Clarín

Un complejo de torres de Wilde funciona como una “ciudad” y nadie quiere mudarse

Viven 12.000 personas, con seguridad y administra­ción propias, además de escuela y otras institucio­nes. Dicen que podrían pasar meses sin “salir” y que en 33 años hubo 5 robos.

- Nahuel Gallotta

Especial para Clarín

“Esto es otro país; la perla negra del Conurbano”, dice Viviana Dueñas, de la Torre 37. María Da Cruz es de la Torre 36 y cuenta: “Bajás, te encontrás con tus vecinos y no sabés a qué hora volvés; acá están todas las cosas buenas de los barrios de antes”. “Es un no lugar; una propiedad privada abierta a la comunidad. En Argentina no existe un lugar así”, lo definió Castaño, un viejo consejero del barrio, ya fallecido. “Mis hijos están tranquilos porque vivo acá; saben que vivo acompañada”, agrega Dora Rodríguez, en el barrio desde 1985. “¿Cómo me voy a ir si lo que tengo acá no lo voy a encontrar en otro lado? Esto es Euro- pa”, pregunta y responde Beatriz Rodríguez, otra vecina que llegó para la inauguraci­ón, en la década del 80.

Los que hablan son vecinos del Complejo Habitacion­al Wilde, que tiene: 13,5 hectáreas, 48 torres, 2.080 departamen­tos (son de tres o de cuatro ambientes), 660 cocheras (entre privadas y públicas), más de 12 mil vecinos, 12 puestos fijos de seguridad en las entradas y 14 vigiladore­s caminando el barrio; una iglesia, un centro comercial, un polideport­ivo, un gimnasio, un banco, un cajero automático, tres salones de fiestas, una salita de primeros auxilios, un jardín maternal, una escuela primaria, dos canchas de fútbol, una de vóley, un pago fácil y unos quinchos con cuarenta parrillas y todas las comodidade­s.

Además de los comercios, muchos servicios se brindan puertas adentro del complejo: hay podólogas, masajistas, mujeres que hacen uñas, entre tantas opciones. Es que al vecino del complejo le gusta atenderse con su vecino.

Por todo esto, y por más cosas que se contarán a lo largo de la nota, la gente del lugar dice que podrían pasarse meses sin salir del Complejo, al que puede ingresar cualquier persona, sin la necesidad de haber sido invitado por alguien. Aunque la seguridad tiene potestad para pedirles identifica­ción, si lo cree necesario.

El grupo de vecinos recibe a Clarín en las mesas de “Las parrillita­s”. Son al aire libre. Pero al lado hay un quincho cerrado. Con aire acondicion­ado, televisor y todo lo que se necesita para festejar un cumpleaños o pasar un domingo en familia. Aquí es muy común que las familias vivan adentro del Complejo, en distintos departamen­tos. Que los niños que se criaron, al independiz­arse, busquen alquilar aquí mismo.

“Las expensas no son baratas (rondan los $ 4.000)”, confiesa Viviana Dueñas. “Aunque es el gasto que pago con mayor placer. ¿En qué lugar salís a caminar con el teléfono en mano a la hora de la siesta y no mirás hacia atrás?”

Viviana, al igual que unos cuantos grupos, se escribe con sus vecinas a eso de las seis de la tarde. Se ponen de acuerdo, bajan y se juntan para salir a caminar o trotar. En el verano pasa algo parecido, aunque más tarde: se reúnen para tomar mate al aire libre después de la cena. O para pasear a sus perros.

“Acá la gente es de oro. Uno sabe que su vecino va a estar ante cualquier problema. Por eso, decimos que vivimos en comunidad. Yo estaba fuera de casa cuando se me rompió el lavarropas y se me inundó el departamen­to. Mis vecinos tenían las llaves: entraron, secaron, limpiaron todo y no me faltó nada”, recuerda Beatriz Rodríguez.

El paisaje parece un sueño. O una foto del pasado. Son las cuatro de la tarde pasadas de un día de semana y las motos no están atadas a palos. Los abuelos juegan con los nietos en las plazas, las señoras y los señores hacen ejercicios, los grupitos de adolescent­es conversan en los banquitos. Todo con el sonido de los pajaritos de fondo. Un vecino arregla su auto, otra corrige exámenes, otro comparte un mate con una mujer, una pareja juega a las cartas. La vida pareciera ser más afuera que adentro.

“Se trata de un emprendimi­ento privado administra­do por sus vecinos. Cualquiera de nosotros puede

Acá están todas las cosas buenas de los barrios de antes” María Da Cruz

Vecina de la Torre 36

Salís a caminar con el celular en la mano sin preocupart­e” Viviana Dueñas

Vecina de la Torre 37.

ser elegido para consejero en las elecciones que hacemos en el teatro Colonial”, explica Alfredo Stolarstai, de la Torre 41 y la Asamblea del lugar. El “barrio” también tiene un reglamento. Establece que, por ejemplo, de 14 a 16 no se puede jugar en las plazas y que se debe respetar la siesta. O que habrá multas para los mal estacionad­os o los motociclis­tas que conduzcan por la vereda.

Otra caracterís­tica que hace a este espacio distinto es que cada torre tiene una empleada que se encarga de la limpieza del edificio, un equipo de obras, otro de parques y un fondo de pintura para darle color cada cuatro años a los pasillos, el palier y toda la estructura. Para las plazas, la mano de pintura es anual. Cada torre cuenta con un Fondo Operativo Móvil. “Nuestro registro dice que en 33 años de existencia, nuestros vecinos padecieron cinco robos”, informa Stolarstai, miembro de la Asamblea.

La fuente completa con dos caracterís­ticas más de este “no lugar”. La primera de ellas es el del consorcio general (puede recaudar entre $7 y $8 millones mensuales), que suele ofrecer préstamos a los administra­dores de cada torre.

La otra caracterís­tica del Complejo Habitacion­al Wilde de la que habla Stolarstai se refiere a los deudores judicializ­ados. Es que cada vez que alguien deja de pagar las expensas, el resto de los vecinos de la torre debe hacerse cargo del total de la deuda, que en algún momento se recuperará, vía remate.

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FOTOS: DIEGO WALDMANN Panorama. En 13,5 hectáreas se levantan 48 torres con más de 2.000 departamen­tos, que albergan un especie de comunidad desde hace unas cuatro décadas.
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CLARIN
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Plaza. El reglamento del lugar prohíbe jugar a la hora de la siesta.
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De paseo. Los vecinos valoran la tranquilda­d en las calles.

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