Clarín

La vida después del dolor: sus familiares murieron y ellos donaron sus órganos

Tres historias sobre el valor de las donaciones y cómo sirve para aliviar la pena por la pérdida de un ser querido.

- Rosario Medina rmedina@clarin.com

Sin donantes, los trasplante­s de órganos no serían posibles. Este procedimie­nto médico, capaz de salvar la vida o mejorar notablemen­te la calidad de vida de una persona que tiene una falla en un órgano, depende de la solidarida­d de otra persona y, muchas veces, cuando no expresó en vida su voluntad al respecto, esa decisión queda en manos de la familia. Los especialis­tas sostienen que es importante hablar del tema antes, para evitar llegar a la situación de crisis sin tener una postura previa sobre el tema. Y si se puede expresar la voluntad en el registro del Incucai mucho mejor, porque eso facilita al personal de salud y a la familia a llegar a un acuerdo para cumplir con la voluntad de la persona fallecida.

Con motivo del Día Nacional del Donante de Órganos, Clarín consultó a tres familias que tomaron la decisión de donar los órganos de un ser querido, situación que siempre se presenta en medio de extremo dolor. Juan, de 7 meses, permitió que se realizaran seis trasplante­s. Andrés, de 40 años, mejoró la vida de cinco personas. Y Maxi permitió mejorar la calidad de vida de varias personas con sus córneas y válvulas de corazón.

Sabrina Critzmann y Patricio Cascallar son los papás de Juan, que murió en agosto del 2017 por una meningitis muy grave que le provocó muerte encefálica. Los dos son pediatras, y como tales, siempre supieron que lo que correspond­ía era donar los órganos. “El hecho de ser los dos médicos tuvo su lado negativo, porque ves y entendés lo que está pasando, y el lado positivo es que pudimos entender, a nivel clínico, que nuestro hijo ya no estaba. La muerte es muy difícil de entender, la muerte encefálica es más difícil todavía”, cuenta Sabrina. Ellos mismos plantearon la posibilida­d de donación de órganos. “Era lo que teníamos que hacer”.

El acto de donar los órganos de un familiar, muchas veces funciona como alivio a la hora de sobrelleva­r un duelo. Sabrina, sin embargo, dice que en un principio no lo sintió así. “Patricio sí, desde el primer momento dijo que lo que más lo ayudó fue haber podido donar los órganos. Para mí era lo que correspond­ía hacer. Hoy, varios meses después, puedo decir que sí, que me ayudó a seguir adelante saber que había seis mamás que no estaban pasando lo mismo que yo”, resume Sabrina, que como pediatra que regularmen­te atiende a chicos con leucemia quiere destacar también la importanci­a de inscribirs­e como donantes de médula ósea. “Le salvás la vida a un chico”, dice.

En los primeros cinco meses del año ya se realizaron 227 procesos de donación, 20 donantes más que en el mismo periodo de 2017. “La curva está amesetada desde hace seis años, para tratar de incrementa­r la procuració­n y trasplante­s estamos trabajando fuertement­e en el nombramien­to de personal de procuració­n dentro de los hospitales. Debemos instalar el tema de la procuració­n y trasplante dentro del sistema sanitario”, dijo a Clarín el presidente del Incucai, Alberto Maceira. En la Argentina hay casi 11.000 pacientes en lista de espera para un trasplante de órga- nos y tejidos.

Silvia Irigaray vivió en carne propia la muerte trágica de su hijo Maximilian­o Tasca, de 25 años, en la denominada Masacre de Floresta. En plena crisis de 2001, un policía reaccionó ante un comentario de cuatro jóvenes que estaban mirando los incidentes de aquellos días por la TV en una estación de servicio. “La donación de órganos era un tema que en casa se había hablado mucho. Maxi, cuando renovó su DNI a los 18 años se inscribió como donante, y llegó a casa a contarlo orgulloso”, recuerda Silvia. “Cuando ocurre la masacre, yo cruzo, y en ese momento escuché la voz de Maxi que me dice ‘ Mami, acordate que soy donante de órganos”. La mamá no esperó, volvió corriendo a su casa, buscó el DNI de su hijo y llamó al Incucai.

Patricia Luc es la hermana de Andrés Sanz, que a sus 40 años sufrió un aneurisma que a las pocas horas le provocó muerte cerebral. Andrés no había dejado expresada su voluntad. Pero la familia decidió analizar en retrospect­iva qué le hubiera gustado a él. “Él era muy solidario, generoso. Lo analizamos y desde las acciones que había tenido él en vida. Andrés daba hasta lo que más quería”, recuerda Patricia. “Ante lo inevitable –agrega-, la donación de órganos es una revancha. No se llevó todo”.

Sobre la posibilida­d de saber quiénes recibieron los órganos, Patricia dice que su mamá, que ya es mayor, es quien más quiere saber. “En algún punto, lo que le ocurre a ella, es que después de la donación y la carta que te manda el Incucai confirmand­o cuántos trasplante­s pudieron concretars­e, te quedás muy solo”, resume. Ella, sin embargo, dice que la tranquiliz­a saber que hizo lo que hubiera hecho su hermano. Y le gusta, además, caminar por la calle e ir mirando a las personas, y fantasear con que, tal vez, alguna sea uno de los receptores a los que su hermano ayudó con sus órganos. ■

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Juan. Tenía siete meses y murió por meningitis. Sus órganos permitiero­n realizar seis trasplante­s.
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Maxi. Le había contado a la madre que estaba anotado como donante.
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Andrés. La familia decidió donar sus órganos porque él era solidario.

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