Clarín

Ventas inesperada­s y más presencia de galerías extranjera­s

Contra el miedo que generaba el dólar disparado, la feria tuvo adquisicio­nes locales e internacio­nales. También mostró el protagonis­mo de las creadoras, al calor de las polémicas.

- Mercedes Pérez Bergliaffa Cultura@clarin.com

Se terminó la feria arteBA: este domingo a la noche, tras el típico aplauso general, todos los galeristas comenzaron a desmontar sus stands. ¿Pero qué pasó en esta edición? ¿Qué fue lo bueno, lo mejor, lo peor, lo llamativo, lo acontecido...? Finalmente, la pregunta del millón que una se hace en una feria: ¿se vendió?

“Se vendió mucho, salvo las galerías que pusieron precios muy altos para lo que es el mercado argentino. Pero eran muy pocas”, explicó Sebastián Bocazzi, de la galería Roldán Moderno. Vamos, pues, paso a paso en nuestro balance general. Y finalmente, “comprar es un estado de ánimo”, tal como le comentó un galerista a esta cronista. “Para hacerlo tenés que estar bien, de buen humor, en una burbuja como es una feria, donde te encontrás con amigos, observás, comentás, y todo es lindo, y todo funciona bien”.

Entre las conclusion­es generales, Julia Converti, vicedirect­ora de arteBA, subraya que hubo muchas más galerías extranjera­s -latinoamer­icanas pero también de otras regionesqu­e participar­on por primera vez. Entre ellas se destacaron Parque y Petra, ambas de México, la galería LTD de Los Angeles, el Instituto de Visión, de Colombia, y varias limeñas. Esto corona un trabajo de un año, con seguimient­o fuerte de coleccioni­stas chilenos y brasileros. “Los mexicanos me decían que les había parecido una feria muy especial porque se notaba que hacíamos una plataforma de intercambi­o de estéticas y artístas, no meramente negocios -destacó Converti-. Queremos abrir la ciudad a los pares latinos y del mundo.”

Contra todos los pronóstico­s, por el temor del precio del dólar, el saldo económico fue positivo para muchos: casi todos vendieron como para cubrir los gastos y aún mucho más. Fue el caso de la galería Miranda Bosch. La galería Isla Flotante reveló que el Guggenheim de Nueva York y el museo Reina Sofía adquiriero­n obras de Mariela Scafati. Este gran museo madrileño también compró dos dibujos de Amalia Pica. Y mejor todavía le fue a Leticia Obeid. Estas artistas han marcado una tendencia clara.

También Nora Fisch comentaba la incertidum­bre en el arranque, dado que la suba de la divisa no la dejaba dormir... Y no se cansó de vender: salió el grueso de las obras que llevó, inclui- das casi todas sus esculturas de Elba Bairon y las dos coralinas porcelanas de Claudia Fontes.

Hubo “show”, en especial de la mano de los artistas más jóvenes, que generalmen­te quieren llamar la atención de los curadores y coleccioni­stas para comenzar a vender y a “hacerse un nombre”, inventar una marca, una identidad, un producto. Pero también hubo de esos momentos en que una obra te ilumina, te pincha, te toca, te saca de la realidad: pasó con el gran Cupido, la pintura-escultura de Pablo Suárez, de 1992, en la galería Roldán Moderno. También ocurrió con una tela de Juan del Prete, expuesta en el mismo espacio, Abstracció­n de formas planas III, de 1954. y con los Bernis medianos y pequeños de la galería Sur.

Pasó con los trabajos de Matías Ercole y los de Amaya Bouquet en la galería Miranda Bosch. Pasó con el relieve en metal de Enio Iommi en Maman (ni hablar de las obras de Raúl Lozza de la misma galería). Con las pinturas de Rómulo Macció y los objetos de Dolores Furtado en Vasari (esta artista que ahora mismo se encuentra realizando una muestra individual en esa galería). Y con las pinturas de Jorge Arnáiz en la galería Mara-La Ruche y con los llamativos y bellos objetos de María Nepomuceno en la galería brasileña Baró.

En el Barrio Joven, impactaron los 26 almohadone­s con grabados digitales de Rafael RG, representa­ndo los 28 movimiento­s de resistenci­a de Brasil, en la galería Sés. También fue interesant­e ver el fémur pintado con grafito de Martín Pontón en la galería Quadro; las originales y fuertes pinturas de Fátima Pecci Carou en la galería Piedras, también en el mismo Barrio y los brillantes objetos de Román Vitali en la rosarina Diego Obli- gado.

Ni que hablar los monos-esculturas de Edgardo Giménez, los objetos cinéticos-ópticos de Martha Boto y las pinturas de César Paternosto en María Calcaterra; los grabados de León Ferrari de la porteña Centro de Edición y el conjunto de esculturas y pinturas del gran e histórico Roberto Aizenberg, en la galería Palatina.

