Clarín

La tragedia de Silvia, una joven que soñaba con tener hijos y seguir estudiando

La odontóloga asfixiada en Alta Gracia había empezado a cursar medicina y había ido a orar a la Virgen del Cerro porque quería concretar el deseo de ser mamá.

- Nahuel Gallotta policiales@clarin.com ENVIADO ESPECIAL

Era su segunda visita a la Virgen del Cerro, de Salta. Silvia Maddalena (38) había llegado desde Alta Gracia, Córdoba, para pedir por lo único que sentía que le faltaba. Se había recibido de odontóloga, había inaugurado su consultori­o propio, tenía su autito y, gracias a un préstamo estatal, había podido cumplir el sueño de la casa propia. Ese día, en el cerro, se desvanecer­ía por el único deseo que le faltaba realizar. “Me vi como en una nube blanca. Una persona me entregaba un bebé y me decía: ‘Aquí tienen a su hijo’”, les había contado a sus amigas, esperanzad­a.

Fue el año pasado, a meses de comenzar a cursar Medicina, su segunda carrera. Pero no alcanzaría a cumplir su último sueño. El viernes 18, entre las 20 y las 24, sería asesinada por asfixia, luego de ser violada y asaltada en su consultori­o odontológi­co de la avenida Libertador, en la ciudad cordobesa de Alta Gracia.

Por el caso, el jueves pasado fue detenido el albañil Héctor Abel Gómez (25), también vecino de Alta Gracia, aunque es oriundo de Rosario. Se encuentra detenido en la cárcel de Bower, en Córdoba, y sería indagado recién a principios de junio, cuando lleguen los resultados de las pericias que se están realizando sobre el cuerpo de Silvia. La Fiscalía que de allí surjan pruebas irrefutabl­es.

El de Silvia fue el quinto femicidio registrado en la ciudad. El primero había sido en 2009. La ciudad, de 55 mil habitantes según el censo de 2015, y ubicada a 40 kilómetros de Córdoba capital, se conmocionó a partir del crimen. La odontóloga era muy querida. En especial por sus pacientes, que le contaron a Clarín que muchas veces los atendía a pesar de que no contaban con el dinero para pagarle el tratamient­o.

“Los atendía y los dejaba pagar cuando pudieran. Quedaba en ellos volver con el dinero o desaparece­r”, recuerda una amiga y cliente. También cumplía su rol social: dos veces a la semana viajaba hasta una zona rural y atendía a los vecinos. Estaba contratada por la comuna, pero no pasaba nunca a retirar el pago. En su consultori­o podría recaudar más. Le gustaba compartir el tiempo con esa gente, y atenderlos. Su mamá se había jubilado como docente en una escuela rural.

Maddalena se había criado con su padre, quien atendía un local de cerrajería del automotor. Su otra hermana, menor que ella, creció en la casa de su mamá. Terminó la secundaria y rápidament­e se inscribió para cursar la carrera de Odontologí­a en

Los pacientes cuentan que los atendía aún cuando no tenían para pagarle el tratamient­o

Córdoba capital.

Recién recibida, comenzó a trabajar en sociedad con una colega en un consultori­o sobre la calle España. Hasta que hace cuatro años su padre le regaló un local propio y ella comenzó a equiparlo. “Era muy detallista en el trabajo”, aclara otra amiga. “Le gustaba tener los mejores aparatos: un buen sillón, un buen televisor, las mejores herramient­as. Su pa

sión eran las cirugías. Les tenía mucha paciencia a los chicos, tenía muchos pacientes niños”. A los que se portaban bien y lloraban poco, les regalaba un llaverito con el logo del lugar: un burrito con brackets.

De hecho, el viernes del crimen, su última paciente había sido una nena. Su mamá, quien la acompañó, fue ci

tada a declarar. El parrillero y el trapito de la cuadra, también. Pero nadie había visto nada. La puerta del consultori­o no había sido forzada, por lo que los investigad­ores creían que el asesino era conocido de la odontóloga y que ella le había abierto.

El primer detenido fue un cliente que tiempo atrás la había acosado: le escribía por redes sociales y había intentado besarla mientras lo atendía.

Llegaron a él por los comentario­s que Silvia les había hecho a sus amigos y padres. A los días, cuando los resultados de ADN dieron negativo, fue liberado. Luego de horas de zozobra, la mujer de Héctor Gómez se presentarí­a en la comisaría con el pendrive de la víctima y así el crimen parecería resuelto ( ver “Lo...). El círculo de odontólogo­s estaría organizand­o un abrazo solidario en la puerta del consultori­o, a modo de homenaje. Los vecinos de Alta Gracia harán lo propio el próximo 4 de junio, en la marcha del colectivo “Ni una menos”.

No había sufrido robos, pero vivía muy pendiente de la insegurida­d.

Había instalado cámaras en su consultori­o y solía pedirle a un amigo que la visitara al fin de la jornada laboral. Para compartir unos mates y, de paso, ayudarla a cerrar y acompañarl­a hasta su casa, a tres cuadras. Había comprado el terreno y la había construido gracias a dos préstamos que seguía pagando.

Silvia había cortado con su última pareja a principios de año. Sus próximas metas profesiona­les tenían que ver con inscribirs­e a algunos cursos

extracurri­culares y con dictar clases en algún instituto. Sus hobbies seguían siendo los mismos: viajar sola (lo había hecho por Brasil y Colombia), caminar, andar en bici y a caballo, entrenarse en un gimnasio y practicar moto ski. Con su mamá compartían el gusto por la técnica de la vitro fusión.

Su madre estaba en España el día del crimen. El año pasado se había jubilado y, por recomendac­ión de Silvia, además de una fiesta familiar había realizado el viaje a modo de fes

tejo. Se enteró y adelantó el pasaje de vuelta. Llegó y fue directo al velatorio. Esa fue su despedida. Un adiós organizado a último momento, y en agradecimi­ento a los vecinos y amigos que se acercaron a apoyar y quisieron estar. ■

 ??  ?? Otros tiempos. Las amigas de Silvia cuentan que era una joven feliz, que había logrado tener su consultori­o, su auto y su casa propios.
Otros tiempos. Las amigas de Silvia cuentan que era una joven feliz, que había logrado tener su consultori­o, su auto y su casa propios.

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