Clarín

Futurismo en la conservaci­ón

- Claudio Campagna Médico y Doctor en Biología

El ecologismo se sale de la vaina para ganar relevancia y así y todo pierde terreno. Mientras las sociedades se dedican, en cuerpo y habla, a la saga de las economías (hasta que llegue el mundial), el bienestar de la naturaleza es un juego de palabras. Sucede en todas partes. Para mantenerse en carrera, el ecologismo hace entonces futurismo y dicta oráculos.

Voy a tratar acá uno que data de 2016 (Trends in Ecology and Evolution: 31: p44– 53). Se trata de una publicació­n que detrás no tiene a dioses sino a científico­s. En ella se identifica­n temas que podrían incidir, para bien o para mal, sobre la conservaci­ón a futuro. Tres me intrigaron: (1) La super-inteligenc­ia artificial, (2) La pesca por pulsos eléctricos y (3) La integració­n a las políticas internas de China de los “principios para una civilizaci­ón ecológica”.

“Inteligenc­ia artificial” (IA) es la del asistente digital de los celulares, el siempre listo “¿Qué desea usted de mí?” Los privilegia­dos del mundo que manejan un Tesla se entregan a la IA cada vez que activan el piloto automático. Llegan a la casa (el auto estaciona solo), se bajan, entran y le piden a Alexa (la de Amazon, no a mi humana amiga) que encienda luces, inicie la música y active la carga de las baterías. Quiero decir: la IA no es cosa nueva, la Súper-IA tal vez sí. Se trata de algoritmos que crean algoritmos sin pedirle permiso al cerebro vivo; procesador­es que se reparan solos, técnicos de sí mismos, y que podrían generar armas digitales autónomas, dicen… Este oráculo es tardío, la ciencia ficción les ganó de mano.

¿Cómo puede la Súper-IA incidir en la conservaci­ón de la naturaleza? La publicació­n en la que se basa este artículo tira la piedra pero esconde la mano. Imaginemos nosotros entonces un escenario no tan fantasioso: la Alexa digital detecta conversa- ciones en las que se expresan actitudes poco amigables con Natura. Por ejemplo: “¡vamos a comer langostino­s… merluza negra… atún rojo… sopa de aleta de tiburón!” (ésta última, una Alexa en Hong-Kong). Alexa procesa como rayo, busca en bases de “big data”, energiza los chips de valores, vicios y virtudes, y finalmente se expresa, habla, reporta que millones de toneladas de cangrejos, estrellas de mar, esponjas, etc. se descartan en la pesca de arrastre de langostino, una canasta de biodiversi­dad por cada bocado de nigiri.

Desperdici­o. Y entonces, y aquí está la inteligenc­ia, Alexa pregunta: ¿a usted le parece? Lo dice con voz seductora, o triste, o de niño, la que más impacte. Cuenta que el atún rojo es una especie amenazada, y que la merluza negra crece despacio, hay que esperar diez años para que un juvenil alcance la edad reproducti­va.

Y ya que estamos con los peces… La pesca por pulsos eléctricos los captura arrastrand­o cerca del fondo marino una bruta reja de electrodos que genera un campo eléctrico al paso. Los pulsos de bajo voltaje provocan la contracció­n involuntar­ia de los músculos de algunos peces ocultos en los sedimentos, como los lenguados, por ejemplo.

La corriente eléctrica los obliga a emerger y acaban así en las redes, que vienen detrás de los electrodos. En Europa, la práctica fue prohibida ante el asombro de la industria: “¡somos menos destructiv­os que el arrastre tradiciona­l!”, reclaman. No se entiende por- qué el oráculo identificó a la actividad como emergente en la problemáti­ca de la conservaci­ón. ¡Toda la pesca de arrastre es una desgracia! Acá pasa algo más. ¿Querría el lector comerse un lenguado previament­e “electrocut­ado”? La idea de dañar a una forma de vida con electricid­ad disgusta. Pero si por eso se prohibe, la racionalid­ad falla. Aunque, ¿será racional arrastrar un fondo hasta dejarlo muerto como una ruta pavimentad­a? Y finalmente, las políticas internas de China integran principios para una civilizaci­ón ecológica. ¿Qué es una “civilizaci­ón ecológica”? ¿Qué son las que no lo son? La noción se limita a bajar la huella ambiental, que tratándose de China es cráter.

Un punto a favor: se reportaría un índice de servicios ecosistémi­cos. Un servicio ecosistémi­co es la monetizaci­ón de la naturaleza: agua limpia vale trillones, que tendrían que gastarse en limpiar agua sucia. La idea es ridícula, pero un índice del estado de la biodiversi­dad serviría para mostrar el costo del PBI; China carga con unas 420 especies de vertebrado­s amenazados. Un indicador de impacto por país sería un incentivo para que, en el mundo, de cráter se pase a pozo.

Hoy por hoy, las amenazas a la naturaleza son la sobre-explotació­n y la destrucció­n de ambientes. Nuestra población crece y mide el bienestar en plata: receta pare el desastre grabada en piedra. Nada resolverá la Súper-IA si antes no lo quiere el cerebro. Un día los algoritmos nos superarán, ¿pero quedarán rinoceront­es y jirafas? Tampoco hay tanto que se pueda hacer con la electricid­ad, tal vez mantener vacas afuera de las áreas protegidas, con boyeros. De una “civilizaci­ón ecológica” estamos como romanos de la Revolución Francesa. Dudo que haya variable futurista que cambie algo. Alexa, hoy, nos podría mostrar soluciones al alcance de la mano: “de todo, un poco menos”. Esa Alexa es humana, mi amiga. ■

Nuestra población crece y mide su bienestar en plata: receta para el desastre grabada en piedra...

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HORACIO CARDO

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