Clarín

Lugones, los intelectua­les y el poder

- Federico Finchelste­in

Historiado­r. New School for Social Research

Borges dijo una vez que no había ningún día en que no pensara en Leopoldo Lugones. Hoy casi nadie piensa en él. Y menos aún se recuerda su discutible legado como intelectua­l del poder. Pasado tanto tiempo, no es increíble que el nombre Lugones ya no sea tan relevante como lo fue entonces. Pocos saben que en Argentina el Día del Escritor es el día de natalicio del otrora famoso poeta y casi nadie lee el libro de Borges, que el insigne autor de El Aleph simplement­e tituló “Lugones”.

¿Quién fue Lugones? Ahora que se cumplieron ochenta años de su espantosa muerte es necesario recordar que en los años de entreguerr­as, Lugones era considerad­o el escritor y quizás también el intelectua­l argentino más importante. Autor de libros de poemas, de ensayos políticos, de cuentos fantástico­s, de un diccionari­o y de textos educativos, de crítica literaria y estudios clásicos, Lugones fue, en distintos momentos de su vida, socialista, liberal y fascista.

Literato, periodista, director de la Biblioteca del Maestro, amigo de personajes tan distintos como Albert Einstein (Lugones escribió un libro para explicar la teoría de la relativida­d), el poeta Ruben Dario (padre del modernismo latinoamer­icano) y el presidente argentino Julio A. Roca. Asesor también de otros presidente­s y además biógrafo oficial de Sarmiento y Roca, Lugones presenta una figura del sabio que ya no existe: el intelectua­l cuya opinión los poderosos respetan y escuchan.

Si Sarmiento fue el último presidente intelectua­l en el poder, Lugones fue sin duda el último intelectua­l con poder. Comparado con sus sucesores, Lugones al menos tenía cierto poder que se explica por su cercanía e influencia­s con los poderosos, aquellos que decidían en sus tiempos el destino del país. Ca- sos más recientes de nuestra democracia como el de Ernesto Laclau presentan ciertos paralelism­os. Laclau fue un intelectua­l brillante que simplificó su obra al servicio del kirchneris­mo, aunque el kirchneris­mo no se vio afectado por sus ideas sino más bien todo lo contrario.

Recuerdo una charla que tuve en Nueva York con Ernesto Laclau sobre Lugones en la cual el teórico del populismo recitó de memoria versos lugonianos. Me hubiera gustado preguntarl­e sobre cómo veía la relación entre Lugones y el poder. Esta pregunta segurament­e carecería de interés para los intelectua­les que apoyan al actual gobierno argentino.

Los intelectua­les del macrismo tienen una influencia escasa en un gobierno que hace de la falta de ideas una virtud de la antipolíti­ca. Yendo más atrás, el General Perón no gustaba de los intelectua­les y prefería otras compañías, aunque en sus memorias hizo una referencia bastante insincera a la influencia que habría tenido Lugones en su concepción política.

Los tiempos de Lugones fueron distintos. En democracia, presidente­s como Roque Sáenz Pena o ministros y luego presidente­s como Agustín P. Justo asistieron a sus conferenci­as públicas, para escuchar y ser vistos con el poeta e intelectua­l nacional. Fue justamente en unos de estos eventos en donde Lugones anuncio su giro fascista, su repentina falta de fe en la democracia liberal. De autor del poder del presente, Lugones se convirtió en el ideólogo del poder del futuro cercano de entonces.

En su famoso discurso de Ayacucho en Perú en 1924, Lugones anunció al mundo el fin de las democracia­s y el advenimien­to y la necesidad de las dictaduras militares. Está fue su “hora de la espada.” Así la influencia principal de Lugones fue, en vida y también continúo luego de su escandalos­a muerte, durante los gobiernos dictatoria­les que tiñeron de pardo y violencia nuestro siglo veinte. Lugones redactó la proclama del primer Golpe de Estado de nuestra historia moderna: el golpe del general José. F. Uriburu en 1930 y su influencia llego al menos hasta la última dictadura y su guerra sucia.

Terminada la dictadura uriburista y en el marco de la “década infame”, Lugones se suicidó en el Delta, en febrero de 1938, en una Argentina muy diferente al de nuestro país del presente. Un país que sin embargo no parece aprender de las lecciones del pasado. Una lección que confirmó involuntar­iamente Lugones es que el poder corrompe a los intelectua­les. Los aleja del pensamient­o autónomo y los acerca a la razón instrument­al y a la simple bajada de línea.

Si se mide la relevancia de un intelectua­l a partir de su cercanía con los que mandan y no con su cuestionam­iento, se valora entonces la pérdida de la capacidad crítica del poder que define, o debería definir, el trabajo público de los intelectua­les.

La lección negativa de Lugones es que los intelectua­les no encuentran su razón de ser en el elogio del poder. Los intelectua­les no tienen hoy esa relevancia con el poder que tuvo, y siempre quiso tener, Lugones. Quizás no sea ésto algo malo. Quizás no deberían tenerla. ■

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