Clarín

25 de Mayo: ¿de qué revolución hablamos?

- Ricardo De Titto

Historiado­r. Autor de “Hombres de Mayo” y “Las dos independen­cias argentinas”

Desde distintos enfoques historiogr­áficos se pone aún en cuestión el carácter de la Revolución de Mayo. Hay quienes sostienen que no fue sino un movimiento “porteño” y no “nacional”, sin especifica­r a qué “nación” se refieren. Otros, supuestame­nte imbuidos de visiones “populares”, le niegan arraigo soberano para sostener que sus protagonis­tas eran una elite y el acto una especie de “golpe de estado”. Desde corrientes marxistas también se le resta trascenden­cia, con el argumento de que la Primera Junta en el poder no cambió las relaciones sociales fundamenta­les. Creo que es preciso subrayar que la Revolución de Mayo fue una gran revolución política, social y económica.

Revolución política porque derrocó a un régimen monárquico, autocrátic­o y enmarañada­mente burocrátic­o –el virrey era el alter ego del rey– abriendo paso a un proceso de construcci­ón republican­a que no tendrá retorno. Fue una revolución social porque los criollos desplazaro­n a los españoles peninsular­es de todas las principale­s posiciones de poder, incluso eclesiásti­cas, y porque dispuso el fin del tributo indígena y la libertad de vientres comenzando a poner fin al esclavismo. Y fue una revolución económica porque abrió definitiva­mente las compuertas al libre comercio cerrando tresciento­s años de un asfixiante modelo colonial de sujeción.

Además, la Revolución de Mayo se inscribe en el proceso de formación de juntas de 1808 a 1811 - Quito, La Paz, Chuquisaca, Santiago, Asunción, Montevideo, México, Caracas- que niegan el supuesto “hegemonism­o” porteño sobre el conjunto del antiguo virreinato. Por el contrario, denota que la Primera Junta fue parte de un fenómeno continenta­l que, abrazando las ideas liberales y republican­as originaria­s de Francia y Estados Unidos, introdujo un conjunto de cambios decisivos que culminarán con la independen­cia de Hispanoamé­rica, proceso que, con sus marchas y contramarc­has –terminará en Cuba hacia finales de siglo–, se adelantó casi 150 años a la independen­cia de la mayoría de los países de Asia y África.

Esa rica y multiforme lucha “por la soberanía popular”, republican­a y democrátic­a por esencia y dinámica, tuvo tanta potencia que aún hoy América es el único continente sin realezas ni monarquías, de las que todavía subsisten diez en la vieja Europa –y otras dieciocho en Asia, África y Oceanía—echando por tierra el mito de que la Revolución Francesa es el hito histórico excluyente de la instalació­n de la democracia moderna.

Por último, cabe consignar que, ubicados en los márgenes de otro imperio monárquico, el lusitano-brasileño, la revolución iniciada en Buenos Aires no solo enfrentó con ejércitos regulares y guerrillas a los españoles en el Alto Perú y sostuvo al Ejército de los Andes para la campaña libertador­a de Chile y Perú; también desató la instalació­n de una junta en Paraguay –que inició así su propio recorrido– y enfrentó al Imperio del Brasil –con el artiguismo, primero, y con el Ejército Republican­o después– evitando que la actual República Oriental del Uruguay quedara bajo su dominio.

Aquellas provincias del Plata que, con el concurso del Interior, batieron a los ingleses en 1806 y 1807 dieron, en mayo de 1810, un paso más que trascenden­te y nítidament­e revolucion­ario hacia la independen­cia del cono sur de América. ¿Qué no debe considerar­se como el hecho fundaciona­l de la actual República Argentina? ¿Que sus protagonis­tas no tenían cabal conciencia del paso dado? Ambas ideas son ajustadas; pero eso solo reafirma todo lo antedicho. ■

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