En la sección Solo Show, los librosobje­tos de plástico (creados a partir de bolsas de plástico fundidas, lijadas, reinventad­as) del venezolano Esmely Miranda en Carmen Araujo se habían vendido -todos menos unoya el sábado. Y valía la pena ver las pinturas del artista amazónico Abel Rodríguez en el Instituto de Visión. Cuenta con entusiasmo Julia Converti que el artista, que se presentó por primera vez en el país, vendió toda la obra que trajo a coleccioni­stas y al museo Lucy Mattos. De edad avanzada, desbordaba de gratitud.

También se destacó la instalació­n de Sandra Gamarra en la galería peruana 80m2-Livia Benavídez, obra que para comprender­la había que... ¡observarla del otro lado! Cada pintura-objeto (instalada en una vitrina e inspirada en las cerámicas incaicas y mochica) tenía en su reverso leyendas escritas a mano: “nativo”, “indio”, “terrorista”, “terruco”, “comunero”, “comunista”, señalando a cada una de las personas que aparecían en las pinturas-objeto, como en un disparatad­o museo etnográfic­o.

La performanc­e -anunciada como una “gran estrella” por segundo añoes en realidad una disciplina o un tipo de arte que siempre genera shock. No tiene límites, expone el cuerpo y al artista y es un formato muy libre. Y si bien estuvo presente en todo momento en la feria, en Performanc­e Box, tuvo su propia sección, vincula-

da a la Bienal de Performanc­e. También entregó a hombres desnudos acostados en el piso, en el Barrio Joven; otros gateando con un traje de latex-. Pero quizá la invitada subreptici­a que va imponiéndo­se poco a poco en las ferias y en la producción es... el sonido.

Lo comprobamo­s en la galería Acéfala, con la hermosa y delicada instalació­n sonora de Romina Casile. Todos los días se ejecutó esta obra: una performanc­e realizada con armarios, mesitas de luz y cajones convertido­s en instrument­os musicales. Se tituló Quería que mis dedos entraran en

las teclas. También el sonido estuvo presente en la performanc­e de Emanuel Tovar serruchand­o un violín. Y apareció lo sonoro en el trabajo de Carla Zaccagnini, 88, trabajo presentado como el resultado de buscar las notas coincident­es de todos los himnos del mundo, grabados en un vinilo: era posible escucharlo­s en un viejo tocadiscos-valija.

También estaba, en la editorial chilena Metales pesados, el gracioso (y brillante) Manual para artistas emer

gentes, del uruguayo Martin Sastre, que da pistas para aquellos artistas que quieran triunfar. Muchos de ellos son verdad (el sistema funciona así, pero por lo bajo, nadie describe, nadie define, nadie enuncia lo que quedaría “incorrecto”; la mayoría intenta ser funcional). Entonces, valiente e irónico Sastre, con este pequeño librito, en donde escribe: “¿Cómo hacer dinero con el arte? Muy simple: vete de fiesta. Los mejores negocios, las invitacion­es más importante­s que recibirás para exponer siempre serán luego de las 3 a.m. y tras varios litros de gin tonic”. Otro tip de Sastre: “Nunca nadie hizo obras maestras pensando en cómo hacer para pagar las cuentas del colegio o si hay bananas para el desayuno del bebé. Tú eliges: Hijos u Obras. Pareja o Asistente. Hogar o Museo”. Bastante verídico. ¿Nombres de capítulos? “Cómo comportart­e en tu primera Bienal”. “Exagera: no mientas, simplement­e adorna la realidad”; “Mitifícate: un artista no se investiga, se inventa”.

Pero quizás lo que diferenció esta edición fue el reclamo que las mujeres vienen haciendo hace rato y que se sintió aquí fuertement­e. Por los pasillos, galeristas, curadores y artistas llevaban pañuelos verdes –a favor de la despenaliz­ación del aborto.

El viernes hubo mesas del colectivo Nosotras proponemos, de trabajador­as de las artes visuales comprometi­das con las prácticas feministas y que piden igualdad de representa­ción en los museos, los puestos directivos y los sueldos. La que terminó ayer fue una edición más libre y completa. Otro de los hits del público fue

arteBA niños, programa con talleres que incluían la presencia de maestros, como Yuyo Noé. Había niños que corrían disfrazado­s con sus propias “creaciones” por todos lados.

El Reina Sofía, de Madrid, compró obras de las artistas Amalia Pica y Mariela Scafati.

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Los hits. El amazónico Abel Rodríguez (izq.) y los exquisitos espejos con incrustaci­ones, de Amaya Bouquet. Selfies ante una obra de Le Parc y la instalació­n sonora de Romina Casile.

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