Clarín

Como en Hollywood, pero en italiano

El clásico de Giuseppe Verdi se presentó respetando la puesta diseñada por Roberto Oswald en 1996.

- Sandra de la Fuente

“Aída”, de Giuseppe Verdi Repositore­s: Aníbal Lápiz y Christian Prego. Director musical: Carlos Vieu. Teatro Colón, 27 de mayo.

Muy buena

Razones no nos faltan para quejarnos por la impericia de los organismos estatales a la hora de gestionar las temporadas del Colón. No solo no se llegó a tiempo con la reapertura del teatro para celebrar sus cien años, también tuvimos que resignarno­s y esperar otros diez. Para colmo, supimos que no tendríamos una nueva producción de Aída, la ópera con la que se inauguró el teatro en 1908, sino una reposición.

Pero todos los sinsabores se olvidan apenas se abre el telón y aparece la antesala del palacio egipcio. Un bajo relieve iluminado con una luz sesgada, que da relevancia y calidez al sol, y marca las curvas del ideograma tomado de tiempos de Akenatón, el rey de la revolución monoteísta.

La puesta es de Roberto Oswald, el gran régisseur que tuvo el teatro. Cuidadoso de todos los detalles -incluso el del buen trabajo en equipo y la formación de discípulos-, Oswald produjo esta Aída en 1996. La reposición, llevada adelante por su compañero de trabajo, Aníbal Lápiz, y su discípulo, Christian Prego, es un homenaje al gran maestro.

Lo que se ve es una superprodu­cción de Hollywood. Sin embargo, no hay derroche: al fondo, la imagen de la esfinge acompañará todos los cuadros. Los cambios de luz le quitan peso, la alejan del centro de la escena, convierten la piedra en imagen onírica. Los cuadros reacomodan columnas y escalinata­s. El resto es danza y música.

El vestuario es magnífico. Telas vaporosas y brillosas para la celosa Amneris, algodones suaves y coloridos para Aída, su esclava y rival. Los desplazami­entos, impecables. Figurantes, coros, bailarines, solistas, todos encuentran su lugar entre las distintas alturas y pliegues de la escenograf­ía. Cada escena es un cuadro de distribuci­ón perfecta que dirige los ojos directamen­te hacia la acción.

El equilibrio entre música y voces es tan perfecto como en una película. Carlos Vieu controla todos los planos sonoros, desde el foso hasta los que surgen detrás del telón de fondo. Los coros se escuchan con un ajuste extraordin­ario. Las cuerdas graves de la orquesta aportan el sostén necesario. La batuta firme de Vieu garantiza que cada solo suene libremente.

A diferencia del tradiciona­l estreno en la noche del Gran Abono, esta Aída sube un domingo, con el segundo elenco, es decir sin figuras internacio­nales. Hay que decir que el desempeño de todos los cantantes estuvo a la altura de esta producción, aunque los nervios de las primeras escenas denotaron que, tal vez, no habría sido ocioso agregar un ensayo para este elenco.

Aunque la Aída de Mónica Ferracani se escuchó tímida y vacilante, con un vibrato demasiado amplio, en las primeras escenas, ganó confianza y brilló en el segundo acto.

Cada escena es un cuadro de distribuci­ón perfecta que dirige los ojos hacia la acción.

Con gran solvencia dramática, Guadalupe Barrientos, Amneris, también comenzó con la voz un poco engolada, pero consiguió soltarse rápidament­e y encontrar el cauce de su magnífico timbre. Heroico, pero con desniveles en la emisión, además de un poco destemplad­o en los agudos, Enrique Folger encontró también en el acto segundo el tono de su Radamés. Más parejo vocalmente y con un buen desempeño dramático, Leonardo López Linares compuso un convincent­e Amonasro.

Por su parte, Lucas Debevec Mayer, Ramfis, y Emiliano Bulacios, el Rey de Egipto, lograron proyectar incluso sus notas más graves sobre la masa orquestal. ■

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Arriba el telón. En esta “Aída”, Lápiz y Prego rinden homenaje a su gran maestro, Roberto Oswald.
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