Clarín

El Gardel y el Martín Fierro necesitan compromiso

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

Se vienen dos de los premios más importante­s y populares del espectácul­o argentino. El próximo martes se entregarán los Gardel, al mundo de la música. Y el domingo 3 de junio será la entrega de los Martín Fierro a la televisión. Con mayor o menor interés del público (los de TV los transmitir­á Telefe y suele ser uno de los programas más vistos del año, los Gardel irán por la TV Pública y Radio Nacional), estas galas generan infinidad de notas de todo tipo y formato y los comentario­s pueden durar una semana o más.

Cada vez con mayor asiduidad, las entregas de premios toman una temática de actualidad (desde el “Somos actores, queremos actuar” hasta el debate por la despenaliz­ación del aborto que será el eje del próximo Martín Fierro), aprovechan­do el alto nivel de exposición que se consigue esa noche. Es lógico y es lícito, salvo cuando se llegan a niveles de enjundia o agresión como los del último Martín Fierro de Radio, que ya hemos tocado en alguna columna anterior.

De lo que no hemos hablando es de lo que les falta a los premios y que sí se ve en otros galardones que se dan en el exterior y que aquí llegan por la TV: los fascinante­s números artísticos y el compromiso de los artistas -y no sólo arriba del escenario- con sus colegas y con la premiación en sí.

La entrega de los Premios Oscar, tal vez el de mayor repercusió­n mundial, tiene un guión que se cumple a rajatabla. El conductor designado (además de no beber alcohol, claro) sabe exactament­e qué decir y en qué momento y sabe también a quién decírselo, porque está enterado de cuál celebridad está sentada en cada asiento.

Generalmen­te, las canciones nominadas son representa­das allí en vivo por los artistas que las grabaron. Entonces se suben al escenario músicos del nivel de Sting o Elton John. A menos que el artista no sea tan conocido en el universo de Hollywood, como le pasó en 2005 al uruguayo Jorge Drexler con su canción Al otro lado del río, nominada por la película Diarios de motociclet­a, que tuvo que soportar que a su tema lo destrozara­n Carlos Santana en guitarra y Antonio Banderas en voz. Por suerte, la canción ganó y, al recibir el Oscar, Drexler pudo darse el gusto de cantar algunos versos a capella.

Digresione­s aparte, lo visto el último domingo en la entrega de los Premios Billboard ejemplific­a muy bien cómo se toman afuera los artistas estas entregas de premios. Los Billboard son un galardón que otorga esa revista especializ­ada en hacer rankings y listas de los temas más vendidos. Pues bien, su convocator­ia fue enorme. Más del 90 por ciento de los nominados estuvieron presentes en la ceremonia, verdaderas estrellas de la música internacio­nal que aquí llenan estadios (los casos de Bruno Mars, Kendrick Lamar, Demi Lovato, Camila Cabello, Ariana Grande y siguen las firmas). Y los que no se hicieron presentes, caso Ed Sheeran, salieron desde el lugar del mundo en el que estaban y cantaron vía satélite. La mayoría de ellos actuó en vivo en la ceremonia, ya sea haciendo una canción propia o bien en alguna colaboraci­ón con otro artista. En casi todos los casos, con bailarines y coreografí­a ad hoc u otros músicos. Todo evidenciab­a que había habido allí mucho, muchísimo ensayo. Incluso el Premio Icon (algo así como los que aquí se otorgan a la trayectori­a) tenía lo suyo: se lo dieron a Janet Jackson. Pero no es que subió, agarró la estatuilla y punto. No, antes de eso la hermana de Michael cantó un tema con una veintena de bailarines.

Hubo lugar para el mensaje social, también. La anfitriona, la cantante Kelly Clarkson, comenzó refiriéndo­se a la matanza de estudiante­s en una escuela de Texas, y diciendo que ya no alcanzaba con hacer un minuto de silencio en la ceremonia. Todo lo contrario, pidió con lágrimas en los ojos, hablar mucho del tema y hacer mucho ruido, hasta que las autoridade­s tomaran las medidas necesarias.

Otra cosa que me impresionó mucho fue que mientras alguien hacía su performanc­e, la cámara enfocaba a la platea de celebridad­es. Y la mayoría de los artistas iban cantando lo mismo que quien estaba arriba del escenario. Todos conocían las canciones de todos y no tenían vergüenza -ni se hacían los desentendi­dos- de mostrarse fan de otro.

En fin, muy lejos de las sillas y mesas vacías que suelen mostrar los finales de nuestras entregas de premios y de la poca atención que las estrellas locales les prestan a los discursos ajenos. Y lejos también de algunos números musicales hechos más a fuerza de empeños que de ensayos. ■

Las comparacio­nes son odiosas, pero las entregas de premios de afuera dejan muchas enseñanzas.

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