga el Estado y que es la llave maestra del modelo y de la estructura sindical en la Argentina.

Desde hace décadas la UTA pelea el encuadrami­ento del personal contra rebeliones separatist­as, como España con los independen­tistas catalanes. Hace poco la Corte se pronunció sobre la disputa. Confirmó un fallo de Cámara que había revocado una decisión del kirchneris­mo. Dijo que la representa­tividad del sindicato de metrodeleg­ados debía analizarse de nuevo. Suspendió la personería y pateó para adelante el conflicto.

Pero la pelea intersindi­cal no para y como suele ocurrir va de la mano de reclamos sala- riales o de mejoras en condicione­s de trabajo que significan mejoras en los salarios.

Un dato político: la UTA es el peronismo, los metrodeleg­ados son el kirchneris­mo y la izquierda. O lo que es lo mismo, el antimacris­mo radical. Otro dato político: antes de irse, Cristina reconoció a los metrodeleg­ados y obligó a la empresa retener la cuota sindical de los afiliados y transferir el dinero a una cuenta abierta en el Credicoop del banquero kirchneris­ta Carlos Heller. Léase, caja.

Años antes, Kirchner y su ministro Tomada le habían hecho un favor o un gran favor a Moyano y Camioneros que fue también un fa- vor a los metrodeleg­ados: borraron de la ley al transporte de la lista de los servicios considerad­os esenciales y que están obligados en las huelgas a garantizar prestacion­es mínimas.

Eso pasa en todo el mundo. El transporte está junto con los servicios sanitarios y hospitalar­ios, agua, gas, electricid­ad y el control del tráfico aéreo. Menos acá. Para regular las guardias hay un órgano independie­nte: la Comisión de Garantías, cuya composició­n cambió Macri en diciembre pasado. Funciona en el área del Ministerio de Trabajo.

La Comisión bien podría agregar otro servicio a los considerad­os esenciales. Como el subte. Sería aplaudido por cientos de miles de pasajeros resignados a lo de siempre: paros salvajes y sin avisar.

Para que actúe la Comisión de Garantías debe haber un paro declarado y ser dictada antes la conciliaci­ón obligatori­a. Por eso no convocan formalment­e una huelga. Y las huelgas y la teatraliza­ción siguen y así seguirá. Los metrodeleg­ados reclaman la ley pero no cumplen la ley.

Detrás de los paros en el subte hay política y hay política gremial. ¿Será un servicio esencial?

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