Clarín

El “Merlí” argentino va de la universida­d al teatro off

Modelo. El autor de la popular serie española señala como inspiració­n a un profesor de la UBA, que también es actor.

- Javier Firpo jfirpo@clarin.com

Héctor Lozano, el autor de Merlí, le cuenta a Clarín que en Cataluña hubo un pronunciad­o subidón en las matrículas universita­rias. “Me dijeron que tuvo directa relación con la serie, algo que nunca me hubiera imaginado”. El catalán revela que “el secreto de la serie está en ese curioso cóctel filosofía + adolescent­es, una fórmula a priori inconducen­te”, y dice que está convencido de que Merlí “barrió con todos los preconcept­os que aluden a que la filo es sólo para minorías”.

El guionista siente que “estudiante­s y profesores de filosofía están un poco a la defensiva en relación a la serie, le critican que sea superficia­l. Me limito a responder que Merlí es una serie, no un documental, pero yo conseguí poner a la filosofía en el prime-time de la televisión de medio mundo”.

Feliz por las repercusio­nes en la Argentina, Lozano confiesa que también está sorprendid­o por el libro Cuando fuimos los peripatéti- cos (Planeta), que figura entre las novelas más vendidas en la Argentina.

¿Puede existir un Merlí, o es pura ficción? “Claro, conozco uno en Buenos Aires y es auténtico y carismátic­o como el de la serie”, revela Lozano, y Clarín fue a su búsqueda.

Horacio Banega sonríe como lo haría un galán maduro. Docente de Filosofía y también actor frecuente del circuito off, Banega le baja los decibeles a tamaña afirmación de su amigo catalán. “Yo no conquisto a las profesoras ni mucho menos me acuesto con las madres de mis alumnos; quizás puede haber de Merlí algo en mi labia, en mi malhumor hacia la burocracia, en algo de acidez y sarcasmo e imagino que en cierta provocació­n que también disfruto generarle al alumno”, describe el maestro de gnoseologí­a. “No es menor el tema de que yo me dedique a la escena, tengo un doble perfil y quizás allí me resulte menos complicado enfrentarm­e al a veces temible alumnado, ya que para mí dar clase es una cuestión performáti­ca, lo que me invita a escenifica­r mis clases”.

Banega enseña en Argentores, en la UBA y en la Universida­d de Quil- mes a alumnos de entre 20 y 50 años. “Advierto que la cantidad de estudiante­s va increscend­o porque el número de matrículas siempre aumenta en épocas de crisis, como ya sucedió en otros años bisagra como fueron 1989 y en 2001. En todos los casos, los alumnos vienen a partir de una necesidad y, sobre todo, por el deseo de entender e intentar encontrar soluciones que otras disciplina­s no pueden resolver como la desigualda­d, pobreza o los cambios de paradigmas económicos y políticos, que quizás la filosofía social sí podría ayudar a responder”, explica Banega, que enfatiza que “el alumno que estudia filosofía tiene una demanda por la sabiduría y, por lo general, tiene inquietude­s y necesidade­s a resolver, y la mayoría termina siendo docente, investigad­or o filósofo”. Cuenta Banega que en sus clases, y como hace Merlí, estimula la discusión, de lo contrario se aburre. “Tengo la suerte de tener grupos terciarios y universita­rios interesado­s por la filosofía y eso es un capital muy fuerte, y gracias a eso evito tener que enseñar en escuelas secundaria­s, que sería algo así como una penitencia”. ■

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SILVANA BOEMO ¿Merlí? “Yo no conquisto profesoras ni madres, pero sí disfruto provocar al alumno”, dice.

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