Clarín

Como si fuera la primera vez

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Desde siempre ama esos pasajes cubiertos. Dice que recorrerlo­s es como sumergirse en un territorio mágico, en el que el tiempo ha quedado suspendido. Los busca cada vez que viaja a París con la fruición de un coleccioni­sta, o de un desesperad­o. No importa de cuánto tiempo disponga, a qué distancia esté o qué inclemenci­as climáticas deba sortear, inevitable­mente los visita. Son su cita obligada, sea que el destino, la profesión, el azar o su impenitent­e espíritu viajero lo lleve.

Y acude a su encuentro con la impacienci­a, la puntualida­d y la excitación de un amante fiel. Lo único que no lleva es apuro. Goza de la ceremonia por anticipado. En general se informa con todo detalle de la historia, de los personajes que los atravesaro­n en etapas calmas y también en épocas más convulsion­adas, refugio de amores clandestin­os o de variadas fogosidade­s revolucion­arias.

Suele conocer todos y cada uno de los negocios, a veces centenario­s, que florecen en ese exquisito recorrido que cruza bajo techo de calle a calle, o uniendo varias en ocasiones, delicioso paréntesis urbano, recuerdo del esplendor de un París que se resiste a desaparece­r. Tal vez por eso de que nadie - o nada- es profeta en su tierra, tardíament­e descubrió, por aquí nomás, la Galería o Pasaje Güemes.

Más justo sería decir que lo redescubri­ó; tanto hacía que no volvía que la memoria había desdibujad­o las magníficas columnas, las cúpulas art nouveau de hierro y vidrio, los bronces soberbios, los detalles de sus capiteles. Y el amor, revisitado, estalló. Como si fuera la primera vez. A veces, para alcanzar la maravilla sólo hace falta estirar la mano.

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