Clarín

Una llamada indiscreta por celular

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

En el tren, la chica del teléfono se hacía notar. “Estoy feliz, renuncié. ¿No me felicitás?”, dijo (“Demasiada alegría por dejar un trabajo en estos tiempos”, pensé con mi cabecita de baby boomer). “Tengo ganas de festejar. Hoy salimos con mis amigas ¿Por qué no venís con tus amigos y nos encontramo­s en el bar?”, dijo con ánimo festivo de millennial (“Me parece que hay más interés que conocer ami- gos”, me dije). “Dale, vení. nos vamos a divertir, después, si querés, voy a dormir a tu casa”, ofreció (“¡Epa!”, me sorprendí). “Dale, vení, es un rato.. . después, voy a dormir a tu casa”, repitió (“¡Guau, que lanzada!”, pensé yo).

Me pregunté qué aspecto tendría la chica que hablaba a mis espaldas. No daba darme vuelta justo cuando hacía semejante oferta. Traté de verla en el reflejo de la ventanilla.

“¿Te cuento cómo fue mi renuncia?” (“Cambió de tema”, advertí). “Apenas entré, fui a ver a la jefa de personal y le dije que me iba, que no bancaba mas a mi jefa... ja ja ja... no lo podía creer ¡Que se muera! Ya voy a conseguir traba- jo, no me preocupa, no me la bancaba más” (“¡Que confianza!”, pensé). “Dale, vení esta noche”, volvió a insistir. “Mirá que podemos irnos juntos a tu casa” (“Ya está, no insistas más nena, se nota que el pibe no quiere”, me dije). “Sí claro, totalmente -dijo- No, no te preocupes, te decía porque vamos a ir con las chicas.... No, no hay problema, era por si daba… Todo bien. Sí, sí...después te cuento. Beso. Chau” (“Clavado, le cortó el rostro”, pensé).

Apagó el teléfono, mantuvo la sonrisa por un segundo, dio vuelta la cara para mirar por la ventanilla y dijo en voz baja: “Boludo” (“Boludo”, pensé yo).

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